Diego Valverde Villena (San Isidro, Lima, Perú, 1967) es licenciado en Filología Hispánica, Inglesa y Alemana por la Universidad de Valladolid. Entre 2002 y 2004 trabajó en la Secretaría de Estado de Cultura del Gobierno de España. También fue director de la Feria del Libro de Valladolid de 2006 a junio de 2009. Desde 2010 es profesor visitante en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. De su obra poética cabe destacar títulos como El difícil ejercicio del olvido (1997), No olvides mi rostro (2001), Infierno del enamorado (2002), o El espejo que lleva mi nombre escrito (2006). En 2007 estrenó Iconos, obra para soprano y piano, con música de Juan Manuel Ruiz, publicada en 2008. Un segundo de vacilación, antología de su poesía, fue publicada en 2011.
Carmen Sanjulián: —¿Quién es Diego Valverde Villena?
Diego Valverde Villena: —Bueno, preguntado así, te diré la respuesta de corazón y profunda: soy el hijo de Fermín y Chati, que son los nombres con los que yo, cuando tenía dos años, llamaba a mis padres en Lima. En el caso de mi madre, era un apelativo cariñoso. Mi padre se llamaba Fermín. Yo no les decía papá y mamá, sino Fermín y Chati, como les decía el resto de la gente, los amigos de mis padres.
En el fondo en el fondo, de verdad verdadera, ese soy yo. Exactamente soy el hijo de Fermín y Chati y todas las cosas que soy, que he sido y posiblemente que seré, vienen de ellos, de todo lo que he recibido de ellos. Todo estaba ya en origen ahí. Lo demás, todo es expansión de lo que me han dado.
Carmen Sanjulián: —Explícanos un poco eso de un «Orfeo criollo», que decías en una entrevista, una biografía.
Diego Valverde Villena: —Sí, es un texto que además sé que lo tenéis aquí en vuestra estupenda colección. Por cierto, os agradezco el trabajo de documentación que hacéis aquí, y en el Cervantes en general.
Lo titulaba «Soy un Orfeo criollo» porque me gusta mucho la figura de Orfeo. Me parece muy interesante el emblema del artista, no solo el poeta, sino alguien que siempre está buscando algo que está un paso más allá y siempre está en el límite de desvanecerse. Y entre las cosas que busca, aparte del arte y la obra de arte, está la persona amada, está su amada. En general, el mito acaba mal, pero gracias a Dios hay algunas versiones, una ópera, que acaba bien.
Yo confío en ser ese Orfeo para el que las cosas acaban bien. Y soy criollo porque soy de ahí: soy hijo de español y americana (en mi caso, mi madre boliviana, de Potosí). Nacido en América, en Lima. Siempre me he sentido un español de América, que es una manera muy bonita de ser español y de ser americano. Tengo esas dos cosas.
Carmen Sanjulián: —¿Perder la curiosidad es una forma de muerte?
Diego Valverde Villena: —No sé si decirlo tan duramente, pero desde luego para mí la curiosidad es fundamental. La curiosidad como vicio es algo muy feo, pero como virtud es algo maravilloso. Es algo que te permite estar siempre vivo.
La curiosidad te permite, de algún modo, no tener edad, siempre estar buscando cosas y siempre disfrutar de la vida. Creo que es muy importante lo de disfrutar de la vida… Tantas cosas por ahí que tenemos y no nos damos cuenta, pero están al lado. Qué decir aquí, en una biblioteca donde, mires donde mires, hay maravillas, y una línea te puede cambiar la vida, te puede hacer que despiertes a muchas cosas. Yo creo que la curiosidad es algo importante.
