Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), licenciado en Filología Hispánica e Italiana, reside en Barcelona desde 1982. Escribe novelas y cuentos, asi como guiones cinematográficos, articulos de prensa y critica literaria. Sus novelas han sido traducidas a una docena de idiomas. Entre ellas, cabe destacarLa ternura del dragón (1984), Carreteras secundarias (1996), Enterrar a los muertos (2005), Dientes de leche (2008), y El día de mañana (2011), novela con la que obtuvo el Premio de la Crítica de narrativa castellana 2011 y el Premio Ciutat de Barcelona 2012. En 2011 recibió, asimismo, el Premio de las Letras Aragonesas.
Carmen Sanjulián: —Ignacio, vamos a empezar recordando la figura de Félix. ¿Cómo era como persona, como escritor?
Ignacio Martínez de Pisón: —Cuando yo lo conocí él era un niño. Un niño gigantesco, un niño que lo sabía todo y que lo había leído todo. Él tenía unos diecisiete años, creo yo. Ya entonces él colaboraba en los periódicos de Zaragoza, en revistas, y hacía reseñas. A mí me sorprendía que un chaval tan joven hubiera leído tantos libros, y por tanto desconfiaba. Yo pensaba: «es que no puede ser que este chico se haya leído todo». Pero poco a poco iba descubriendo que sí, lo había leído todo, todo lo que decía y mucho más, muchos más libros de los que no hablaba y que yo descubría después que había leído. Con el tiempo yo llegué a pensar que tenía alguna enfermedad mental, que un tío no podía tener una cabeza que diera para tanto, para leer tanto, para saber tanto, para dominar tantos ámbitos del saber. Y era así. Realmente, a mí me parece que era, como decía Valle-Inclán, «un cráneo privilegiado».
Carmen Sanjulián: —¿Qué es lo que más echas de menos en su ausencia?
Ignacio Martínez de Pisón: —Echo de menos a la persona. Félix era muy invasivo en el mejor sentido del término. Era alguien que entraba en tu vida, en tu obra, que te cambiaba. Te cambiaba para mejor. Intervenía en las vidas de los demás para hacernos ser tan buenos como fuéramos capaces de ser. Y luego era un gran amigo. Era uno de esos tipos en los que siempre podías confiar. Realmente, el vacío que deja alguien se nota. El dolor que causó la muerte de Félix fue tremendo. Hay muchísima gente, muchos escritores, muchos amigos, muchos intelectuales que notaron su muerte, porque era como un referente, la persona a la que siempre podías acudir cuando tenías dudas sobre un título, sobre algún tema, sobre alguna lectura o alguna película. Ahí Félix siempre tenía respuestas para todo. Tenía siempre las ideas muy claras. Frente a las incertidumbres habituales de los demás, ahí estaba Félix, que siempre tenía una respuesta clara que te ayudaba a aclarar tu cabeza.
Carmen Sanjulián: —Félix era una de las personas a las que tú les dabas tus manuscritos. Y tú has confesado que en El día de mañana él cambió el final o te ayudó a cambiar el final.
Ignacio Martínez de Pisón: —Él influyó en los libros de muchos amigos y desde luego en libros míos. En Enterrar a los muertos, él era uno de mis consejeros habituales, de los que me daban bibliografía y me aportaban ideas, puntos de vista. En Dientes de leche, aproveché una historia suya, que es una historia de su padre al que, siendo policía municipal en Zaragoza, lo obligaron a hacer de extra en una película que se rodó allí en 1965. El alcalde mandó a todos los policías a hacer de extras en esa película. Félix me contó una historia muy bonita sobre cómo, muchos años después, él fue con su novia de entonces, Cristina Grande, y con sus padres a la filmoteca a ver esa película, en la que Zaragoza parecía como una ciudad del norte de Europa. Y como estaban solos en la filmoteca, los padres comentaban en voz alta cosas sobre la película: «Mira, este ya se ha muerto», «el pobre ese ha quedado fatal», «este…, no sabemos de él», «este echó mano a la caja»… Como Félix no la iba a aprovechar para ningún libro suyo, de esa anécdota saqué yo una pequeña historia.
Por otro lado, El día de mañana es una novela que yo le pasé para leer antes de entregársela a mi editor y él me dijo «está muy bien, pero el final sobra. Esas páginas finales explicativas no sirven de mucho». Y efectivamente, las reduje a una mínima impresión. Quité como ocho o diez folios por lo que él me dijo.
Carmen Sanjulián: —Cuando uno empieza a leer sobre Ignacio Martínez de Pisón, una de las primeras cosas que lee es: «Ignacio Martínez de Pisón, escritor zaragozano, perteneciente a la nueva narrativa…» ¿Tú te sientes cómodo con esa etiqueta?
Ignacio Martínez de Pisón: —La nueva narrativa es un fenómeno creado en los años ochenta como una especie de hecho histórico. Es decir, hacía falta una literatura distinta de la que se escribía durante el franquismo, la democracia tenía que producir nombres nuevos, títulos nuevos y estéticas nuevas. Entonces se acuñó el término y ese término nos acogió a muchos escritores que teníamos muy poco en común. Pero la verdad es que sirvió para darnos a conocer.
