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Una solución sencilla

El 7 de September de 2012 en Uncategorized por | Sin comentarios

Una solución sencilla

La crisis económica no mejoró, empeoró. Los tiempos eran duros, y se hacían cada vez más duros. Sucesivos gobiernos habían intentado en vano hacer el truco de reducir gastos mientras al mismo tiempo fomentaban la tasa de crecimiento. Hacía ahora más de cuatro años de la formación de un gobierno nacional de emergencia para manejar la crisis. Sin embargo, los ingresos de la mayoría de la gente seguían disminuyendo, mientras los precios seguían aumentando. Se tenía que hacer algo, todos lo decían.

Mi rutina cotidiana, como la de muchos de mis conciudadanos, se había convertido en una lucha. Tomaba un escaso desayuno antes de correr a la estación para coger el tren al trabajo. Como funcionario del Estado, estaba sujeto a una reducción salarial si llegaba tarde al trabajo, y el servicio de trenes empeoraba continuamente debido a recortes. Durante el viaje me quejaba con mis compañeros de viaje del precio de los boletos, que casi había llegado a tal extremo que me costaba más viajar al trabajo de lo que me pagaban.

Después de fichar en el trabajo intentaba encontrar un escritorio desocupado en el despacho de planta abierta, ahora un rasgo obligatorio en muchas oficinas. A la hora del almuerzo salía corriendo para comprar un bocadillo que consumía sentado en mi escritorio, mientras trataba de contestar al torrente interminable de correos electrónicos. A raíz de despidos colectivos, los que tenían trabajo tenían que a llevar a cabo los deberes de tres o cuatro personas.

Algunos periodistas, sin duda expresando las inquietudes de los que tenían que pagar impuestos que crecían constantemente, habían empezado a sugerir que a los funcionarios del Estado se les debería obligar a pagar por el privilegio de tener trabajo, por la seguridad, prestigio, y por la iluminación y calefacción subvencionada que iban con el puesto. Fue tal vez por un indicio de su desesperación que el gobierno pareció tomarse esta sugerencia en serio, y la usó como base de su política de “Pagar para trabajar”, que esperaban iba a estabilizar la sociedad, y a salvaguardar el statu quo.

Según esta política, en vez de recibir sueldo, cada trabajador, tanto en el sector privado como en el sector público, debía hacer un pago trimestral a sus empleadores, acorde con el estatus de su puesto. También, los que proveían artículos y servicios, en vez de recibir pago, debían pagar a clientes y empleados, y eran reembolsados por el gobierno, de los fondos contribuidos por funcionarios del Estado.

Esto causó gran asombro a todos, y la política ha sido un gran éxito. El empleo ha aumentado, ya que los empleadores tratan de maximizar los pagos de empleados. Además, un repentino aumento de la demanda ha reactivado la economía.

Mi rutina cotidiana ha cambiado. Ahora el día empieza con un desayuno generoso, y estoy contento porque cuantos más cereales consumo, tantos más me pagará el supermercado. También, la abolición de recortes de empleados ha ocasionado una mejora en el servicio de tren, y por eso no tengo que salir corriendo más a la estación cada mañana. Además, como ahora la ausencia del trabajo por huelgas cuesta a los empleadores directamente, los empleados tienen más poder de negociaciones, y por consiguiente las condiciones de trabajo han mejorado de manera espectacular. No más escritorios temporales, (hotdesks) “no más hacer el trabajo de colegas despedidos.

Gracias a la política “Pagar para trabajar”, este país está otra vez alegre y próspero. Sin embargo, todos nosotros nos sentimos bastante inquietos, un poco inseguros. Porque en lo más profundo de nuestros corazones, comprendemos que todo esto es imposible.

Stephen McFadden

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