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Los lunes del barón Davillier (11). Del chocolate como excusa para descubrir la España desconocida

El 28 de noviembre de 2011 en Fondo antiguo, Libros por | 2 Comentarios

Ladrones de azulejos en la Alhambra.

Las reuniones que cada lunes celebraba el barón Davillier en su residencia parisina del 18 de la rue Pigalle eran gustosamente frecuentadas por un amplio abanico de artistas e intelectuales a los que quizá en alguna ocasión el anfitrión sorprendería con unas tazas de chocolate con la excusa de hablar “sobre esta bebida tan extendida en toda España”, según relata en su Viaje por España. Es precisamente su visita a Astorga —foco industrial del chocolate en España, con una vinculación con el derivado del cacao que la historia local remonta hasta el mismísimo Hernán Cortés— lo que da pie a nuestro hispanista a descubrir a sus contertulios algunas curiosidades sobre lo que para Linneo era bebida de dioses.

“Se sabe que España fue el primer país de Europa donde se conoció el chocolate”, descubierto por los conquistadores en México en 1520. “Se le llamaba en la lengua indígena calahuatl o chocolatl” (*) revela el hispanista a amigos y lectores. “Poco a poco se introdujo en España, luego en Francia, donde fue muy corriente en tiempos de Ana de Austria [la vallisoletana esposa de Luis XIII y madre del Rey Sol], y pronto fue adoptado en el resto de Europa”.

En aquella España imperial donde la Iglesia enseñoreaba almas y cuerpos, pronto se planteó “una cuestión que vino a turbar la conciencia de los aficionados al chocolate. Se trataba de saber si rompía el ayuno de la Iglesia”. Sobre el asunto se lanzaron juristas, catedráticos, teólogos y canonistas, como hoy lo hacen sobre cualquier otra cuestión en radio y televisión tertulianos ociosos.  Hasta al papa Pablo V le fue “sometida esta dificultad”. Más lejos, más arriba y a más autoridad no se podía acudir. “Ordenó éste preparasen en su presencia la bebida en litigio, y dijo: Hoc non frangit jejunium. (Esto no rompe el ayuno)”.

“Hemos encontrado alguna recetas de chocolate” como se preparaba en el siglo XVII, comenta el hispanista. “Según los ingredientes empleados puede juzgarse si sería ardiente: figuran además del azúcar y del cacao toda clase de especias, como la pimienta, “para hacerle más picante”, la vainilla y la canela, etc. También se le añadía almizcle y ámbar gris, recomendado este último como el más agradable”.   Nadie puede negar que, con respecto al chocolate, mucho hemos ganado de entonces a hoy. El autor del primer tratado de gastronomía  “Brillat-Savarin ha hecho elogios del chocolate en España”, escribe Davillier, que informa de cómo durante algún tiempo se usó como medicina para enfermos. “El chocolate es muy bueno en casi toda España; de ordinario es muy espeso (…) No se hace uso de cucharas, que son reemplazadas por pequeños bizcochos, acompañados de un gran vaso de agua”.

Serenata.

Si al calor de unas tazas de chocolate los contertulios hablaron de Astorga vamos nosotros a aprovechar la ocasión, ahora que esta serie emboca ya su final, para ver cómo Davillier y Doré visitaron también en aquel viaje muchas otras localidades y monumentos fuera de los caminos trillados. Más allá de Alhambras deslumbrantes, hipnotizadoras Mezquitas de Córdoba, abrileñas Sevillas, legendarias Toledos, quijotescas Manchas, Madrides de los que se puede escribir que “no hay tal vez ciudad en el mundo que tenga cronistas e historiadores tan exagerados como la capital de España”, palacios, monasterios, castillos y catedrales que están en todos los libros de todos los viajeros que por nuestro país han sido, el barón tiene ojos, oídos y sensibilidad para muchas otras cosas, paisajes, tipos y lugares.

