Escrito por Marta Jiménez Miranda (Universidad de Córdoba) (Grupo de investigación HUM-887)
El principal motivo de los viajes antes del siglo XVIII era el descubrimiento de novedades científicas, económicas y culturales en aquellos destinos más avanzados que el propio país del viajante. Dicho fenómeno es conocido como el Grand Tour británico (itinerario de viaje por Europa, que solía incluir Francia, Alemania, Suiza e Italia). Su máximo auge tuvo lugar en el siglo XVIII y en la década de 1820, gracias a la llegada del ferrocarril, y el objetivo se alejaba de lo que ofrecían los viajes a España. A pesar de ello, la nostalgia de épocas pasadas atrae a los ingleses románticos. Estos viajeros no solo nos visitan en busca de ese pasado que tanto ansían, sino que existe por parte de estos nuevos visitantes un afán por desmentir todas las ideas preconcebidas que se tenían de España en el resto del mundo.
De hecho, Giuseppe Baretti hacía mención de ello en su obra A Journey from London to Genoa through England, Portugal, Spain, and France (1770), donde afirmaba que, si los españoles «hacen menos que los ingleses, los holandeses o cualquier nación moderna, no es por ninguna razón salvo que tienen menos que hacer». Y son este tipo de afirmaciones y las reformas que lleva a cabo el rey Carlos III las que empezaron a satisfacer las exigencias de los viajeros europeos, animándolos de este modo a visitar España.
El puerto de Cádiz facilitaría el tránsito de viajeros ingleses comunicándolos con Madrid, ruta muy concurrida también por comerciantes y militares. Así, ciudades como Córdoba, Sevilla y Cádiz serían un punto de descanso para poder llegar hasta los puertos de América. Estas tierras les atraían especialmente por estar ancladas en el pasado y ser contenedoras de arqueología clásica, gentes de costumbres pintorescas y atractivas festividades. Todo lo que veían contrastaba con la literatura que habían leído previamente fuera de España, lo que conseguía romper con todos (o casi todos) los tópicos sobre España.
Por tanto, podemos considerar que, en este punto, la literatura de viajes relacionada con nuestro país experimenta un significativo cambio, ya que todos esos textos que contenían críticas burlescas y dañinas para la visión que se tenía de España dan paso a textos más objetivos y que, simplemente, pretenden dar a conocer nuestra cultura de un modo más justo. El verdadero boom de hispanofilia tiene lugar durante la primera mitad del siglo XIX gracias al mundo de las artes. España empieza a ser un destino irresistible para el viajero romántico, entre ellos Richard Ford, hispanista y dibujante, que se desplazó a España, con la intención no solo de desplazarse en el espacio, sino también en el tiempo.
Con el movimiento romántico surge el interés por viajar a lugares exóticos y las fiestas y los bailes se convierten en un gran atractivo. Además de todo lo mencionado, el clima mediterráneo y su afamado valor terapéutico animó a gran cantidad de británicos a viajar hasta España, y más concretamente hasta Andalucía. Viajeras como George Eliot o Annie J. Harvey se trasladaron desde Inglaterra para mejorar su salud; por ejemplo, Annie J. Harvey cuenta que los lugares meridionales son los mejores para frenar el desarrollo su enfermedad crónica.
No solo nos visitan viajeros buscando curación por nuestras condiciones atmosféricas, también lo hacen interesados en personajes ilustres, como es el caso de Matilda Betham-Edwards, que visita España en 1867 para estudiar a Velázquez y con esta excusa pasa una larga temporada en Andalucía. Ocurre lo mismo con el caso de Marguerite Purvis que nos visita en 1869 atraída por las colecciones pictóricas andaluzas.
Muchos estudiosos realizaron listados más o menos elaborados de los ingleses que visitaron España. Sin embargo, no existen estudios que traten de hacer una recopilación de las viajeras británicas que nos dedicaron alguno de sus viajes. Esto resulta curioso, ya que la mirada de la viajera británica hacia nuestro país era diferente a la de los viajeros masculinos. La principal diferencia radica en que los viajeros suelen mostrar una imagen siempre más estereotipada de nuestra tierra, en tanto que las mujeres ofrecen una mirada mucho más inquisitiva, cuestionando tópicos e informaciones erróneas sobre Andalucía. La biblioteca Reina Sofía del Instituto Cervantes de Londres hace posible el reencuentro con las historias y el punto de vista de nuestras viajeras. En la amplia colección de obras originales de viajeras merece la pena destacar a las siguientes autoras:
Mary Elizabeth Herbert era traductora, escritora y filántropa. Describía todo lo que iba viendo por España en su obra Impressions of Spain in 1866.
Mrs. Wm. Pitt Byrne habla sobre las costumbres, la cultura e infraestructuras de España en su obra Cosas de España (1866).
Hannah Lynch trabajó como coeditora en un periódico local cuando terminó el colegio, se dedicó a la escritura y murió en París en 1904. En su obra Toledo: the story of an old Spanish Capital, publicada un año antes de su muerte (1903), relata sus aventuras por la ciudad de Toledo.
Madelaine Duke, además de trabajar con su propio nombre, también utilizó varios pseudónimos masculinos como Maxim Donne y Alex Duncan. En su obra Beyond the pillars of Hercules: a Spanish journey, publicada en 1957, relata la experiencia de su viaje a España, sobre todo por Andalucía y Madrid.