Le preguntaron a Umberto Eco a finales de los años noventa qué pensaba sobre el futuro del libro, y si olía a muerto, y respondió: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor”. En conversación con Jean-Claude Carrière, ensayista, dramaturgo, cineasta, gran conocedor y amante de México, bibliófilos ambos, abunda en la idea, que queda recogida en ‘Nadie acabará con los libros’, recién publicado por Lumen en España. En la primavera de 2009, y en torno a este libro, Eco dijo en Madrid: “Desde luego, si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la Humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico. Esta mañana he visitado la Biblioteca Nacional y he visto libros que tienen 500 años de antigüedad. Y si considero los manuscritos, he visto algunos ejemplares escritos hace 1.000 años. Ahora bien, no sabemos cuánto puede durar un disquete de ordenador. Los llamados discos flexibles han muerto antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos. En cualquier caso, hemos escrito un libro para argumentar la larga vida que aguarda al libro en papel”. Carrière alerta de que, en contra de la presunta revelación recibida, no es cierto que el CD Rom, ayer, y el DVD, hoy, sean tan duraderos como para pensar que siempre estarán ahí para cuando se desee leer texto o ver imágenes. De hecho, ya están superados por ‘blue rays’, tabletas de lectura de variado tipo, iPads y demás, que lo serán a su debido tiempo como las cintas de música y los vídeos lo fueron por los CDs y los DVDs. Tengo en casa libros y cintas, con la diferencia de que los libros están siempre disponibles y para las cintas (de audio y de vídeo) ya no hay lectores. Dicho con palabras de Carrière: “Mientras que ya no podemos usar un videocasete o un CD Rom de hace apenas unos años, podremos leer libros cuando toda la herencia audiovisual haya desaparecido”. Amén.
Firma: un lector de libros.
La cabeza me da vueltas: Más allá de Gutenberg. El escritor Enrique Vila-Matas reflexiona en esta ficción sobre el porvenir de los artefactos impresos, al tiempo que defiende un lugar entre el universo Gutenberg y el planeta Google.