Ana Cristina Herreros (Ana Griott es su nombre de batalla cuando se sube a un escenario a contar cuentos) nació en León y realizó su tesis doctoral en Madrid sobre la literatura de los que ni escriben ni leen. Así, investigando en la tradición oral, se topó con los cuentos y empezó a contar. Después comenzó a escribir: Cuentos populares del Mediterráneo, Libro de monstruos españoles, Libro de brujas españolas, La asombrosa y verdadera historia de un ratón llamado Pérez o Geografía mágica son algunos de sus libros publicados por Siruela. En 2011 publicó, también en esta editorial, Cuentos populares de la Madre Muerte.
Sergio Angulo: —Ana, ¿qué diferencia hay entre un cuento y un relato?
Ana Cristina Herreros: —Normalmente los relatos tienen una estructura un poco difusa. Los cuentos tienen todos la misma estructura. Hay un planteamiento de personajes y situaciones, un conflicto, un personaje que se pone en camino, alguien que ayuda, el «donante» que diría Vladimir Propp, y el conflicto se resuelve. Y cuando el personaje que se ha puesto en camino consigue resolver el conflicto, alcanza la dignidad de rey, que quiere decir que se convierte en soberano de su propia vida. En los relatos no necesariamente existe esta estructura. Puede existir una estructura un poco distinta.
Sergio Angulo: —Segunda diferencia: ¿qué diferencia hay entre un monstruo y un villano?
Ana Cristina Herreros: —Es importante atender a la etimología, que es el origen de nuestras palabras. La palabra «monstruo» viene de monstrare, del latín, que significa «enseñar», y de ahí viene la palabra «maestro» también.
El monstruo es lo que se pone delante de ti, agranda una cualidad casi siempre negativa que tú tienes dentro, y te muestra que tú también a veces eres así. Eso es un monstruo. Y un villano es, como su propio nombre indica, alguien que comete maldades, villanías, en una villa, en una ciudad.
Sergio Angulo: —Hablando de la etimología de las palabras. Cuando hablamos de «contar», ¿tiene algo que ver con contar números?
Ana Cristina Herreros: —Sí, porque cuando uno cuenta establece una prioridad en el relato que va a contar y hace como una enumeración de sucesos que va desgranando, como si lo que se cuenta fueran las cuentas del rosario, una cuenta detrás de otra, o un suceso detrás de otro.
Sergio Angulo: —Otra diferencia, ¿qué diferencia hay entre un cuentacuentos y un actor?
Ana Cristina Herreros: —Hay muchas diferencias. Hay una muy importante y es que el actor cuenta o hace su espectáculo de narración o de teatro con una cosa que en el lenguaje técnico teatral se llama «la cuarta pared», y es que el público es una pared, el público no interactúa. El narrador mira a los ojos de la gente que está escuchando y tiene en cuenta lo que sucede en el espectáculo. Cuando tú haces teatro miras al infinito, porque el espectador no existe. Pero cuando tú cuentas, tú miras a los ojos de cada una de las personas que hay en el teatro, aunque haya cuatrocientas personas.
Sergio Angulo: —¿Se interactúa?
Ana Cristina Herreros: —Claro, porque eso es la oralidad, y en la oralidad, frente a lo escrito, lo que hay es un presente, el presente del momento, del instante en el que yo cuento. Entonces, si yo vengo aquí a contar «El bosque animado» y de pronto llegan niños muy pequeños, pues tengo que incorporar cuentos que los tengan en cuenta, porque, si no, no se va a producir el acto comunicativo que yo pretendo. Esa es una de las diferencias. Otra es que los actores tienen un texto que permanece invariable y el narrador no tiene un texto. El narrador tiene una cadena de sucesos, unas imágenes, que va contando, que va desgranando a medida que avanza su relato. Y de hecho, en la interacción con el público pueden suceder cosas como que, de pronto, algo que suceda en el público lo incorpore el narrador a su relato. En el espectáculo teatral no. El texto es el que es. Nada que suceda se puede incorporar. Actor y narrador son dos figuras completamente diferentes.
Sergio Angulo: —La última diferencia: ¿Qué diferencia hay entre Ana Cristina Herreros y Ana Griott?
Ana Cristina Herreros: —Son la misma y son dos. Esto es como lo de Don Quijote, que cada vez que salía tenía un nombre distinto. Con todos mis respetos a Don Quijote y sin pretender ser Don Quijote tampoco.
