Feliz Navidad a La Bella durmiente
Mi Bella durmiente, escribo para desearte una Feliz Navidad y un Año Nuevo pacífico.
Escribiendo esto recuerdo que dos años han pasado desde el día en el aeropuerto cuando nos encontramos y cambié mi billete de vuelo a Londres por un billete a Nueva York, para no dejarte.
Recuerdo volver triunfalmente a la sala de embarque, agarrando un billete para el mismo vuelo que el tuyo a Nueva York, y cómo me conmovió ver que te habías dormido, evidentemente agotada por tus viajes. Te vigilé mientras esperaba la llamada para nuestro vuelo, y tomé tu brazo para conducirte al avión cuando llegó el tiempo de embarcarnos. ¿Fue simplemente mi imaginación, o sentí una chispa de electricidad entre nosotros cuando te toqué esta primera vez?
Recuerdo cómo, cuando te habías sentado en el avión y yo había puesto tu maleta en el casillero, tú en seguida te hiciste un ovillo en tu asiento y te quedaste dormida. Dormías tan profundamente, recuerdo cómo te había mirado fijamente mientras dormías, encantado por tu belleza. El efecto de tu belleza no había disminuido, pero ahora me sentaba, no al lado de ti, sino al fondo del avión. Hice muchos viajes al baño solamente para vislumbrar tu cuerpo durmiente.
Recuerdo mi confusión cuando, mientras esperábamos nuestro equipaje en JFK, me dijiste que ibas a tomar un vuelto a Uruguay, tu patria. No había resuelto aún cómo podría asegurar la continuación de nuestra relación, y la idea de perderte después de todo me sumió en una profunda desesperación. ¡Cómo saltó mi corazón cuando te volviste hacia mí, mientras levantabas tu equipaje de la cinta, y preguntaste soñolientamente: “¿Pero no vas a venir conmigo?” No pude apenas creer mi suerte. ¡La mujer más bella que había visto en mi vida correspondía mis sentimientos!
Nuestra comunicación durante el viaje a tu casa en Uruguay siguió un esquema ya conocido, con conversaciones soñolientas en salas de embarque y en estaciones de autobús, y yo vigilándote, hechizado, mientras dormías durante el largo viaje en el avión, autobús, y finalmente en un taxi antiguo.
El recuerdo de nuestra llegada a la casa de tu familia a la luz del sol de la tarde sigue todavía vivo. Recuerdo la gran casa laberíntica lejos del pueblo, como si estuviera abandonada, rodeada de vegetación tupida. El jardín, invadido por las plantas donde enormes flores llenas de color inclinaban la cabeza, cada una atendida por un picaflor trabajador, y por supuesto, tu madre y tus dos hermanas, durmiendo sonoramente en hamacas colgadas entre los postes de madera en la veranda delante de la casa.
Claro, tus hermanas eran bellas aunque en mis ojos no eran ni por asomo tan bellas como mi Bella. Tu madre, una bella marchitada, tenía facciones fuertes ablandadas por una capa generosa de carnes. Con su largo pelo negro ahora rayado con gris y su cuerpo corpulento, se estremecía y se rizaba con cada ronquido raspador. Parecía una bruja algo benigna.
Mientras te cambiabas de ropa y ya que todas las otras en la casa seguían disfrutando de lo que parecía ser una siesta prolongada, exploré los extensos jardines. Claramente se habían descuidado. Noté muchas tareas pequeñas necesarias, que pensaba hacer más tarde, para ganarme a tu familia.
Cuando volví de mis exploraciones, ya no había huella de mi Bella, y tu familia seguía durmiendo audiblemente en la veranda. Observé un par de conejos muertos y unas verduras recién cogidas en la mesa, y ya que no tenía otra casa que hacer y empezaba a tener hambre, comencé a preparar un rico guiso de conejo. Cuando estaba casi preparado, saliste de tu dormitorio con una sonrisa adormilada, desperezándote y restregándote los ojos. Al mismo tiempo, una a una, tu madre y tus hermanas entraron de la veranda bostezando y se sentaron contigo en la mesa. Cada una me sonrió mientras servía el guiso pero por lo demás no mostraron ni sorpresa ni interés en mi presencia.
