Os dejamos otro texto de Natalie, que se ha leído En salvaje compañía de Manuel Rivas y nos escribe sobre su experiencia.
Me encantan los crucigramas. Sobre todo los criptogramas. Sus indicaciones son obras de arte: una mezcla de poesía y de humor, sucinto como un “haiku”, seductor y coqueto también, el sentido ocultado por casi-soluciones múltiples, pero la solución verdadera obviísima, una vez descifrado el código.
Para mí, estudiante de español, leer Manuel Rivas era un poco así. Ninguna palabra se debía ignorar. Cada frase era un enredo de belleza, y tenía que buscar yo el final del hilo correcto, desde el que la maraña, ligeramente agitado, se transformase en suavidad. Pero más que la satisfacción intelectual que me da un criptograma, En salvaje compañía me ofertó ideas y emociones y asombro. El vocabulario era muy complicado y seguramente que no entendí todo. Tengo que admitir que durante unos capítulos no me dí cuenta de lo que uno de los personajes principales se había muerto y se había convertido en un ratón. Curiosamente, por su calidad surrealista la historia, aún así corrompida, me pareció perfectamente razonable…
Todo lo de los ‘poetas-guerreros del último rey de Galicia’ me dejó un poco indiferente; claro que la historia tiene muchísimas capas y que algunas me eludieron, ignorante que soy de la cultura gallega. El libro me encantó aún así. Sin embargo, me sentí un poco desilusionada cuando llegué a la ultima pagina, en la que otra vez me encontré sola con el rey-cuervo y su protonotario… obligada a compadecerme de ellos. Y para final, la última palabra del capítulo, ¡no la entendí! Y no pude encontrarla en ningún diccionario. Tenía mis sospechas, pero no podía estar segura. El criptograma permaneció incompleto – para mi, una frustración atormentadora. Afortunadamente, me ayudaron mis colegas del club de lectura y ahora lo tengo claro. He conseguido perdonar al autor.
Por Natalie Shea.
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