Como sabemos, el barón Davillier era un asiduo de España, al contrario que Gustavo Doré. La primera gran ciudad en que recalan en su viaje de 1862 es Barcelona, a la que encuentran gran parecido con Marsella, “la misma actividad, la misma mezcla de naciones diversas, la misma ausencia de un tipo definido en una y otra”. Incluso echan de menos la imagen estereotipada de la mujer española: “Las mantillas se ven raramente y hemos intentado en vano, creyendo a Alfredo de Musset, descubrir una andaluza de piel morena”. Adelanta Davillier que así ataviadas las españolas “cada vez son más raras en la misma Andalucía”. Para no defraudar las expectativas del lector, promete que harán lo posible por capturar esa ansiada imagen: “Doré no dejará de presentar las que veamos”. Pronostica el barón que “un día vendrá en que los ferrocarriles surcando toda España las harán desaparecer por completo”. Es decir, que la modernización, ya en marcha con el despliegue del ferrocarril, será el fin de ese tipo popular.
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