Javier Barreiro (Zaragoza, 1953) estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona. Ha publicado 36 libros y más de 600 artículos sobre literatura y música popular del siglo XX. A raíz de sus estudios en torno al tango, fue elegido académico correspondiente de la Academia Porteña del Lunfardo y de la Academia Nacional del Tango. Fue vicepresidente de la Asociación Aragonesa de Escritores y dirigió el Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos (1885-2005). Sus actividades se centran también en el estudio de la bohemia, la antigua discografía española, las figuras de la canción, los autores y temas heterodoxos en la literatura (alcohol, drogas, suicidio…) y la búsqueda bibliográfica de obras y autores olvidados.
Carmen Sanjulián: —Javier, ¿cuándo empezaste a escribir?
Javier Barreiro: —Muy temprano. Eso es como una maldición o una bendición, quién sabe. Hay gente que nace con una facultad, y hay gente que nace con otra. Unos nacen para hacer sillas, otros nacen para jugar al fútbol… Uno se da cuenta muy pronto de lo que hace bien. O, si no, te lo dicen. Lo que hacía yo bien eran las redacciones.
Ya muy temprano me di cuenta de que disfrutaba, que me era fácil. Gané algunos premios y demás. Incluso recuerdo que cuando tenía trece o catorce años hacía poemas satíricos a los compañeros o a los profesores, que eran muy apreciados. O, en ciertos casos, muy temidos.
Carmen Sanjulián: —¿Recuerdas tu primer premio?
Javier Barreiro: —Fue el Premio Sender en su primera convocatoria. Tenía veinte años y estaba haciendo el servicio militar. Fue el premio de periodismo más importante que se convocaba en Aragón y fue mi primer artículo periodístico.
Recuerdo que lo escribí en el coche de mi padre, durante un viaje al que le acompañé. Se me ocurrió algo, lo escribí, y, ante mi sorpresa, me dieron el premio. Reaccioné como todo el mundo que gana su primer premio. Se me fue la cabeza. Compré como veinte periódicos y me puse muy contento.
Carmen Sanjulián: —Eres un escritor prolífico, sin embargo, a los veintitrés años dejas de escribir por un periodo de tiempo bastante largo. ¿Por qué? ¿Qué te pasó?
Javier Barreiro: —Al principio yo escribía, sobre todo, poemas. La poesía tenía un protagonismo mayor que el que puede tener hoy en la sociedad. No cabe la menor duda.
Publiqué varios cuadernos y folletos de poesía. Gané el Premio Nacional de Poesía Universitaria. Me iba bien. Lo que pasa es que yo era un poeta «de verdad», aunque sea pedante decirlo: era un poeta que estaba enemistado con el mundo, que sufría, que tenía un choque con la sociedad.
Tampoco era para tanto, porque era un choque de carácter metafísico. No porque mi vida fuera difícil, que no lo era. Yo era un chico normal, que no tenía problemas en principio con casi nada. Pero sí tenía una sensibilidad exacerbada, un problema de inadaptación, lo que caracteriza en realidad no solo al poeta, sino al creador, al artista, aunque parezcan palabras muy trascendentales.
Yo estaba en lo mejor de mi vida, pero sufría mucho y una de las salidas del sufrimiento como sabemos es el arte, la poesía, la sublimación, así que decidí dedicarme a no sufrir, a disfrutar y a aprovechar mi juventud. Es lo que hice durante ocho años. Fue una decisión consciente.
Evidentemente, con eso destruí mi carrera, porque un poeta tiene que sufrir, un creador no puede pasarlo bien. Lo que es bueno para la vida, no es bueno para el arte y viceversa. Yo creo que hice bien, porque la verdad es que lo de la posteridad me da un poco igual.
Es verdad que uno debe hacer la mejor literatura que pueda y, probablemente, si hubiera seguido sufriendo hubiera hecho mejores poemas que los que hago hoy. Tomé esa decisión y, de momento, no me arrepiento.
Carmen Sanjulián: —Has escrito sobre tangos, sobre coplas, sobre cuplés, sobre jota… ¿Cómo llegas a este amor por todo este tipo de música?
Javier Barreiro: —Sentía también una atracción muy grande por la música desde pequeño, me gustaba, gozaba con ella. Es difícil no gozar con la música, pero digamos que yo gozaba más de lo normal. Me gustaba mucho cantar, oír cantar…
Lo que pasa es que las circunstancias de aquella época, triste época, quizás no fueron las adecuadas para que yo estudiara música. Hoy, sin duda, lo hubiera hecho. Ahora, a cualquier niño se le ofrece una gama de posibilidades: los padres le ofrecen siete, ocho o diez cosas que poder hacer o estudiar. Yo incluso desdeñé la posibilidad de entrar en un coro porque ya había que estar en el colegio un montón de horas. Probablemente, fue una equivocación. No estudié música, pero la música siempre me gustó mucho.
