Hielo
Cuando era niño mi hermano mayor, Ernesto, me molestaba inventando relatos. Según él, en un país que se llama Groenlandia vivían muñecos de nieve que no comían más que empanadas y pasteles de nieve. También me dijo que cuando nació ya tenía ocho años, y que no había sido un bebé como yo. Como Ernesto era unos doce años mayor que yo, a mis ojos era casi un hombre, y por eso tendía a creerle todo lo que decía. Además, resultaba que algunas de sus historias eran verdad, así que yo no podía estar nunca seguro de cuánto de real había en el mundo extraño y maravilloso de sus historias.
Me acuerdo de la primera vez que vi el hielo. Tenía tres años. Había sido una noche muy fría y me levanté temprano. Estuve asombrado de ver los cristales de las ventanas cubiertos de una capa de escarcha porque podía verse el jardín transformado en un país reluciente, blanco de maravillas. Pronto estuvo Ernesto a mi lado, explicando que Juan del Hielo había cubierto el mundo de cristal para proteger a todos de envejecer o morir. Le creí totalmente, y cuando el hielo se derritió, me desilusioné. Sin embargo, Ernesto tan solo se rio como siempre.
Cuando Ernesto consiguió un empleo como camarero en un trasatlántico, me emocionaba pensar en los países extraños que Ernesto iba a ver y las historias que podría contarme. Según Ernesto, iba a viajar a América, un país enorme. Me dijo que en el norte de este país hace tanto frío, que la llama de un fósforo de un viajero se congelará, y no se descongelará hasta que el viajero viaje al sur. En cambio, en el sur de este país, hace tanto calor que las personas que quieren charlar tienen que chupar cubitos de hielo para evitar que sus palabras se incendien cuando hablan. El centro del país es el mejor lugar para establecerse, me dijo, y allí construiría su casa cuando hubiera hecho fortuna. Prometió traerme un recuerdo de su viaje.
Cuando tuvimos noticias de que el buque de Ernesto había chocado con un iceberg, todavía esperaba que Ernesto volviera a la casa con historias maravillosas de su salvación milagrosa. Cuando recibimos notificación oficial de su muerte después de cuatro días, el hielo agarró mi corazón.
Comprendí entonces que el mundo no es un lugar maravilloso, como en las historias de Ernesto, sino un lugar frío y peligroso. Volví la espalda a historias idiotas, y desde entonces me ocupé de los hechos duros de la vida.
He encontrado un enfoque útil a la vida. Dos guerras mundiales han confirmado mi punto de vista, y he forjado una carrera exitosa como investigador para una compañía de seguros. Ahora tengo familia propia. Anteanoche mi hijo más joven vio la nieve por primera vez. Se emocionó. Iba decirle que la nieve es simplemente agua congelada. Sin embargo, en vez de eso, me oí decir que los copos de nieve son la comida de los muñecos de nieve. Y sentí un parpadeo, como una llama, adentro.
Stephen McFadden
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