Madre e hijas comieron con afán, y yo tenía muchas ganas de charlar antes de la comida. Sin embargo, parecía que el guiso hacía un efecto soporífico en tu familia porque una por una os dormisteis alrededor de la mesa. Recuerdo que me sentí muy solo sentado en el silencio roto solamente por ronquidos contentos y gruñidos esporádicos del perro grande que dormía en la veranda.
***
Ya estaba oscureciendo y empecé a preguntarme dónde dormiría esa noche. Estuve a punto de comenzar a buscar un cuarto de huéspedes, cuando de repente te despertaste y sonriendo me hiciste señas para que te siguiera. Me pareció que mis fantasías más descabelladas estaban a punto de ser realizadas. Había soñado a menudo con acostarme con La Bella. Claro, no tenía en mente el sueño en sí, y me llevé una desilusión cuando te acurrucaste en la gran cama de madera e inmediatamente te dormiste. Sin embargo, me dije que compartir tu cama era una señal de que nuestra relación se hacía más íntima, cuando yacía, totalmente despierto, mirándote mientras dormías.
Debí de dormirme hacia la mañana, porque cuando me desperté había restos de comida en la mesa de cocina, y tú y tu familia os habíais acostado en vuestras hamacas en la sombra de la veranda y el aire estaba pesado con los sonidos del sueño. Como no había nada de comer en la casa, me di cuenta de que tendría que valerme por mí mismo, y por eso salí a buscar algo a la selva casi primigenia que lindaba con el jardín.
Los días pasaron rápidamente, cada uno como el anterior. Me levantaba tarde, habiendo pasado la noche despierto, fascinado por la belleza de La Bella. Tus sonidos del sueño y de tu familia me saludaban, mientras os tumbabais como leonas que se habían atiborrado de su presa. Salía para buscar comida, penetrando siempre más lejos en la espesa selva, casi esperando encontrar un dinosaurio o un lagarto volador, cada vez más enloquecido de hambre, agotamiento, y amor.
Algunos días tenía suerte y podía cazar un conejo, o coger un pescado. Una vez incluso casi separé tres cerditos salvajes de su madre enfurecida pero a menudo volvía solamente con nueces y bayas. Tú y tu familia seguíais estando lacias y sin embargo bien alimentadas comiendo lo que yo os había traído, antes de poderme levantar. A veces me daba la impresión de que recibíais otros obsequios de comida, y me imaginaba que había otros hombres fuera en la selva, enloquecidos de amor y hambre, buscando cosas buenas para ti y tu familia.
Un día, mientras buscaba comida en el páramo, vi a alguien mirándome fijamente por las ramas; descuidado, demacrado, con aspecto de loco en sus ojos. Nos contemplamos un momento, cada uno reconociéndose en el otro, antes de retirarnos horrorizados y huir sumergiéndonos en el sotobosque tan rápido como posible.
Fue en ese momento cuando reconocí que tendría que tomar medidas para cambiar mi destino. Estuve decidido a no volver a la casa del sueño. Me quedaría aquí en el páramo pues supe que no sería yo el que despierte la Bella durmiente. Pero, si no puedo ser el que te despierte, entonces me aseguraré de que nadie más te despierte tampoco y de que tu existencia soñadora continúe tranquilamente.
Os sigo dando mis ofrendas de comida mientras que tú y tu familia dormís. Y, mientras estoy sentado aquí en mi cabaña en un árbol, inspeccionando la selva contra intrusos, sueño que un día te obsequiaré con algo, quizá una invención maravillosa, que te permitirá continuar siendo mi Bella durmiente para siempre.
Stephen McFadden