Normalmente firmo con mi nombre, Ana Cristina Herreros. Como editora soy Cristina Herreros y como narradora soy Ana Griott, porque cuando empecé a contar, yo estaba haciendo una tesis doctoral y mi tesis se titulaba Neopopulismo en la lírica culta del siglo XX. Son estos títulos rimbombantes que le tiene que poner uno a la tesis para que parezca una investigación de algo serio. Y como mi tesis era sobre oralidad, me fui a escuchar a los narradores que participaban en el Festival de Otoño de Teatro en el año 92, porque en la letra pequeña del programa ponía «Espectáculo de narración oral escénica». Y me quedé absolutamente perpleja, porque había dos narradores contando con adultos, no contaban con niños, en un teatro, y la gente les aplaudía y lo que allí sucedía era una comunicación impresionante. Y yo decidí que quería hacer eso, pero mi formación era universitaria, libresca, y no tenía ninguna experiencia escénica. Entonces empecé a hacer cosas de expresión corporal, de voz, de clown también. Y todo eso me ayudó para ser la narradora en la que me convertí. Ana Cristina Herreros se había convertido en Ana Griott.
Luego empecé a contar. Por entonces gestionábamos un local de copas donde se contaba todos los martes, el Café de la Palma, en la Calle de la Palma, en Madrid. Estuvimos contando todos los martes durante once años. Como contábamos todas las semanas y el público es muy fiel, no se podía contar los mismos cuentos, pero tampoco daba tiempo a preparar cuentos nuevos de una semana a otra, de modo que nos agrupamos varios narradores y nuestro grupo se llamaba Griott. Entonces la gente empezó a decir «Ana la de Griott» y con Ana Griott me quedé. El nombre me lo pusieron. No lo elegí yo. Por cierto, que los griotts son los narradores del centro-este de África. Es el nombre genérico con el que se los designa.
Sergio Angulo: —Ahora que hablas de África: Cuando se estudian las culturas, y sobre todo culturas primigenias, se estudia lo que narran, y se suele relacionar a veces con rituales. Se cuentan historias alrededor del fuego, o por la noche para dormir a un niño. ¿Qué conexión hay entre narración y ritual?
Ana Cristina Herreros: —Hay mucha conexión. Los griots acompañan a los niños que van a morir. Acompañan, en general, a la gente que va a morir, también a los niños. Tocan un instrumento que solamente tocan en esa ocasión, que se llamapluricuerda. Y lo que le cantan a los niños es «Tranquilo, niño, que tu madre está aquí, tranquilo, niño, que tu madre está allá». El objetivo del griot es que el niño muera en paz, que muera tranquilo.
Es gente, como te decía, que acompaña la vida y la muerte, porque los cuentos son para vivir. De hecho, hay un estudio en África que cuenta que en las comunidades donde las madres van a trabajar y los niños se quedan con las abuelas, los niños tienen una esperanza de vida mayor. Y eso que las abuelas no dan de comer, porque no tienen leche en sus pechos. Pero sí que dan un alimento, que es el alimento de la confianza, de la esperanza, que son los cuentos. Los niños que escuchan cuentos de sus abuelas tienen más oportunidades de sobrevivir.
Sergio Angulo: —¿Todos los cuentos tienen que tener moraleja?
Ana Cristina Herreros: —No. Lo de la moraleja es un invento del racionalismo francés y del siglo XVIII. Los cuentos tienen mensaje, no tienen moraleja, que es muy distinto. La moraleja se hace explícita, el mensaje no. El mensaje está ahí y cada cual lo interpreta según le parece. Porque el cuento es un texto literario también, aunque no tenga letra, aunque sea oral. Y como todo texto literario, es ambiguo: del mismo cuento uno puede entender una cosa y otro otra. Los cuentos no tienen moraleja, pero sí tienen mensaje, un mensaje muy profundo, y prueba de ello es que se han transmitido de generación en generación, porque entroncan con lo profundamente humano.
Si te fijas, los cuentos populares de todos los lugares son esencialmente los mismos. Los motivos folclóricos son universales, lo que cambian son los detalles. El elemento mágico en el Mediterráneo es la almendra o la naranja. En Siberia no, porque no hay. Pero los cuentos son los mismos, y es así porque los cuentos hunden sus raíces, según Vladimir Propp y el formalismo ruso, en tiempos muy antiguos, en el Neolítico, en el momento en el que hombres y mujeres comenzaron a cultivar la tierra y se convirtieron de nómadas en sedentarios. En ese momento se gestan todos los cuentos populares. Esto sucede en la zona del Cáucaso. Con las migraciones, después de la última glaciación, los cuentos se expanden por todo el mundo. Por eso los cuentos son iguales.
