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Los lunes de Davillier (9). De Los Siete Niños de Écija a José María el Tempranillo.

El 14 de noviembre de 2011 en Fondo antiguo, Libros por | 4 Comentarios

Contrabandistas

Dejábamos el lunes pasado a viajeros anteriores a Davillier y Doré sobrecogidos por el asalto de un grupo de bandoleros, haciendo mentalmente recuento de lo perdido y, con toda seguridad, dando gracias a Dios de que la aventura no hubiera pasado a mayores.
En el entretanto, los salteadores habían tenido tiempo de llegar a su escarpado refugio y procedían a repartir el fruto de sus afanes, como nos cuenta Davillier en su Viaje por España.

“Según una costumbre que se había hecho ley entre los bandoleros, se hacían tres partes iguales del botín: el primer tercio pertenecía al capitán; el segundo se repartía entre los miembros de la partida, cuyo número raramente excedía a ocho o diez hombres, y el resto, puesto religiosamente a un lado, era una  especie  de “fondo de reserva” destinado a socorrer a los camaradas caídos en manos de la señora Justicia, para lograr su libertad o para decir misas por el alma de los desgraciados que acababan bailando en la horca sin castañuelas”.  O que terminaban recibiendo garrote vil, como  se decidió más tarde, por motivos de economía del erario público, y le ocurrió  a Margarita Cisneros en 1852, sólo diez años antes de este viaje de Davillier, bandolera aragonesa ajusticiada por haber cometido 14 asesinatos. Su carrera de  desmanes, desencadenada por un matrimonio forzoso del que se libró matando al  marido, dio a Camilo José Cela motivos para elaborar en 1948 unos apuntes sobre mujeres bravas que en lo referido a Cisneros en el patíbulo concluía con un  romance:

“Con una hopa amarilla,
jineta en asno ruin,
la Margarita Cisneros
marcha hacia el garrote vil.
Funcionarios y señoras,
menestrales y gamberros,
hacen el coro final.
El verdugo empina el codo
para no marrar el golpe.
Van rastreando los perros
el rastrojo de la muerte.
¡La Margarita Cisneros
no fue una chica de suerte!”.

Los Siete Niños de Écija, en cambio, jugaron durante muchos años con la suya… hasta que la perdieron. La  partida se renovaba conforme las circunstancias (bajas, apresamientos o  abandonos) lo requerían. El más notable de sus jefes fue el Capitán Ojitos, que  un mal día se llegó a las manos con uno de los suyos, el Tirria, “tuvieron una  lucha a puñal y los dos quedaron sobre el terreno”, informa Davillier.

En el trayecto entre  Archidona y Antequera nuestros viajeros fueron muy bien entretenidos, como es  fácil imaginar,  por las explicaciones detalladas del arriero sobre el  fin de la pulcra, en su exigencia numérica, banda ecijana, nunca compuesta por más ni por menos de siete hombres. El caso es que “no pudiendo [la autoridad]  hacerse con ellos por la fuerza, se resolvió emplear la astucia y ésta fue la  estratagema que usó: un falso hermano [asociado a la banda] fue enviado a ellos  y les anunció  que a una hora determinada un rico convoy pasaría por  un camino profundo en un punto que él les declaró. Poco antes de la hora convenida, los bandidos se pusieron en camino para esperar el paso del convoy,  Ahora bien, se había tenido cuidado de colocar en medio del camino un saquito  repleto de duros de plata. Uno de los bandidos lo recogió pensando que  había sido perdido por algún viajero, y se apresuró a rasgarlo con su puñal.  Sus compañeros acudieron al sonido argentino de los duros que rodaban por el  suelo, y todos se apearon para recogerlos. En ese momento una descarga resonó y  cayeron todos para no levantarse jamás. Fueron acribillados por las balas de  los soldados, ocultos entre los matorrales, que habían escogido el momento en  que estaban reunidos en grupo, como hace el cazador cuando las perdices se  reúnen en torno del puñado de grano que se echa al suelo para atraerlas”.

Escena de un asalto en un barranco en la sierra de Ronda.

