La Biblioteca del Instituto Cervantes de París cumplirá pronto sesenta años, lo cual me trae a la memoria muy gratos recuerdos.
En 1956, a mis veinte años, llegué a París con una beca “verbal” de Fraga Iribarne, a la sazón Comisario general de Educación. Consistía en 50 francos de entonces y alojamiento gratis en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria.
Al cabo de un mes me pasaron la cuenta, que casi me comía la totalidad de la ayuda. Sin pensarlo más, se la envío a don Manuel, quien a vuelta de Correo me contestó lo siguiente:
Madrid, 11 de noviembre de 1955
Mi querido amigo: En contestación a su carta de fecha 7 de los corrientes, tengo el gusto de comunicarle que ya he hablado del asunto con el Sr. Lago, que me dice que con esta misma fecha sale la comunicación para París dando cuenta de su beca en sustitución de uno de los becarios del Colegio, lo cual le será comunicado a Vd. Uno de estos días.
Celebrando poder darle esta nueva noticia, le envía un saludo muy cordial su affmo. amigo
Firmado : Manuel Fraga Iribarne
Tranquilo por mi permanencia en París, aunque no con la conciencia ¿quién se quedaría en la calle?, me dispuse a preparar el recital que todos los becarios ofrecíamos en la Biblioteca de París. En un buen mes de trabajo preparé una Sonata de Mozart y varias piezas españolas de Falla, Turina y Granados. Como cada vez que tocaba en público, me puse enfermo de los nervios, pero a trancas y barrancas y con los dedos agarrotados llegué al fin del programa y a saludar como un Arturo Rubinstein.
Entonces entré con pies timoratos en una institución franquista y me juré que nunca lo volvería a cometer tal desliz.
Tras la muerte de Franco la Biblioteca pasó al Instituto Cervantes, y con ese padrinazgo me sentí autorizado a frecuentarla. Desde entonces no la dejo; allí voy por lo menos una vez por semana, al calor del afecto de la dirección y del personal.
Cierto es que allí tengo mi biblioteca, unos dos mil volúmenes que doné ante la evidencia de que un día, cada vez más cercano, irían a parar a los bouquinistas del Sena o a librerías de viejo. Bien hice: ahora sé donde están mis libros, bien cuidados y viajando de mano en mano, que para eso existen. Se lo recomiendo a todos los amigos. Ignacio Ramonet también ha donado los suyos y sigo haciendo proselitismo.
A través de Internet se puede consultar el catálogo de la biblioteca y también acceder a su blog.
Ver esta entrada en el blog de Ramón Chao.