Nuestro amigo hispanista nota ya al principio de su Viaje por España que “la Península, que cuenta con tantos grandes hombres, no ha producido un gran cocinero y espera aún a su Vatel”, el gran cocinero del príncipe de Condé (también llamado Condé el Grande, para distinguirle de otros con menores méritos), inventor de la crema de Chantilly y del protocolo gastronómico, perfeccionista extremo que se suicidó en 1671 por creer no haber estado a la altura en un banquete servido, en el castillo de Chantilly, precisamente, a Luis XIV. Es obvio que ningún viajero comparable al barón de Davillier podría hoy escribir aquellas palabras. Hay que dar tiempo al tiempo y ahí está Ferran Adrià, al frente de un ejército de innúmeras glorias, para ver cómo las cosas han cambiado.
“Sancho Panza, glotón por naturaleza, se alababa de resistir una semana entera con un puñado de nueces o de bellotas”, escribe el barón. “Nosotros, poco preocupados por el asunto gastronómico, estamos dispuestos a recibir las cosas como vengan, siguiendo el ejemplo de este gran filósofo”.
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