Hijo de cura anglicano y criado en el corazón rural de Nueva Gales del Sur, el australiano Luke Stegemann descubrió España por sorpresa en los años 80. Enamorado del país, no tuvo más remedio que volver a vivir en él, y desde entonces compagina temporadas en Australia y temporadas en España. Con una larga carrera como profesor, traductor y periodista -The Adelaide Review, The Melbourne Review-, y popular en las redes por su afecto a todo lo español, Stegemann ha escrito dos libros de tema completa o parcialmente español: The beautiful obscure (Transmission Press, 2017) y Amnesia road: landscape, violence and memory (NewSouth Publishing, febrero 2021).
-En The Beautiful Obscure se unen su condición de australiano que descubre España y la reflexión sobre los encuentros y lejanías entre ambos países en la Historia. ¿Qué atrae a un australiano, allá por los 80, a lo español?
Tuvo algo de fortuito. Viajaba por Europa tras terminar mi primera carrera y no había planeado pasar más de unos días. Sin embargo, una vez en España, sentí una atracción inmediata, a diferencia de lo que sentía, por ejemplo, en Grecia, Italia, Francia o Alemania. Los dos o tres días que había planificado pasar allí se convirtieron en un mes a medida que viajaba cada vez más por el país. Estamos hablando de 1984, y de una España que en muchos aspectos ha desaparecido por completo. La sensación más evidente fue la de descubrir una Europa de la que nunca me habían hablado. Era como si una sección entera del continente, cuya historia creía haber estudiado, hubiera estado oculta.
Así que la atracción era hacia lo desconocido, pero no era tan simple como la experiencia clásica de «orientalización» de «lo exótico». De inmediato quedó claro que esto era parte de mi propio patrimonio cultural, parte de la historia del continente de mis antepasados. Inmediatamente pensé: «¿Cómo no supe esto?» y luego, «¿Cómo puedo vivir aquí?» Cuando regresé a Australia y expliqué mi plan para vivir en España lo antes posible, mi familia y amigos no daban crédito. España aún no se había unido a la UE y estaba discutiendo su entrada en la OTAN. Dos años después, ya estaba en España como profesor de inglés.
Una cosa importante para mí es enfatizar que al ser australiano, a diferencia de británico o norteamericano, creo que aporto una perspectiva diferente sobre la historia y la cultura española. Vengo del «sur», del Pacífico y de una colonia europea: todo esto influye en mi manera de entender España y su lugar en el mundo. Ninguna parte de Australia fue colonizada por España (aunque podría haberlo sido), ni Australia ha tenido ningún conflicto con España. En ese sentido, no tenemos «historial», ni «equipaje» como países asociados. La gente a menudo habla de la similitud (hasta cierto punto, no debería ser exagerada) de carácter entre australianos y españoles, de gente muy amistosa y, debo decir, una reputación de tener una actitud desafiante ante la autoridad, que es principalmente una fachada y no una realidad. Ciertamente, existe la determinación en ambos países de disfrutar la vida y llenarla con el mayor placer posible, aunque los australianos son más conservadores socialmente.
-Durante siglos, la relación de España con Australia parece haber sido la historia de una frustración: ni los barcos de la aventura imperial ni los de las expediciones científicas encontrarían acomodo permanente en sus costas. A la vez, ese también parece ser el caso de Australia con España: inevitable pensar en ese verso de Ted Hughes a Sylvia Plath, en el que le dice que en su escuela nunca le hablaron de España…
En Australia, España siempre ha sido descuidada como tema de estudio. Esto se debió durante muchos años a la imitación australiana de la educación británica con todos sus prejuicios culturales y geopolíticos. En las últimas cuatro décadas nos hemos alejado de la órbita imperial británica y Australia se ha posicionado conscientemente como una potencia regional de Asia. Para ser un país «anglófono», hay un nivel muy alto de «alfabetización de Asia» en Australia. Dicho esto, salimos del paraguas británico para convertirnos en un aliado fiel y algo servil de EEUU, cuya cultura ha llegado a abrumar a la nuestra.