No podemos, sin embargo, pasar por alto el ojo genial de Doré para capturar el momento. Esa escena tan repetida de turistas que caen en la tentación de tomar para sí el patrimonio cultural y artístico de los nativos, agudamente capturada en la Alhambra en Ladrones de azulejos. No sabemos qué fue de los ladrones en Granada, que quizá fueron una recreación de Doré. Davillier no relata el incidente y sólo nos dice a propósito de determinados bellos y raros azulejos que “casi todos los que quedaban han sido arrancados y apenas si pueden verse algunos”. Si sabemos que un joven André Malraux, entonces arruinado, cayó a conciencia en la misma tentación, como novelara el La vía real. En el caso del escritor, aventurero, piloto en la guerra civil española y ministro de Cultura con De Gaulle, para rehacer el patrimonio familiar perdido. Robó en 1923 siete bajorrelieves en un templo de la zona de Angkor en Camboya, lo que le costó un año de detención sobre el terreno, pena de la que fué rescatado gracias a la movilización en París de todos sus amigos.

Decíamos que Ana de Austria introdujo el chocolate en España. La hija de Felipe III casó en Burgos, por poderes,  con Luis XIII, y también en Burgos estuvieron nuestros dos viajeros, donde visitaron el “Mercado de la Liendre, nombre que se da a los huevos de cierto insecto parásito que se adhiere demasiado a la cabellera humana, insecto que un poeta español del siglo XVII, Cepeda de Guzmán, no ha temido cantar en un soneto: Piojos cría el cabello más dorado…”. Dice Davillier que “este pintoresco mercado, aunque demasiado hormigueante, nos recordó el de Houndsditch, que habíamos visitado en Londres con Doré, y el de los andrajos de Estrasburgo”. Si en el chocolate han cambiado mucho las cosas no se puede decir lo mismo sobre mercados. La plasmación del Mercado de la Liendre que hace Doré retrotrae de inmediato al cuadro vivido este mismo verano de 2011 en el mercado instalado bajo los abigarrados soportales de la Rúa Mayor de Medina de Rioseco.

Burgos. Mercado de la Liendre.

Rioseco está a dos pasos de Valladolid, que “produce en el viajero una impresión a la cual no está habituado en España. Por todos lados se alzan las altas chimeneas de ladrillo de numerosas fábricas (…) Uno se encuentra en una ciudad activa y laboriosa. Después de Barcelona, Valladolid es la ciudad más industrial de la Península”.

Hoy pensaríamos en otros puntos al hablar de la industria española, entre ellos el País Vasco, que Davillier y Doré cruzaron ya a punto de volver a Francia. Pasaron por Vergara, donde el barón informa al lector del “convenio de Vergara [que en 1839] puso fin, durante algún tiempo, a la guerra civil que ha sido llamada la guerra de los siete años” es decir, la primera guerra carlista. Hay que subrayar el “durante algún tiempo”. A aquel levantamiento sucedieron otros y en 1862 ojeando una historia volandera sobre el carlista general Cabrera “se creería ¡ay! asistir a la lucha que asola actualmente España. No se ven más que asesinatos, fusilamientos y cuchilladas”.

El próximo lunes concluiremos nuestro periplo por lugares que no son los primeros que a uno se le vienen a la cabeza cuando piensa en España viviendo experiencias que siguen siendo inconfundiblemente españolas o siendo sorprendidos porque lo que hoy es un lugar turístico de masas fuera hace sólo siglo y medio uno de los “países más bellos de la tierra y también uno de los más ignorados”.

(*) Las palabras en cursiva aparecen como tales en el original de L’Espagne.

Otras entradas de esta serie:

Los lunes del barón Davillier (1)

Los lunes del barón Davillier (2). De franceses hispanoblantes y de loros francófonos.

Los lunes del barón Davillier (3). De lenguas vernáculas.

Los lunes del barón Davillier (4). De una Barcelona sin Gaudí.

Los lunes del barón Davillier (5). De ladrones y otras gentes de mal vivir.

Los lunes del barón Davillier (6). Del verdadero plato nacional… y no es la paella.

Los lunes del barón Davillier (7). Del animal enciclopédico y calumnias vengadas.

Los lunes de Davillier (8). De cómo buscar emociones imaginando bandoleros de leyenda.

Los lunes de Davillier (9). De Los Siete Niños de Écija a José María el Tempranillo.

Los lunes de Davillier (10). De los toros como “cosa española por encima de todas las otras”.

Los lunes del barón Davillier (12). De ruidos, violines, guitarras y bellezas antaño ignotas

Los lunes del barón Davillier (13). De Doré y su visión de España como perfectos compañeros de viaje

Los lunes del barón Davillier (y 14). De Doré en la buena compañía de Cervantes y el ‘Quijote’

 

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2 comentarios a «Los lunes del barón Davillier (11). Del chocolate como excusa para descubrir la España desconocida»

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