Natalie no ha podido asistir a la cita del club de ayer, pero nos deja una pequeña contribución al debate…
Dora y Cora
Hace muchísimos años, yo era adolescente. Seguramente he olvidado como era. Y claro, lo que sigo recordando, lo he visto con ojos de chica, no de chico, por lo que de verdad ignoro totalmente lo que pasa por la cabeza de un muchacho. Quizás las ideas carezcan de color allá dentro y se corten en pedazos, como las oraciones de Alex en ‘La señorita Dora’; en este caso, no me arrepiento de mi falta de interés. ¿Por qué Cueto me cuenta todo eso? ¿Para que sienta empatía hacía Alex? ¿Para que sienta curiosidad por saber el final de sus aventuras? ¿Para aclararme la vida interior de los chicos y su dolor frente al sexo opuesto, al tiempo que las hormonas inundan sus cuerpos y sus cerebros? Si es así, ha fracasado en todos sus objetivos. No llegué a conocer bien a Alex, tampoco quiero saber más de sus aventuras. Si me lo encontrara por la calle, no lo reconocería.
Lo de Pablo y la señorita Cora, por otro lado, me pareció mucho más interesante. Hay que admitir que el epígrafe me llamó la atención: conozco muy bien la canción. La he cantado mucho, entonces fue para mí un destripe: yo sé muy bien el triste final de la canción, por eso no me cupo duda de que el cuento iba a acabar mal… A diferencia del cuento de Cueto, el de Cortázar me invitó a entrar en la mente de sus personajes, los pensamientos saliendo de los cerebros como un fluir de consciencia, o sea, unos rápidos de ideas que van siempre separándose y recombinándose. A decir verdad, los cambios frecuentes de narrador, casi al azar, acabaron por irritarme, aunque al principio me fascinaron mientras buscaba (sin éxito) la clave. Sin embargo, el artilugio logra exprimir y enfatizar la intimidad incómodo de la situación.
En cuanto a Rosa Montero y La hija del caníbal: he empezado, he leído un capítulo; todavía no me encanta pero voy a perseverar.
Natalie Shea
Por: Dr. Benigna Margarita García Rodríguez, asesora de Educación de la Consejería de Educación en Australia.
El club de lectura del día 8 de agosto estará dedicado a los relatos cortos y en especial al libro de Alonso Cueto que se ha puesto como lectura para los alumnos de español extensión de Nueva Gales del Sur.
En la literatura, como en el arte en general, los temas se repiten a lo largo de la historia: el amor, la vida, la muerte… cambia la forma de presentarlos pero la esencia permanece. Incluso cuando las formas parecen ocultarlos.
Desde la perspectiva de los estudiantes australianos de año 12 de este siglo XXI donde las pizarras digitales sustituyen a las de tiza y las diapositivas de power point a las “filminas”, donde las plataformas como moodle devuelven a los cajones a los viejos cuadernos, la lectura de estos cuentos puede parecer un paseo por la historia. Las decisiones que toman o que la sociedad permite tomar a los jóvenes de los relatos les pueden parecer totalmente extrañas o como mínimo sorprendentes. Sin embargo los problemas a los que todos ellos se enfrentan son muy semejantes.
Dejando a un lado las diferencias entre la sociedad peruana de la época que tan bien retrata Alonso Cueto y la australiana de 2013, vemos que el autor penetra en las mentes adolescentes y refleja su incertidumbre ante acontecimientos que les superan: exámenes que determinarán su futuro, enfermedades o muerte de los padres a los que siempre habían creído inmortales, acoso de los compañeros, violencia, drogas, soledad, dificultades de comunicación…En todos ellos los adolescentes o jóvenes se sienten desvalidos y solos. Una soledad que a veces rompe un diálogo brusco y torpe con los que son capaces de ayudarles sean padres, profesores o amigos. Alonso Cueto parece decirles: hablad, podéis romper esa soledad y encontrar una salida al túnel en el que creéis estar.
Además de su calidad literaria, estos relatos permiten a los profesores establecer un diálogo fructífero con los alumnos y no sólo para poder practicar español.
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