España es un destino turístico popular, aunque me desespera la cantidad de australianos que creen que visitar Barcelona y San Sebastián constituye «visitar España». Muy pocos aprovechan la oportunidad para explorar aquellas regiones que para mí son lo más destacado: Madrid; los pueblos de Zamora, Soria y Segovia; el Maestrazgo, las colinas de Jaén, la Tierra de Campos, sin olvidar los caminos de Toledo y Ciudad Real, a través del territorio del Quijote …
Madrid es un caso interesante en este punto. Siempre me han fascinado aquellos extranjeros a los que no les gusta. Para mí, Madrid es una concentración de tantas líneas de influencia histórica, cultural y política que es indispensable como punto de referencia. Por eso he tratado de comparar en mi libro momentos de la historia de Madrid con Australia. Ahí están los navegantes que, en época de Felipe III, reclaman atención para esa tierra, sin que les hagan caso. O cómo Carlos III muere en 1788, justo cuando los británicos fundaban lo que hoy es Sidney. Para mí, estas no son simplemente coincidencias; son líneas paralelas que fluyen a través de la historia, que no necesariamente se tocan en ningún punto, pero que de alguna manera influyen entre sí. Es por eso que sentí que las historias entrelazadas de Australia y España eran una gran historia no contada.
El poema de Ted Hughes que cita usted es un ejemplo clásico de esa interpretación de España a mediados del siglo XX desde el Atlántico Norte. Una España en blanco y negro, de clichés de la época franquista y esencialismo orientalista, que ha envejecido mucho. Esto, si me lo permiten, es la opinión de España que muchos australianos no tienen, porque no tenemos esos siglos de comparación cultural (y, a veces, de condescendencia). En The beautiful obscure no he mencionado el fútbol o las corridas de toros y muy pocas menciones al flamenco. Esto no se debe a que no aprecio y disfruto la singularidad cultural de cómo se realizan estas cosas en España, sino a que quería escribir un libro que evitara los comentarios habituales de las publicaciones.
Por cierto, y a propósito de la cuestión de la leyenda negra: al tratar de evitar los clichés anteriores, es innegable, al menos en mis lecturas culturales y políticas, apreciar un cierto tono despectivo hacia España que creo que atraviesa mucho pensamiento anglófono. Pero decirlo es invitar a la controversia. Uno puede creer que España fue maltratada por quienes la siguieron y que escribieron sus propias versiones de la historia como los «vencedores culturales», cuya influencia se extiende tanto en nuestro mundo contemporáneo. Uno puede apreciar esto y lo entiendo, sin caer en las teorías de la conspiración franquista de que un complot masónico y comunista en todo el mundo estaba tratando de destruir España. Pero he visto, con los recientes debates en torno a Roca Barea, que marcar la leyenda negra como algo real, puede etiquetarte como reaccionario, como franquista, lo cual me parece absurdo.
-¿Cómo expresar un amor por la cultura española e invitar a otros a sumergirse en ella, sin que tengan el acceso que ofrece el idioma?
A veces, la literatura y la música popular pueden ser de más difícil acceso para los extranjeros. Por esta razón, en mi libro y fuera, profundizo en el mundo del arte como un lenguaje más universal. Además de maestros obvios como Goya y Velázquez, quería que la gente conociera a algunos de mis pintores favoritos: Zurbarán, Sorolla y Zuloaga. Me cuentan mucho sobre España, y luego específicamente sobre el catolicismo, o Valencia, o Castilla. También quería expresar algunas opiniones «controvertidas»: nunca me ha gustado mucho el arte de Dalí, o de Picasso, o de Gaudí. Siempre he preferido Ribera a Velázquez. Estos son solo gustos personales. Otros favoritos son Juan de Juanes, Luis Morales, Alonso Cano, los románticos del siglo XIX y los pintores de la historia … Y quizás por encima de todos ellos, para mí, está El Greco. En verdad, el más grande.
