Se cumplen los cuarenta años de la aparición de un texto singular publicado por la editorial Gallimard en 1971: Renga, el poema escrito en colaboración por el mexicano Octavio Paz, el francés Jacques Roubaud, el italiano Edoardo Sanguineti y el británico Charles Tomlinson.
Con este motivo el Seminaire Amérique Latine (SAL), del CRIMIC, Universidad Paris IV en colaboración con la Maison de l’Amérique Latine y el Instituto Cervantes, ha organizado el Coloquio internacional cuarenta años de Renga (1971) que se desarrollará en París los próximos días 20 y 21 de octubre.
Atraídos por la idea de la creación colectiva y olvidando por un momento la noción individualista de autor, estos cuatro poetas se lanzan a una forma canónica de poesía japonesa llamada renga (literalmente “poemas encadenados”) Esta forma se desarrolló mucho en Japon entre los siglos VIII y XV.
(Siga leyendo esta entrada…)
Como sabemos, el barón Davillier era un asiduo de España, al contrario que Gustavo Doré. La primera gran ciudad en que recalan en su viaje de 1862 es Barcelona, a la que encuentran gran parecido con Marsella, “la misma actividad, la misma mezcla de naciones diversas, la misma ausencia de un tipo definido en una y otra”. Incluso echan de menos la imagen estereotipada de la mujer española: “Las mantillas se ven raramente y hemos intentado en vano, creyendo a Alfredo de Musset, descubrir una andaluza de piel morena”. Adelanta Davillier que así ataviadas las españolas “cada vez son más raras en la misma Andalucía”. Para no defraudar las expectativas del lector, promete que harán lo posible por capturar esa ansiada imagen: “Doré no dejará de presentar las que veamos”. Pronostica el barón que “un día vendrá en que los ferrocarriles surcando toda España las harán desaparecer por completo”. Es decir, que la modernización, ya en marcha con el despliegue del ferrocarril, será el fin de ese tipo popular.
(Siga leyendo esta entrada…)
El barón Davillier y Gustavo Doré en su Viaje por España entraron en nuestro país por el paso de La Junquera, frente a la habitual llegada de los viajeros románticos por el extremo occidental pirenaico, imantados por la catedral de Burgos. El cruce de la frontera lleva de inmediato a Davillier a hacer una rápida y corta exposición sobre la lengua catalana, sin detalles ni explicaciones sociológicas o antropológicas, como corresponde a la circunstancia de la época. “Henos aquí, en España, o por mejor decir en Cataluña”, escribe el barón, haciendo perceptible diferencia entre el todo y la parte. “Los catalanes se diferencian bastante del resto de los españoles. Tienen su dialecto particular que se aproxima mucho a la lengua limousine de la Edad Media. Este dialecto tiene sus gramáticas y sus diccionarios y también sus poetas”.
Por lengua lemosina se refiere en sentido lato al habla del Midi francés, en puridad la lengua occitana, resucitada literariamente hacia mediados del XIX en su variante provenzal por Federico Mistral y de siempre fragmentada en diversos dialectos.
(Siga leyendo esta entrada…)
El barón Davillier nos dice al principio de su Viaje por España que Gustavo Doré le inquiría con frecuencia:
“- ¿Cuando salimos para España?
– Pero, querido amigo –le respondía yo-, ¿te olvidas de que, si sé contar, he recorrido nueve veces ya, en todas las direcciones, la tierra clásica de las castañuelas y del bolero”.
El viaje de 1862, que haría con Doré, sería su décimo y hay quienes mantienen que llegó a visitar España bastantes más veces. Nuestro viajero conocía al dedillo España y la lengua de Cervantes. Antes de alejarse de Salamanca, decide dedicar algunas palabras al asunto de la lengua. “El español es, en nuestra opinión, la lengua que más parecido ofrece con el francés. En el siglo XVI estaba muy extendido por Francia. Se encuentra entre nuestros autores de esta época buen número de palabras y de giros tomados de la lengua castellana”, escribe. Tras citar a Pierre de Branthôme, quien por aquel entonces advirtió que “la mayor parte de los franceses de hoy, al menos aquellos a quienes se ve un poco”, es decir, las gentes importantes, “saben hablar o entienden esta lengua”, Davillier nota que “sería fácil multiplicar los ejemplos, pero nos contentaremos con el testimonio de Cervantes, quien asegura en su novela Persiles y Segismunda que “en Francia, ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castellana”.
(Siga leyendo esta entrada…)
Francia es tierra feraz en hispanistas desde larga data. Entre ellos no se ha hecho debida justicia al barón Charles Davillier, Caballerizo Mayor de Napoleón III, erudito, anticuario e hispanófilo hasta el extremo de que en la hora de su muerte, en 1883, se le despidió como “el francés más entusiasta admirador de España”. Davillier arrojó luz en la Europa de la segunda mitad del XIX sobre las artes decorativas españolas y en sus obras se empeñó en romper estereotipos y prejuicios sobre España, muy en particular con su sensacional para aquellos tiempos L’Espagne (Hachette, 1874) , traducido rápidamente al italiano, al inglés, al danés, al alemán… y no dado a la imprenta española hasta 1949, de donde Ediciones Castilla lo sacó con el título Viaje por España. Cuenta Arturo del Hoyo en su magnífico estudio previo para aquella primera edición española cómo el barón Davillier convertía cada lunes su palacete parisino en el 18 de la rue Pigalle en un salón artístico donde se citaban pintores, poetas, eruditos, críticos, directores de museos, coleccionistas… Davillier recuerda, además, cómo se improvisaban también en su residencia algunas tardes españolas: “A menudo Fortuny venía a comer a mi casa en compañía de su mujer, de su cuñado Madrazo y de algunos amigos españoles. Toda etiqueta era desterrada de nuestras reuniones y la tarde la pasábamos charlando o cantando seguidillas, jotas y malagueñas (…) Gustavo Doré se contaba a veces entre nosotros (…) Entre dos rondeñas se discutía sobre la forma de una espada o de una armadura del siglo XV. Fortuny y Béaumont se quitaban el uno al otro el lápiz y las hojas de papel se cubrían de esbozos”.
(Siga leyendo esta entrada…)