Luego vino el descubrimiento del tango, de Gardel, en lo que me volqué apasionadamente y me otorgó grandes horas de disfrute. De una cosa llegas a otra, del tango llegas a la copla… También porque mi especialidad, como estudioso, es la llamada hoy Edad de Plata, el fin del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Esta época, tan musical por tantas razones, en que la música tenía mucho mayor protagonismo que hoy en la vida cotidiana. La música estaba en todos los sitios, pero no había absolutamente nada escrito sobre ella. Respecto al cuplé, casi todos los escritores tuvieron relaciones con las cupletistas, con su música, pero apenas aparecía todo esto. Entonces, un poco por solventar esa carencia, empecé a investigar, a mirar por aquí y por allá, y así fue como empezó la cosa, y una cosa trajo la otra. Fui investigando la canción española, géneros que me gustaban, como la jota o la zarzuela. Luego, llegaron otros, como el flamenco o el jazz, quizás músicas más complicadas, a las que te cuesta más llegar. Pero, luego, cuando accedes a algo más difícil, siempre el goce es mayor.
Carmen Sanjulián: —Siempre has visitado librerías de viejo. ¿Has rescatado muchas joyas del olvido?
Javier Barreiro: —Yo creo que sí, porque ha sido una de las cosas en las que en cierto modo me he especializado, en raros.
¿Joyas? Bueno, eso es discutible. Evidentemente, la posteridad no es exactamente justa. Algunos, digamos los optimistas, tratan de justificar lo que pasa diciendo que las cosas son como son y que el que no pasa a la posteridad es porque no lo merece. Pero no es exactamente así.
Estoy seguro de que algún Cervantes y algún Shakespeare, simplemente, se frustraron porque eran analfabetos. Genios, no he rescatado. Pero gente que en la escala de valores canónica está muy por debajo de otros que, realmente, son mejores que ellos, eso es evidente, sí. Y me parece que es una labor higiénica, aunque no convenga mucho personalmente, ya que es más rentable sujetarse al sistema de valores establecido. Pero resulta una satisfacción personal, aunque nadie se vaya a preocupar de aquellos rescatados del polvo del olvido.
Mis dos próximos libros van a ser sendas antologías de un escritor que no conoce nadie, Guillermo Osorio, un poeta alcohólico de la Generación del 50 en Madrid, esa generación que se reunió en torno al Café Varela, de la que casi nadie ha escrito, a pesar de haber en ella muy buenos poetas. El otro es una antología de cuentos gnómicos de Tomás Borrás, que, este sí, fue uno de los prohombres de la vanguardia y aparece en el famoso cuadro La tertulia del café de Pombo, de Solana. Fue una figura muy importante en el teatro y en el articulismo español. Seguro que le ha perjudicado su militancia falangista aunque, como tantos otros, se distanció de Franco. A pesar de que fue un gran escritor, desde su muerte en 1976, no se le ha reeditado un solo libro ni se le ha prestado atención alguna.
Carmen Sanjulián: —Eres un gran coleccionista. ¿Hay algo que guardas con especial cariño?
Javier Barreiro: —Soy más bien impulsivo y compulsivo, pero no como coleccionista. Tampoco tengo demasiado interés en completar colecciones. Me gusta tener cosas que son difíciles de obtener, porque las tienes en casa y cuando las necesitas no tienes que buscarlas demasiado. Si tengo que elegir algo de mi colección, serían las partituras, un coleccionismo que apenas se ha hecho.
Las partituras, sobre todo de música popular, que es lo que yo colecciono. De los años diez, veinte, treinta… Son bellísimas. Se da la circunstancia de que una postal que trae la imagen, digamos, de la cantante, puede valer veinte euros. Y la partitura, que es mucho más grande, y que aparte de la postal trae otras informaciones, como son el dibujo de portada, la música, la letra, etc., puede costar la mitad. Estoy muy orgulloso de mi colección de partituras y, seguramente, en un futuro próximo puede que haga alguna exposición. Porque a partir de ellas se puede hacer exposiciones de todo tipo.
Carmen Sanjulián: —Muchas de tus obras hablan de Aragón o de Zaragoza. ¿Es una forma de expresar el amor al terruño?
Javier Barreiro: —Yo no soy nada nacionalista, lo que pasa es que cada uno es lo que es, en mi caso, aragonés. Tampoco creo mucho en los amores de cercanía. Digamos que el amor a la familia, y el amor a lo que uno tiene cerca me parece como una falta de pensamiento. Entonces, ¿cómo explicar lo del amor al terruño? Pues lo del amor al terruño probablemente sea otra forma de narcisismo. Lo que tú has bebido, lo que tú has mamado en tu juventud: una forma de hablar, una música, una forma de sentir. Y, sobre todo, en una tierra tan poco respetuosa consigo misma como Aragón.
En mi caso, una de las formas de expresar ese amor al terruño ha sido dedicarme a hacer lo que ya deberían haber hecho otros: un diccionario de la literatura aragonesa contemporánea. No se hacía ninguno desde 1885. Aragón es especialmente duro con sus hijos. Hay miles de anécdotas de Buñuel, del propio Goya, («pensando en Aragón me quemo»)… a Buñuel, cuando venía por Zaragoza, le decían aquello de «tu última película… flojica».
Ya he dicho que lo de sacar raros no es, desde luego, nada productivo. Y tampoco quizás sea justificable, ¿por qué Aragón, y no otro sitio? Es lo que hay, y es lo que te sale. Es lo que sucede con los nacionalismos: si yo quiero escribir sobre Espronceda, me tendré que ir a Extremadura a ver si la Junta de Extremadura me da una subvención. Alguien te tiene que pagar algo, o te tiene que ayudar cuando investigas. En Aragón no me van a dar una subvención para estudiar a Espronceda, me van a dar algo por estudiar a los aragoneses. Entonces caes en esa dinámica, que no justifico pero explico.
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