La tendencia a lo breve y a la contención de medios forma parte de la estética de Manuel de Falla. Así lo señalaban ya en la época tanto defensores —Adolfo Salazar— como detractores —Rogelio Villar— de su obra. El carácter miniaturista de la música en El retablo de maese Pedro se refleja en su duración, su instrumentación, su estructura interna, sus prácticas narrativas o su paisaje sonoro. El miniaturismo ofrece a Falla una solución artística muy original.
Su media hora de duración —determinada por el propio encargo de la princesa de Polignac—, así como el corto periodo de tiempo que dura la historia que se narra, sorprende a músicos, críticos y espectadores: «¡Es inconcebible que una miniatura como el Retablo pueda albergar semejante grandeza!» (André Schaeffner, citado por Adolfo Salazar, El sol, 10-4-1924). Con una orquesta muy reducida y una participación vocal de solo tres personajes, no cabe duda de que Falla quiso expresar lo máximo con los mínimos medios posibles.
En la estructura interna de la obra, el carácter miniaturista se ve reflejado en la ausencia de transiciones entre lo que está sucediendo en la venta y la historia que se cuenta en el espectáculo de maese Pedro, así como en la acertada elección por parte de Falla del término “cuadro” (determinado por un cambio de decoración), en lugar de los habituales actos y escenas (determinados por la entrada y salida de personajes). La acción, en El retablo, se condensa en la narración del Trujamán, los personajes no dialogan demasiado entre ellos y se encuentran inmóviles en una serie de episodios cortos y fluidos, estampas o viñetas estáticas en las que no ocurre nada la mayor parte del tiempo. El sombrero de tres picos ilustra musicalmente cada estado de ánimo y movimiento de la acción en una presentación muy ágil de acontecimientos, mientras que, en El retablo, aparece Melisendra durante más de tres minutos, en el comienzo del segundo cuadro, asomada en la torre del Alcázar de Sansueña en una actitud melancólica, sin que suceda especialmente nada, lo que permite apreciar de manera magistral una página de música muy evocativa. En cuanto a las prácticas narrativas, hay pasajes contemplativos, pero también pantomima, ya que en los finales de cada cuadro se condensan acciones dramáticas como coscorrones, riñas, etc.
Por último, destaca cómo Falla recrea a través del paisaje sonoro tres dimensiones temporales: la música popular, la música de los siglos XV y XVI y la música romancesca acorde con el episodio de don Gayferos y Melisendra que maese Pedro está representando. Esto ha llevado a hablar de El retablo como una obra de ruptura, en la que el compositor da un giro de ciento ochenta grados a su propio lenguaje. Sin embargo, hasta cierto punto, Falla no se desprende de lo que había hecho anteriormente, todo está en miniatura: la música popular con canciones catalanas, castellanas o andaluzas —incluida una auto cita de El amor brujo—, el impresionismo con pasajes muy evocativos como el cuadro segundo de Melisendra, el neopopularismo y el neoclasicismo, el orientalismo, presente ya en Noches en los jardines de España en el uso de escalas, o el uso de superposiciones tonales. La obra condensa todo el universo sonoro falliano, por lo que podemos considerarla una miniatura en la que encontrar todo lo que el compositor había hecho e, incluso, mucho de lo que le quedaba por hacer.
Para saber más…
Torres Clemente, Elena. «El miniaturismo de El retablo de maese Pedro: la dimensión musical». Ponencia del Congreso Internacional “Retornos al pasado, caminos de vanguardia. En el centenario de El retablo de maese Pedro (1923-2023)”, 26 mayo de 2023. Disponible en: https://bit.ly/3Zr4FOM (min. 41).