Para mí, esta concentración en lo que es en gran medida, aunque no exclusivamente, arte religioso, es deliberada. Vivimos en una época en que la Iglesia Católica ha sufrido un enorme daño de reputación; en Australia esto es muy pronunciado. Destaco en el libro que defender el catolicismo es difícil de vender hoy en una sociedad secular y en muchos sentidos enojada. Sin embargo, existe (para alguien criado en los anglicanos como yo) una clara distinción entre la Iglesia católica como institución y el catolicismo en sí mismo, como un sistema de creencias que ha sido la fuerza motriz o la inspiración de gran parte del arte y la poesía más importantes de los últimos 500 o más años. Es este elemento del catolicismo lo que deseo celebrar; es un juicio estético, no moral.
–En España también tenemos nuestros clichés sobre Australia.
Cuando viví en España por primera vez, la ignorancia de Australia era casi total, y lo mismo era cierto en Australia con respecto a España. A finales de los años 80, el cliché de ‘Crocodile Dundee’ fue algo con lo que, como todos los australianos en el extranjero, tuve que vivir mucho tiempo. Con los años, esta situación ha cambiado drásticamente, pero Australia sigue siendo algo desconocido. Internet pone a la vista todo el mundo, pero todavía hay preguntas sobre la naturaleza de Australia: ¿Cómo de grande es realmente? ¿Hay tantos animales e insectos peligrosos? ¿Sigue siendo una colonia británica? ¿Cómo es de asiático? Creo que mucha gente está sorprendida por lo multicultural que es Australia y la gran diversidad de nuestra población.
Otro factor importante para superar la ignorancia ha ocurrido en la última década: por un lado, cada vez más jóvenes australianos hacen en España una parte esencial de sus viajes internacionales; mientras que después de la crisis financiera de 2008, miles de jóvenes españoles, sobre todo profesionales altamente calificados, encontraron oportunidades de trabajo en Australia. Esto fue una especie de «fuga de cerebros» para España, pero Australia se ha beneficiado enormemente. Los españoles a menudo se encuentran entre los principales científicos e investigadores en Australia en la actualidad.
-Australia y España afrontaron una cuestión similar: qué hacer con las poblaciones originarias.
Si, absolutamente. Pero con al menos dos diferencias: en primer lugar, en Australia este problema todavía está con nosotros, a pesar del enorme progreso que se ha logrado. De hecho, muchas personas argumentarían (y yo estaría de acuerdo) que el largo y lento proceso de reconciliación con la población indígena sigue siendo el mayor desafío de Australia como nación. En segundo lugar, en Australia, la presencia indígena no forma parte de un «imperio de ultramar», sino que forma parte del tejido cotidiano de nuestra nación. De hecho, el desarrollo de Australia, tal como lo conocemos, sólo fue posible gracias al desplazamiento de la cultura indígena.
Siempre he creído que una colonización española de Australia, sin ser ni mejor ni peor, habría tenido resultados diferentes para la población indígena. Hubiera habido más matrimonios mixtos y un esfuerzo significativamente mayor para registrar y preservar algunos de los aproximadamente 200 idiomas que existían aquí antes de la colonización, la gran mayoría de los cuales se han perdido.
–El arte, al que tantas páginas dedica en su libro, parece habernos aproximado, más allá de los estudios sobre Goya de Robert Hughes, hasta ahora “el” hispanista australiano…
Es interesante: creo que su libro sobre Goya fue uno de los mejores, mientras que su libro sobre Barcelona fue uno de los más débiles: fuera de sus áreas de especialización de arte y modernismo, en realidad no daba la sensación de haber «vivido» Barcelona. En todo caso, yo invitaría a los españoles a explorar el arte australiano, que es tan diverso como el propio país. Aunque a menudo ha seguido las tendencias europeas y norteamericanas, sin embargo, también ha traído un magnífico grupo de artistas al escenario mundial. También tiene una creciente importancia para muchos australianos, de todos los orígenes, el mundo diverso, original y profundo del arte indígena.