Yo tuve la suerte de que era un momento en que se esperaba que apareciera una generación nueva, y cuando yo llegué con unos cuentos a una editorial, a Anagrama, inmediatamente me dijeron que sí, porque había esa necesidad de escritores nuevos, de escritores surgidos tras la muerte de Franco. Pero fue una de esa etiquetas efímeras, que sirven en un momento para dar a conocer a una serie de escritores y luego la etiqueta desaparece. Muchos de esos escritores han permanecido activos. En esa misma etiqueta estaban englobados, junto a mí mismo, Soledad Puértolas, Julio Llamazares, Enrique Vila-Matas… Una serie de escritores que siguen ahí. Otros quedaron por el camino, como ocurre muchas veces en el mundo de la literatura.
Carmen Sanjulián: —La familia es uno de los temas constantes en tus libros y tú hablas de la familia, pero con conflictos. ¿Hay familias sin conflictos?
Ignacio Martínez de Pisón: —Dudo que tal cosa exista. Ni siquiera el concepto me parece imaginable. Me da la sensación de que la familia es el ámbito donde los conflictos se multiplican o se amplifican y, por tanto, un ámbito ideal para un escritor, porque un escritor lo que busca es contar los conflictos.
Carmen Sanjulián: —O sea que eso de las familias felices…
Ignacio Martínez de Pisón: —No, eso ya lo dijo Tolstoi.
Carmen Sanjulián: —Llevas más de veinticinco años escribiendo y publicando. Los temas son inagotables.
Ignacio Martínez de Pisón: —Llevo un montón. Llevo desde el 84, que saqué mi primer libro. Ya voy para los veintiocho años de carrera de escritor. Es verdad que, aunque uno nunca sabe cuál va a ser su próximo libro, las ideas acuden a ti. Hay muchas cosas que deben ser contadas, que esperan ser contadas, y lo único que tienes que hacer es estar atento, a ver en qué momento esa idea se cruza en tu vida y se te ofrece. Ahora mismo no sé cuál será mi siguiente novela, la siguiente a la que estoy escribiendo, ni cómo va a ser, ni sobre qué idea va a ir, sin embargo, estoy seguro de que cuando acabe la que estoy escribiendo, inmediatamente alguna idea me vendrá.
Carmen Sanjulián: —¿En qué has evolucionado desde que empezaste hasta ahora?
Ignacio Martínez de Pisón: —Cuando yo empecé a escribir, hablar de realismo era hablar de una literatura caduca, una literatura del pasado, una literatura casposa, y ningún escritor surgido en los años ochenta quería ser un escritor realista. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que yo sí era un escritor realista. Tengo tendencia a escribir historias bien ancladas en la realidad, cercanas a mi vida, cercanas a los lugares en los que yo vivo o he vivido, y poco a poco mis libros se han ido pareciendo más a mí mismo y a mi propia vida. El mayor cambio en mi biografía de escritor ha sido que mi literatura ha acabado acercándose bastante a la tradición realista.
Carmen Sanjulián: —¿También se ha producido la misma evolución como lector?
Ignacio Martínez de Pisón: —Como lector soy bastante más abierto. Hay muchos tipos de libros que me gustan pero que jamás sería capaz de escribir. Las estéticas de muchos escritores que no se parecen a la mía me interesan también, como algo ajeno, pero algo interesante. A pesar de todo, es verdad que uno siempre busca alimentarse, nutrirse de las voces más cercanas, y quizá por eso en los últimos diez, quince años, la literatura que más he leído es la norteamericana, que es probablemente la que tiene la tradición realista más poderosa.
Carmen Sanjulián: —¿Qué significa Zaragoza para ti?
Ignacio Martínez de Pisón: —Zaragoza es la ciudad en la que nací, en la que pasé los años de mi formación como persona, y por tanto es la ciudad más importante de mi vida, aunque no necesariamente la ciudad en la que más tiempo he pasado. De hecho, llevo muchos más años en Barcelona. Pero es inevitable que mis personajes vuelvan a Zaragoza. Es como un retorno mío constante a Zaragoza, a través de mis libros y de mis personajes.
Carmen Sanjulián: —Hay escritores que dicen renegar de los premios. ¿Es solamente una pose, o a todo mundo le gusta recibir reconocimientos en forma de premios?
Ignacio Martínez de Pisón: —Bueno, siempre te gusta. Siempre te gusta que te digan que a alguien le ha gustado un libro tuyo, cuando son premios a los que no te presentas, sino que un día te llaman y te dicen «mira, te hemos dado este premio… Nos hemos reunido y hemos decidido que tu libro es el que más nos ha gustado de los últimos meses, o del último año». Es de esos reconocimientos que te ayudan a seguir. Un motivo más para seguir escribiendo.
Carmen Sanjulián: —Javier Barreiro estuvo aquí hace unos meses y decía que Aragón es una tierra especialmente dura con sus hijos. Pero ese no es tu caso.
Ignacio Martínez de Pisón: —No. Yo no creo que sea así. Yo creo que Aragón ha tratado bastante bien a sus creadores. Que algunos de ellos hayan tenido que irse para desarrollar su carrera fuera de Aragón, forma parte de la lógica. Es decir, que los mejores cineastas aragoneses hayan hecho su carrera fuera de Aragón es lógico, porque en Aragón no hay una industria cinematográfica. Pero creo que hay muy buenos escritores aragoneses que viven en Zaragoza o viven en Aragón y al mismo tiempo hay muy buenos escritores que viven fuera, y yo no creo que haya motivo para pensar que Aragón está tan mal. No. Al revés. Desde luego, mi caso es el de alguien que se siente muy bien tratado y me siento muy querido en Aragón, muy recompensado por los premios que me han dado allá.
Sobre Félix Romeo