Sergio Angulo: —Vladimir Propp decía que no sólo los temas son universales, sino su estructura también.
Ana Cristina Herreros: —Así es, la estructura de la que hablaba antes, cuando comentaba la diferencia entre cuento y relato, es de Propp. Sí, la estructura coincide, porque los cuentos tradicionales son perfectos. No les sobra ni les falta nada. Por eso se transmiten de generación en generación.
Sergio Angulo: —Después de Vladimir Propp, Joseph Campbell, en su estudio de los mitos, también establece una universalidad total en las religiones, en sus mitos.
Ana Cristina Herreros: —Mircea Eliade también tiene unos ensayos sobre mitos universales. Estas cosas que se transmiten tienen que ver con lo profundamente humano, y en eso somos todos iguales. No hay diferencia entre norte, sur, ni siquiera entre este y oeste. Mi último libro es sobre la muerte, y aunque pueda parecer que la muerte en Occidente y en Oriente es distinta, en los cuentos populares es exactamente la misma. En Japón hay reminiscencias de cuentos populares, de fábulas, de mitos, que tienen que ver con las griegas. La cultura parece distinta, pero no lo es.
Sergio Angulo: —Sobre el mensaje en los cuentos, hay una cosa que me interesa. ¿Cómo se puede utilizar en el sistema educativo actual el contar cuentos para transmitir un mensaje?
Ana Cristina Herreros: —Está sucediendo. Los cuentos son lectura obligatoria en la escuela, pero sobre todo son cuentos de autor. De hecho, los cuentos populares en el sistema escolar no tienen buena prensa porque hubo quien se empeñó en decir que transmitían valores machistas y que había que quitarlos de la escuela. Eso es no tener mucha profundidad en el conocimiento de los cuentos populares, porque los cuentos populares son perfectamente coeducativos y enseñan cosas como la convivencia.
Hay un cuento precioso que es «La niña de los tres maridos». Yo cuento una versión de Murcia, pero hay versiones por todas partes. Es una niña que se acaba casando con tres chicos, fíjate. Eso, en el cuento es supernormal, cuando la normalidad en las sociedades donde existen matrimonios múltiples es que sean poligámicas, no poliándricas. O sea, que existan diferentes mujeres y no diferentes hombres. Eso en los cuentos populares se contempla con una normalidad impresionante.
Yo cuento también el cuento de «La ratita». La rata, en la tradición oral, nunca fue presumida. Nos la volvieron presumida porque en el siglo XIX se generalizó la enseñanza, con la ley Moyano, y vinieron las órdenes religiosas, francesas sobre todo, a enseñar a las señoritas españolas. En ese momento, una «señorita» que se preciara debía ser recatada. Para inculcar que no había que ser presumidas, le dieron la vuelta al cuento y volvieron a la rata presumida. Por eso se compra un lazo. En la tradición que yo conozco, y es la versión que yo manejo, la rata se compra un repollo, bien grande, excava con los dientes y se hace un balcón. A la rata se la comen por lo que se nos comen a todas: porque elige fatal y se casa con un gato.
Sergio Angulo: —Se casa con el novio equivocado.
Ana Cristina Herreros: —Claro.
Sergio Angulo: —Para terminar, me gustaría que nos dieras un consejo. Ya hemos hablado de dónde vienen los cuentos, pero a la hora de contarlos, a la hora de narrar, cómo podemos hacerlo mejor.
Ana Cristina Herreros: —Yo creo que es importante no contar los cuentos con una finalidad, no contar los cuentos porque queremos enseñar algo, sino contar el cuento que a nosotros nos conmueva. Porque desde ahí es desde donde uno puede transmitir la pasión.
La pasión se transmite si tú la sientes, la ternura se transmite si tú la sientes, el miedo se transmite si tú lo sientes. Yo creo que es muy importante elegir aquellos cuentos que nos toquen profundamente y contar esos cuentos, porque esos son los que mejor van a llegar, los que van a ser transmitidos con la mayor eficacia. Si uno cuenta desde su propia pasión, desde su propia entraña, desde su propia emoción, es muy difícil no emocionar al que esté enfrente.