-Cerramos. Han sido 35 años desde que se encontró con España…
Lo digo en mi libro. Tantos años sumergiéndome en el universo español han resultado enriquecedores en más formas de las que puedo contar, pero sobre todo, hay algo más que me resulta difícil de definir, aunque que sé que es cierto. Me ha hecho una mejor persona. Esto tal vez sea cierto para todos los que aprendemos a vivir en dos culturas y dos idiomas: nos hacemos personas más sabias, más tolerantes y, espero, más compasivas. Por esto, siempre digo, y lo creo sinceramente, que estoy en deuda con los españoles.
Hispanist and historian, Trevor John Dadson passed away on January 28th, 2020. A corresponding academic at the Royal Spanish Academy (RAE) with a doctorate from the University of Cambridge, Dadson studied the work of the great poets of Spanish Golden Age: Lupercio Leonardo, Bartolomé Leonardo de Argensola, the Count of Salinas and Gabriel Bocángel.
“Trevor Dadson has been an immensely prestigious Hispanist, a scholar like those who no longer exist; a teacher with a multitude of disciples and a great university manager and promoter of Hispanism and its visibility in the United Kingdom and Ireland. His death is a huge loss because he continued with an impressive intellectual activity. He has been one of the great connoisseurs of our poetry – baroque and contemporary – and frontline characters of our Golden Age,” said the director of the Instituto Cervantes London, Ignacio Peyró.
In addition, Peyró highlighted his study of the Moors in Villarrubia de los Ojos as “a pioneering and model book in cultural studies. His mark is immense, and recently he was lucky to see how many of his disciples gathered articles on Spanish poetry for a tribute book. Dadson was also, and above all, a lover of Spain: its languages, its literature, its culture and its people.”
Dadson had a degree in Hispanic Philology from the University of Leeds and a PhD from the University of Cambridge. He was editor in chief of Hispanic Research Journal and Emeritus Professor of Hispanic Studies at Queen Mary College at the University of London.
Born on October 7, 1947, Dadson became part of the British Academy in 2008 and was a professor at the universities of Belfast, UNED and Castilla-La Mancha. In 2015, he was granted the Commendation of the Order of Isabel la Católica by King Felipe VI, for his services to Spanish culture.
That same year, Dadson was interviewed by former director of the Instituto Cervantes in London, Julio Crespo MacLennan, at the headquarters of the Institute in the British capital, as part of the Conversations with Great British Hispanists.
In 2017, Dadson participated in the Tribune of Hispanism, launched by Instituto Cervantes in Madrid, a new forum of meetings in which prominent Hispanism took part, such as the British historian Sir John H. Elliott and the Marquis of Tamarón.
El hispanista e historiador británico Trevor John Dadson falleció la madrugada del 28 de enero de 2020. Académico correspondiente de la RAE y doctorado por la Universidad de Cambridge, Dadson estudió la obra de los grandes poetas del Siglo de Oro: Lupercio Leonardo y Bartolomé Leonardo de Argensola, el Conde de Salinas y Gabriel Bocángel.
«Trevor Dadson ha sido un hispanista de inmenso prestigio, un erudito como los que ya no hay, un maestro con multitud de discípulos y un gran gestor universitario e impulsor del hispanismo y su visibilidad en Reino Unido e Irlanda. Su muerte es una pérdida enorme porque seguía con una actividad intelectual impresionante. Ha sido uno de los grandes conocedores de nuestra poesía -barroca o contemporánea- y de personajes de primera línea de nuestro Siglo de Oro», señaló el director del Instituto Cervantes de Londres, Ignacio Peyró.
Además, Peyró destacó de su estudio sobre los moriscos en Villarrubia de los Ojos como «un libro pionero y modélico en los estudios culturales. Su huella es inmensa, y hace poco tuvo la suerte de ver cómo muchos de sus discípulos reunían artículos sobre poesía española para un libro homenaje. Dadson era también, y ante todo, un enamorado de España, de sus lenguas, su literatura, su cultura y sus gentes».
