A C., que me condujo
Todas las guías mienten. Nos mienten nuestros propios sentidos. La plaza es la plenitud del color, del olor, del movimiento: la extrema tensión de la vida hacia su punto de explosión. Los círculos se hacen y deshacen y vuelven a hacerse como las formas del humo o las nubes. Hirvientes, el color y el olor. Y, a la vez, todo puede ser visto como desde el umbral de un sueño, sin penetrar en él, y puede todo quedar de súbito borrado. La plaza es, repentinamente, la multitud y su vacío: la desaparición de todos, de todo y del que mira.
«A este lugar de frenesí y de placer -dice un viejo libro- se le da el nombre de Xemaá-el-Fna, la plaza de la destrucción» ¿Qué destrucción? El sol de la tarde en su descenso va deshaciendo las figuras y las borra. Luego, borra sus sombras. Fna-el-fna: primero, la desesperación o la extinción; después, la extinción de la extinción. Con toda la multitud dentro, no visible, quedan sólo la plaza y su vacío. La multitud no se oye; la mirada no tropieza con la resistencia o la opacidad de los cuerpos. No tropieza. Y deja, a su vez, de ver
Xemaá-el-Fna, la plaza de la destrucción. «No quedará ciudad que nosotros [Allah] no destruyamos antes del día de la resurrección», dice el Corán (XVII, 58). La instantánea visión del vacío cesa y, con ella, la suspensión del ver. El bulto de la multitud se va recomponiendo, como un solo cuerpo primigenio que se multiplicase por transparencias y por sombras contra la luz rasante del atardecer.
«Signos de mensaje incierto: infinitas posibilidades de juego a partir del espacio vacío», dices, cuando ya la voz -a punto de extinguirse- y la plaza y la página en blanco son una sola y misma cosa. Filtrada luz oscura, unificado pájaro del aire, plaza: plaza de los extintos y de los muertos, plaza de los vivientes, diario simulacro, ensayo, víspera, antepuerta, lugar de una absoluta convocación.
José Ángel Valente
Variaciones sobre el pájaro y la red precedido de La piedra y el centro, 32s
Barcelona, Tusquets, 1991