La lista de bandoleros de  leyenda es larga y sus historias, antaño contadas en pliegos de cordel y  romances, todavía hoy sobreviven como ecos en la mente colectiva gracias al  cine o a canciones populares, como el Romance del Pernales que cantara El Nuevo Mester de Juglaría en honor de uno de los últimos salteadores de caminos, caído ya a principios del siglo XX; en el nombre de restaurantes como El Tragabuches o Luis Candelas; rutas turísticas como la del Tempranillo, o simplemente por su propia eufonía, como Pasos Largos.

Muy pocos tuvieron la suerte  de vivir para contarlo y entre ellos no figura, a pesar de lo que escribiera  Davillier, José María Hinojosa, alias El Tempranillo y también El rey de Sierra  Morena, “auténtico modelo de bandido cortés y caballeroso” que se iniciara en  sus correrías con Los Siete Niños de Écija hasta establecerse por su cuenta y  convertirse en el más legendario de todos los bandoleros. “Se le había apodado Tempranillo porque siempre estaba dispuesto a “trabajar” muy de  mañana”, escribe el barón. “Se dice que le gustaba distribuir entre los  desgraciados lo que había robado a los ricos, y así se hizo muy popular en Andalucía”.

“José María acabó tranquilamente sus días descansando, rodeado del bienestar, como un honrado  rentista”, nos informa equívocamente el barón, pues la realidad es que al  Tempranillo le pasó por las armas a los 28 años un viejo compañero de aventuras para vengar que se entregara a la justicia y luego persiguiera a los que fueron  suyos. Embriagado del romanticismo de la serranía de Ronda, Davillier introduce un elemento que da más vida si cabe a la espléndida imagen del bandolero tipo creada por Doré, en contraste con el retrato realista que del Tempranillo  realizara el británico John Frederick Lewis. “Igual que la mayor parte de los bandoleros, [El Tempranillo] tenía su querida, una jembra morena, hija de la Serranía de Ronda. Su querida Rosa, su Rosita e Mayo,  como él la llamaba, le decidió a pedir su indulto y se apresuraron a  concedérselo de muy buena gana”, en una operación de envolvimiento del Gobierno del Fernando VII para acabar con el bandidaje que a la postre resultaría letal al Rey de Sierra Morena.

José María El Tempranillo visto por John Frederick Lewis.

“Sus hazañas han sido celebradas en gran cantidad de romances populares, pero muchas veces se ha reprochado al Gobierno el haber transigido con él y su partida”, escribía Davillier a los treinta años de la muerte del Tempranillo, antes de recoger los  versos de un poema de Ramón Franquelo sobre aquel señor de vida y haciendas, dueño de montes y senderos titulado sobriamente José María y que concluye:

“Y el Gobierno en lugar de hacer alarde
de justicia, acabando con su vida,
fue tan pobre y mezquino y tan cobarde,
que transigió con él y su partida.
Al valor español haciendo insulto
pidió al bandido contener su saña,
y dióle en pago miserable indulto
para baldón de la valiente España”.

Llamativos los ecos con la España de hoy mismo, siglo y medio después de la visitada por Davillier, en la que se previene a los turistas contra los salteadores urbanos y las páginas de los periódicos se llenan con informaciones sobre indultos y reproches. España, eterna tierra de desmesura y emociones.

Otras entradas de esta serie:

Los lunes del barón Davillier (1)

Los lunes del barón Davillier (2). De franceses hispanoblantes y de loros francófonos.

Los lunes del barón Davillier (3). De lenguas vernáculas.

Los lunes del barón Davillier (4). De una Barcelona sin Gaudí.

Los lunes del barón Davillier (5). De ladrones y otras gentes de mal vivir.

Los lunes del barón Davillier (6). Del verdadero plato nacional… y no es la paella.

Los lunes del barón Davillier (7). Del animal enciclopédico y calumnias vengadas.

Los lunes de Davillier (8). De cómo buscar emociones imaginando bandoleros de leyenda.

Los lunes de Davillier (10). De los toros como “cosa española por encima de todas las otras”.

Los lunes del barón Davillier (11). Del chocolate como excusa para descubrir la España desconocida

Los lunes del barón Davillier (12). De ruidos, violines, guitarras y bellezas antaño ignotas

Los lunes del barón Davillier (13). De Doré y su visión de España como perfectos compañeros de viaje

Los lunes del barón Davillier (y 14). De Doré en la buena compañía de Cervantes y el ‘Quijote’

 

 

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