Dadson era licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Leeds y se doctoró en la Universidad de Cambridge. Fue editor en jefe del Hispanic Research Journal y Catedrático de Estudios Hispánicos en el Queen Mary College de la Universidad de Londres.
Nacido el 7 de octubre de 1947, Dadson formaba parte de la British Academy desde 2008 y fue profesor en las Universidades de Belfast, UNED y Castilla-La Mancha. En 2015 le fue concedida la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica por el rey Felipe VI, por sus servicios a la cultura española.
Ese mismo año, Dadson, fue entrevistado por el director del Instituto Cervantes de Londres en aquel entonces, Julio Crespo MacLennan, en la sede del Instituto en la capital británica, dentro del Ciclo de Grandes Hispanistas Británicos.
En 2017 Dadson participó en la Tribuna del Hispanismo, puesta en marcha por el Instituto Cervantes en Madrid, un nuevo foro de encuentros en el que participaron destacados estudiosos de la cultura hispánica, como el historiador británico sir John H. Elliott y el Marqués de Tamarón.
Entrevista a Robert Goodwin, historiador e hispanista, publicada en el ABC Cultural el 6 de julio.
Por Ignacio Peyró
En la solapa de los libros de Robert Goodwin encontramos una descripción que más parece una declaración de intenciones: “divide su tiempo entre Londres y Sevilla”. Desde la traducción, en 2016, de España. Centro del mundo, 1519-1682, este joven padre y doctor en historia es de los hispanistas que más rápido y más hondo han llegado al corazón y a las estanterías de los españoles, quizá porque, como él mismo confiesa, “yo he terminado estudiando temas españoles por mi amor por el país”. Un amor ya visible en la lengua: su castellano suena con un purísimo acento andaluz. Tras su éxito de 2016, Goodwin acaba de publicar en el mundo anglosajón América. The epic story of Spanish North America, 1493-1898, aún por traducir: un recorrido tan fascinante como documentado por un terreno en buena parte ignoto para el lector español. ¿Quién sabe que, al terminar la Revolución americana, la Corona española podía reclamar la mitad del Estados Unidos actual? De Colón a Cabeza de Vaca y de Esteban –el primer afroamericano documentado- a Bernardo de Gálvez, Goodwin cuenta, a través de sus personajes, una historia de héroes y misioneros, de oro y gloria, de ambición y crueldad pero también de leyes. No hace falta decir que se lee tan bien como todo lo suyo. Y de América hemos hablado con él: de América y de su trayectoria de hispanista.
-Su padre era el mayor experto en arquitectura otomana. Sin embargo, por así decirlo, usted ha tomado el lado bueno en Lepanto…
-Mi padre me inculcó el amor de viajar –en el sentido literal y mentalmente, como investigador. Pero claro, como Edipo, supongo que había que “matar al padre” en su labor paternal, que era Turquía, y he huido al otro punto del Mediterráneo. En fin, sin entrar en temas freudianos, lo que ocurrió es que para mi generación de británicos España era un país muy asequible. Y cuando tengo dieciocho años y aterrizo en España y todo el mundo sonreía, decía yo que sería por algo, y para saber por qué era, mejor empezar a aprender español. Y a consecuencia de aprender el lenguaje empecé a conocer la cultura y a enamorarme del país.
-Pero no todo su contacto con España ha sido a través de la facultad de “Filosofía y fiestas” de Granada. También ha tenido grandes maestros como Sir Barry Ife, gran cervantista.
