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El quijote de mi vida: Natalya Estemirova

El fue viejo y delgado, seguido por su barba canosa, larga y suelta. Ella fue pequeña y llena de energía. Cuando Don Quijote, armado, estaba blandiendo su lanza y su palangana de latón, ella se quedó con una sencilla cámara, más primitiva que los juguetes de los niños.

Pero sus fotos, de la misma manera que este texto sincero de Cervantes, fueron dispersados por todos lados, llegando al alma de gente en cada rincón del mundo. Estos imágenes sacan a la luz la injusticia del mundo que la rodeaba. Imágenes de mujeres chechenas, cuyos lágrimas se desborden tal como había derramado el sangre de sus hijos; imágenes inolvidables de campesinos chechenos, de un padre que se puso fuera de sí, aplastado por un dolor abrumador ante su familia y su casa, ambas destruidas por la crueldad de la guerra. 

Nos sentamos con tazas de té. Dije, “Natasha, no tienes miedo?”. Respondió que sí, claro que sí. Describió que había enviado su hija vivir en seguridad, con su hermana. “Natasha, podría ser que es hora de parar esa quijotada? Ya no son molinos de viento – son gobiernos poderosos a quién estás agitando tu puño pequeñito”. Con la noble y ciega resolución de Don Quijote, respondió que no puede nunca dejar su pueblo. Sin ella no tendrían nadie a luchar por ellos.

Continuaba de preparar los pleitos de campesinos chechenos y llevarlos al tribunal de derechos humanos de Estrasburgo, así dando a ellos la voz, la palabra y una oportunidad sin precedente. Fue la única que arrastró estos problemas de la oscuridad de esta región perdida del mundo para mostrarlos al público global. Se enfrentó a la fuerza corrupta y peligrosa de dos gobiernos juntos, cuya política caótica no conoce controles ni de consciencia ni de la humanidad.

Fue asesinada este año, su cuerpo dejado al borde de la carretera. Ahora me siento con su hija, con tazas de té. Ella es más joven que yo, y hablamos de todo: de música, de escuelas, de chicos, de política. En ciertos, inesperados momentos, veo un brillo en sus ojos y me recuerde a su madre. Es el destello quijotesco y lo reconzco immediatamente porque brilla con la luz de pasión por una causa idealista, con la luz de un sueño.

En ese momento me doy cuento de que este idealismo de Don Quijote o de Natalia, esta lucha por un sueño a pesar de las consecuencias o de los sacrificios, no es una locura. Lo que hacemos nosotros mismos es la locura real: el hecho que no luchamos contra la injusticia que vemos cada día; el hecho que no tenemos esta chispa en los ojos que puede inspirarnos a querer, siempre querer, cambiar el mundo para mejor. 
 
Paulina I.
Escuela Europea de Culham

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