Natalie no ha podido asistir a la cita del club de ayer, pero nos deja una pequeña contribución al debate…
Dora y Cora
Hace muchísimos años, yo era adolescente. Seguramente he olvidado como era. Y claro, lo que sigo recordando, lo he visto con ojos de chica, no de chico, por lo que de verdad ignoro totalmente lo que pasa por la cabeza de un muchacho. Quizás las ideas carezcan de color allá dentro y se corten en pedazos, como las oraciones de Alex en ‘La señorita Dora’; en este caso, no me arrepiento de mi falta de interés. ¿Por qué Cueto me cuenta todo eso? ¿Para que sienta empatía hacía Alex? ¿Para que sienta curiosidad por saber el final de sus aventuras? ¿Para aclararme la vida interior de los chicos y su dolor frente al sexo opuesto, al tiempo que las hormonas inundan sus cuerpos y sus cerebros? Si es así, ha fracasado en todos sus objetivos. No llegué a conocer bien a Alex, tampoco quiero saber más de sus aventuras. Si me lo encontrara por la calle, no lo reconocería.
Lo de Pablo y la señorita Cora, por otro lado, me pareció mucho más interesante. Hay que admitir que el epígrafe me llamó la atención: conozco muy bien la canción. La he cantado mucho, entonces fue para mí un destripe: yo sé muy bien el triste final de la canción, por eso no me cupo duda de que el cuento iba a acabar mal… A diferencia del cuento de Cueto, el de Cortázar me invitó a entrar en la mente de sus personajes, los pensamientos saliendo de los cerebros como un fluir de consciencia, o sea, unos rápidos de ideas que van siempre separándose y recombinándose. A decir verdad, los cambios frecuentes de narrador, casi al azar, acabaron por irritarme, aunque al principio me fascinaron mientras buscaba (sin éxito) la clave. Sin embargo, el artilugio logra exprimir y enfatizar la intimidad incómodo de la situación.
En cuanto a Rosa Montero y La hija del caníbal: he empezado, he leído un capítulo; todavía no me encanta pero voy a perseverar.
Natalie Shea
Comentarios recientes │Last entries