En Granada tuve la suerte de estudiar la cultura hispanomusulmana bajo Antonio Fernández Puertas, pero es verdad que mi gran influencia has sido Sir Barry Ife, un maestro a quien la enseñanza le viene de nacimiento, a diferencia de muchos investigadores que no saben comunicar lo emocionante de sus investigaciones, nunca aburría a sus alumnos y inculcaba un amor por la literatura de Siglo de Oro. Nos ponía en semicírculo a los estudiantes alrededor de él y era una experiencia muy íntima, cada uno con su texto, hablando de lo que podía significar… Pero no era sólo él. En esa época, hablo de hace veinticinco años, en King’s College, había una serie de profesores extraordinarios: John Butt, Katherine Boyle, Xon de Ros, Antonio Moreira…
-Entrando ya en el libro, si España tiene algo de historia de amor, América es un libro de aventuras…
-Estoy de acuerdo, y siempre quise que fuera así. Al fin y al cabo, estamos hablando de terrenos cercanos a Hollywood, y aunque el libro tiene varios niveles de lectura, he querido que uno de ellos fuera ese: el del libro de aventuras. Es un libro de Hollywood, sí, aunque no en el sentido de la invención: todo es verídico, o por lo menos sigo las fuentes originales. Pero empleo esas fuentes para transmitir una sensación de aventura.
-Hay una coherencia en que América siga a España. A la vez, se trata de un mundo menos conocido, con el que estamos peor familiarizados…
-En realidad, la idea de este libro me vino antes de escribir España. Pero la primera vez que intenté vender el proyecto no tuve éxito, de modo que escribí el otro y el éxito de España fue el que me abrió el paso para poder escribir este. También hay que tener en cuenta que la situación política ha cambiado mucho: casi todos los americanos son conscientes de que hubo un pasado hispánico, pero no están muy informados sobre este periodo. Entonces era el momento de escribirlo.
-Estamos muy hechos a los pizarros y los corteses, pero cuesta creer lo fascinantes que son los personajes de la Norteamérica española. ¿Cómo eran esos hombres?
-Hay que tratar a cada personaje como un individuo. Diría lo mismo en cualquier contexto. Lo que hay que entender, cuando escribes historia a tanta distancia, es que estás estudiando la historia que escribieron ellos, algunos personajes. Un pecado de los historiadores contemporáneos que tratan esa época es presentar a los personajes como si fueran personajes históricos del siglo XX. El historiador de esta época reciente tiene demasiada información; el historiador que escribe sobre el siglo XVI normalmente tiene dos, tres crónicas, alguna documentación…. En un libro como este lo que he querido hacer es sacar la versión más animada de cada personaje para dar un hilo central a cada narración. Porque, al fin y al cabo, la de los españoles en Norteamérica es la historia de una serie de eventos, de aventuras, de fracasos, de triunfos… y yo creo que para el lector, al menos el lector al que yo quisiera atraer, que no es el típico lector de libros de historia, tiene que leerse como una novela. He tenido y tengo otro papel como investigador académico, universitario, pero mi intención no es presentar ese tipo de investigación al público en un libro como este –o, si lo hago, que sea de manera muy amena, asequible, como si fuera una novela. Por eso he querido destacar todas las facetas de cada personaje, e incluso he intentado indagar o, por lo menos, especular, sobre los motivos de cada personaje en cada momento.
-Se ha hablado mucho de la sed de oro de los españoles, el propio Cortés habló de ello. Sin embargo, es llamativo cómo desde pronto hay una autocrítica profunda del propio proyecto imperial…
-Es algo que siempre me ha impresionado. Cómo, a la mitad del siglo XVI, Carlos V decidió, al menos en teoría, suspender toda actividad conquistadora mientras sus teólogos y juristas decidían cuáles tenían que ser los límites y las normas de la aventura imperial. Sabemos que la realidad iba a ser diferente de lo que intentó ordenar un rey, pero la mera intención de hacerlo nos deja con un escalofrío –casi nos define una civilización. Y lo interesante es que no sólo pasa entonces. Lo que sabemos de la campaña de Oñate, por ejemplo, o de Vázquez de Coronado, lo sabemos por documentación fundamentalmente legal, documentación producida para justificar, para informar… Hay una obsesión con la ley y la burocracia. Estamos frente a una gente que son conquistadores, que tienen armas, armaduras, caballos… pero al fin y al cabo también eran burócratas. Que pudieran respetar la ley en un momento de crisis total en la Florida, por ejemplo, en que fracasa otra expedición para su conquista, y decidan parar antes de matarse los unos a los otros para emprender un pleito, y luego mandan los papeles a México en un barco… Eso también es civilización: abandonar las armas como forma de resolver un problema y sujetarse a la ley. Y eso no lo estaban haciendo en otras partes del mundo.