Carmen Sanjulián: —Una pasión
Diego Valverde Villena: —Eso es como si me preguntaras qué poema te gusta más, qué poeta te gusta más, qué canción, qué música… Tengo muchas pasiones, muchísimas pasiones personales y cosas que me fascinan. Incluso no sé si la literatura es mi principal pasión. Es a lo que me dedico. Pero desde siempre disfrutaba muchísimo con cosas que, al no hacerlas yo, me parecían aún más mágicas. Como la música, por ejemplo, o el cine. Por darte un ejemplo: yo nunca he llorado con un texto. Bueno, con cartas sí, pero nunca con un texto literario. Sí con películas y con música. A veces, si oigo una música, tengo que dejarlo todo.
Carmen Sanjulián: —¿Hay algún lugar al que recurres con frecuencia?
Diego Valverde Villena: —¿Un lugar en el espacio? Pues, no tanto así… Me gustan mucho las ciudades grandes, eso sí. Nací en Lima, que cuando nací yo tenía tres millones. Ahora está con diez millones. Vivo en Madrid. También está simpático, con cuatro millones, casi cinco. En general, soy bastante feliz en las ciudades grandes: Berlín, o París o Roma. Pero bueno, tampoco es tan importante. En el fondo es como en el romancero: «Allá se me ponga el sol do tengo el amor».
Carmen Sanjulián —¿El olvido es un ejercicio difícil?
Diego Valverde Villena: —«El olvido». Estás aludiendo a un título mío. En el fondo, para mí es un ejercicio imposible. Veo que sale el olvido en dos títulos de libros míos, quizás porque es algo que no tengo. Tengo muchísima memoria, gracias a Dios, y la memoria es bagaje tuyo. Una persona que pierde la memoria no es nadie.
En mi caso sí, el olvido es algo que no existe. Tomo una cita de Borges que dice: «solo una cosa no hay, es el olvido». En mi caso, en general, es una carga muy constante de quién eres.
Carmen Sanjulián: —Un sueño.
Diego Valverde Villena: —Hacer las cosas que tengo que hacer y poder ser digno de todas las cosas que me han llegado de mis antepasados, todas las cosas que se me han dado de algún modo para que haga algo con ellas. Intentar ser digno de eso.
Carmen Sanjulián: —Diego, sería una pena tenerte aquí y no pedirte que leyeses algunos de tus poemas. Nos vas a leer dos poemas. ¿Nos puedes explicar cómo surgieron?
Diego Valverde Villena: —Sí, voy a leer dos poemas que hacen pareja, que nacieron juntos. Les tengo mucho cariño porque son los dos primeros poemas con los que ya decido que estoy contento con lo que estoy escribiendo.
Yo estaba en una estancia de estudios en Chicago y escribí estos dos poemas en los que se juntan el bloque principal de mis temas. Temas recurrentes que son el viaje, el libro, la obra de arte, la mujer y el amor, y el destino. Ahí están los temas que van a salir en casi todo el resto de mi obra.
Carmen Sanjulián: —Vamos a empezar con el poema «Metro de Chicago».
Diego Valverde Villena:
A lo largo del viaje
la mujer de tu vida se te escapa repetidas veces,
siempre en el lado opuesto de la vía,
en el otro andén,
en la otra cola,
saliendo del museo o del restaurante cuando tú entras:
un segundo de vacilación es suficiente.
Carmen Sanjulián: —Y para acabar esta entrevista lo hacemos con «Como un libro»
Diego Valverde Villena: —Aquí mismo tenéis, como en todas las bibliotecas del mundo, los cartelitos que dicen que por favor no se recoloquen los libros, que se dejen en la mesa, que para eso están los bibliotecarios, alma del Cervantes junto con los profesores, para ponerlos en su sitio. Y yo estaba en esa época en Chicago, en una biblioteca que tenía por aquel entonces siete millones de volúmenes. Uno se imagina que el libro mal colocado está perdido para los restos. Pensando en esa idea del pobre libro perdido y cómo se encontraría o recuperaría escribí…
Perdido,
abandonado entre filas extrañas,
rehén de congéneres fortuitos que entienden otro idioma,
víctima del azar de un bibliotecario burlón
o una mano inexperta,
solo y soslayado,
hasta que alguien me encuentre.