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[Cultura] En una carta

A primeros de julio me llamó la atención la noticia que vi en la televisión australiana ABC sobre la donación de los diarios de Norman Lee Pearce a la State Library of New South Wales. Norman Lee Pearce fue un soldado que murió como consecuencia de las heridas sufridas en la Batalla del Somme, en 1916. Durante la Primera Guerra mundial los soldados tenían prohibido escribir diarios y las cartas estaban censuradas. Norman Lee Pearce se las ingenió para con una letra pulcra y a lápiz plasmar sus impresiones en esos diarios que ahora tiene la biblioteca en Sídney. Fíjate lo importante que es dejar testimonio de lo que uno piensa o ve para que luego, digo yo, podamos saber del otro. El soldado incluso con el estruendo circundante de los morteros, las inclemencias del tiempo y las ratas que infestaban las trincheras, dedicó unos minutos a escribir algo que le salía de si mismo. De algún modo nos abrió su corazón, y ahora nos conmueven sus palabras y su gesto. Me pregunto que cosa hay más íntima que un diario. ¿Tú llevas uno? Ja, ja, no te estoy preguntando por tu agenda, que me imagino que siempre está repleta de compromisos. No, te pregunto por ese cuaderno en el que uno va anotando lo que le sucede con la cadencia del pasar de los días."Vargas Llosa" Imagínate lo que sabríamos de ti si nos hiciésemos con él. Es broma. La intimidad es el único lugar donde uno puede ser libre de verdad y, por tanto, no puede ser violada. ¿Tú crees que las cartas también tienen el mismo valor? Entre tú y yo mantenemos desde hace tiempo esta correspondencia en la que nos confesamos cosas. Mis misivas van dirigidas a ti y consecuentemente siempre pienso que te estoy confesando algo que no diría a todo el mundo. En ese sentido, sí. Leí hace mucho tiempo un libro de Natsume Soseki, el escritor japonés autor de Yo, el gato. Ya sabes que a mi no me gustan los gatos. Mejor dicho, yo no les gusto a ellos, pero no por ello me va a dejar de gustar lo que escribe Soseki. El libro del que te quería hablar es Kokoro. Es un libro en el que los protagonistas no tienen nombres. Y tiene que ver con una carta, con una confesión. Está divido en tres partes. En la primera, un joven estudiante conoce a un intelectual de vida apartada al que el chico quiere tomar como su sensei o maestro. Narra cómo se conocen en Kamakura y las visitas que le hace a su casa en Tokio, donde vive con su mujer. En la segunda, el joven estudiante tiene que regresar a su pueblo para cuidar de su padre enfermo, y leemos cómo es su relación con su familia. Al final de esta segunda parte, el estudiante recibe una carta de sensei en la que dice [te advierto que no deberías leer lo que sigue si no quieres conocer el final del libro] que cuando lea esa carta, él ya no estará en este mundo. El chico toma el primer tren para Tokio. La tercera parte del libro es la carta de sensei al estudiante. En ella sensei le confiesa los motivos de su suicidio. Cuando él fue estudiante se alojó con un amigo, K., en una casa en la que había una chica, la hija de la dueña. K. le confesó a él que se había enamorado de la joven. Como él también lo estaba, dio el paso de pedirle la mano a la madre para casarse con su hija. K. abatido decide suicidarse. Sensei le explica cómo no puede soportar más el dolor por la muerte de su amigo, de la que se siente responsable, y que por eso quiere acabar con su vida. Le pide que le guarde el secreto y que no se lo revele a su mujer. ‘Kokoro’ significa en japonés un término entre corazón y sentimiento. Y no es casualidad que el nombre del amigo de sensei se llame K. y que sea el causante del desenlace final. La novela me hizo reflexionar sobre la importancia que tenemos de comunicarnos con los demás. En un diario, quizás, nos confesamos con nosotros mismos, independientemente que luego lo que escribas lo lean otros después de muerto, como en el caso del soldado. Para mi la carta tiene la importancia de añadir ese grado de intimidad para con el otro. Y por eso, leyendo esta historia tan mágica, como la cuentan los japoneses, me emocioné tanto. Muchos escritores han escrito cartas y han publicado libros sobre esa correspondencia. El otro día vi, fruto del azar, un libro que estaba en el carro de las devoluciones de nuestra biblioteca. Un libro escrito nada menos que por Mario Vargas Llosa. Y ojo al título: Cartas a un joven novelista. No me sentí aludido por lo de novelista pero sí por lo de lector de cartas. Te lo recomiendo. Se trata de una colección epistolar en la que el maestro le confiesa los secretos del oficio a un supuesto discípulo. Muy interesante. Pásate de vez en cuando por la biblioteca de nuestro centro. A veces, por casualidad uno encuentra lo que no anda buscando. Me dice mi compañera María, la bibliotecaria, que está preparando una entrada en este blog sobre Nicanor Parra. Ya podrás leerla en unos días. ¿Te acuerdas de aquellas postales, aquellas “hojas de parra”? Carta, postal o lo que quieras. No dejes de escribirme, lo que quieras. Ya sabes que me gusta saber de ti y leer lo que escribes. En esta vida, sí. Que nos dure, y que sigámonos carteándonos. Un abrazo, JL

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