-Es curiosa la cierta mala prensa de los Borbones –usted mismo habla de Carlos III como excepción-, pero las reformas borbónicas tuvieron su peso…
-Sí, es un gran momento para España. El del imperio español en el XVIII es un tema fascinante. Aunque la explicación tal vez peca de sencilla, el problema de Carlos III es que quizá fuera demasiado eficaz, mientras que bajo los Austrias hubo menos control, menos Gobierno; era un sistema mucho más suelto. Luego, bajo los borbones, sobre todo bajo Carlos III, el Estado consigue imponerse en el imperio. Eso funcionó hasta que la invasión napoleónica dejó al Estado sin esa capacidad de imponerse.
-Aun cuando no fuera nuestra, esta historia de la Norteamérica española sería apasionante. ¿Por qué tal desconocimiento sobre ella entre nosotros?
-España comparte esa ignorancia con los norteamericanos, incluso hasta cierto punto, con los mexicanos. Tiene mucho de interpretación, pero creo que para España era una parte del Imperio periférica: México y Perú tenían más peso político y económico (para no dar impresión de que el libro trate de algo de poca importancia); allí se había derrotado a dos imperios importantes, ricos y poblados; eran fuentes de riqueza económica. En Norteamérica, sin embargo, al llegar a California, a Nuevo México, a todo lo que es el oeste, lo que se encuentran es un terreno vaciado. Ya habían muerto millones de indígenas por enfermedades demoledoras como la viruela. Y es importante acordarse de que al principio lo que buscan la mayoría de los conquistadores era mano de obra. Hoy entendemos una finca como un terreno, pero en el siglo XVI la población era mucho más importante que el terreno en sí.
-En el canon nacional estadounidense, el legado hispánico también está ausente por comparación con el entronque pionero y aristocrático de la Costa Este. ¿Se está dando la vuelta a esto?
-Va a ser muy difícil cambiarlo. Fundamentalmente, las Trece colonias británicas, ya por el siglo XVIII, tenían muchísima fuerza económica. Toda la fuerza económica que había en Norteamérica, excluyendo México, todo lo que para un occidental constituye la civilización, está en la Costa Este. La presencia española era, en muchas partes, escasa, por lo que hasta cierto punto es comprensible que los americanos considerasen la presencia española como algo comparativamente menor. Pero luego, si ya empiezas a pensar de esa manera, y te crían además con la expectativa y el mito de que las raíces de tu nación son de la Costa Este, la presencia española se hace, digamos, muy inconveniente. Más aún si ese mito se asienta sobre un movimiento de pioneros puros, de gente humilde llegada de Europa, escapados de un mundo tiránico de monarquías… Como decía, ahí resulta muy inconveniente escribir que si esos pioneros sobrevivieron fue porque encontraron ciudades de fundación española con gente viviendo allí, con sus tiendas y sus tabernas. Un eje para lo español también podría haber sido la historiografía mexicana, pero les suele resultar mejor olvidar por completo que la mitad de tu país ha sido anexionado por tus vecinos.
-¿Pero se empieza a recuperar esa historia, hay una reconciliación mayor con el pasado hispánico…?
-En realidad siempre ha habido, aunque de una manera quizá romantizada. Richard Kagan acaba de publicar un libro fascinante: The Spanish craze 1779-1939, “la locura por lo español” o “la fiebre española”, que estudia la imagen de España en Estados Unidos. Por tanto, siempre ha habido un interés. Lo que pasa es un interés con un punto de fantasioso y romantizado, a veces de manera estrambótica. Esa fascinación se nota mucho, especialmente, en la arquitectura. En términos generales, fuera de lo que es la academia, en un mundo poco fiel a la historia verdadera, siempre ha habido bastante interés en la idea de que hubo un pasado español. Otra cosa es que esa idea sea fiel a la realidad.