“1861. Veintinueve años. A la edad en que otros artistas no hacen más que entrever los rumbos de su personalidad definitiva, Doré, como si una oscura premonición le hubiese advertido desde siempre lo breve que va a ser su vida, se encuentra ya plenamente hecho y orientado, con un ciclópeo trabajo a sus espaldas. Desde ahora va a realizar sus obras definitivas, va a abordar con seguro pulso, una por una, la ilustración de los libros de la humanidad. Comienza por El Infierno, del Dante. Consolida, en un segundo viaje a España con el barón de Davillier, su primitiva impresión de la Península; y de ese largo y meditado viaje salen no sólo las ilustraciones del libro de su compañero, sino la penetrante intuición de tipos, costumbres y paisajes que va a hacer de él enseguida el primer ilustrador del Quijote”.
Son palabras de Antonio Buero Vallejo, que dedicó al teatro un alma creadora que se asomó primero a la pintura, en el estudio crítico-biográfico sobre Gustavo Doré que acompañó en 1949 a la primera edición española del Viaje por España del barón Charles Davillier realizada por Ediciones Castilla. Doré ya había tenido una primera impresión, aunque fugaz, de España en 1855, en “un presuroso recorrido por algunos puntos de la frontera y de la costa vasca tomando apuntes para ilustrar el Viaje a los Pirineos de su viejo condiscípulo Taine, que la casa Hachette le ha encargado”, explica Buero.
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