Dejábamos el lunes pasado a viajeros anteriores a Davillier y Doré sobrecogidos por el asalto de un grupo de bandoleros, haciendo mentalmente recuento de lo perdido y, con toda seguridad, dando gracias a Dios de que la aventura no hubiera pasado a mayores.
En el entretanto, los salteadores habían tenido tiempo de llegar a su escarpado refugio y procedían a repartir el fruto de sus afanes, como nos cuenta Davillier en su Viaje por España.
“Según una costumbre que se había hecho ley entre los bandoleros, se hacían tres partes iguales del botín: el primer tercio pertenecía al capitán; el segundo se repartía entre los miembros de la partida, cuyo número raramente excedía a ocho o diez hombres, y el resto, puesto religiosamente a un lado, era una especie de “fondo de reserva” destinado a socorrer a los camaradas caídos en manos de la señora Justicia, para lograr su libertad o para decir misas por el alma de los desgraciados que acababan bailando en la horca sin castañuelas”. O que terminaban recibiendo garrote vil, como se decidió más tarde, por motivos de economía del erario público, y le ocurrió a Margarita Cisneros en 1852, sólo diez años antes de este viaje de Davillier, bandolera aragonesa ajusticiada por haber cometido 14 asesinatos. Su carrera de desmanes, desencadenada por un matrimonio forzoso del que se libró matando al marido, dio a Camilo José Cela motivos para elaborar en 1948 unos apuntes sobre mujeres bravas que en lo referido a Cisneros en el patíbulo concluía con un romance:
(Siga leyendo esta entrada…)