Hacía un año que él trabajaba muchísimo y viajaba de vez en cuando. Esperaba verla en el vuelo pero siempre estaba desilusionado. Tenía un amigo que le pidió ayudarlo en un proyecto en África del Sur. Duraría dos semanas en una barriada donde construían casas para la gente de la zona. Ese proyecto funcionaba hace unos años y tenía mucho éxito. Dependía de voluntarios que prestaban su tiempo y, por supuesto, una donación específica. Tenía muchas ganas de ayudar a otros, particularmente a los desfavorecidos.
Llegó el día de salir y fue al aeropuerto y en su equipaje estaba su ropa de trabajo. Por supuesto no reservó un asiento en primera clase. Reservó un asiento con el grupo que volaba en clase turista. No le importaba no viajar cómodamente.
Al encontrar al grupo en el Aeropuerto Schipol en Amsterdam sintió mucha energía y le acogieron con entusiasmo. Como era de noche, los pasajeros se prepararon para dormir tras la comida. El grupo, él incluido, quería llegar descansado y estar listo para empezar su tarea.
Cuando desembarcaron del vuelo en el Aeropuerto de Capetown el día amanecía luminoso y soleado. Un autobús les esperaba y tras recoger las maletas salieron para la chabola. Se conocieron en el camino pero la vista maravillosa del paisaje les llamó la atención. Pasó el tiempo rápidamente y al cabo de poco llegaron. Los vecinos de la comunidad los acogieron calurosamente de manera excepcional. El grupo sentía que era un acontecimiento muy esperado y se alegraron mucho que hubieran llegado.
Después de las bienvenidas y celebraciones, se pusieron a trabajar con ganas. Ya habían puesto en marcha un plan para el jefe y los otros voluntarios. Les asignaron unas tareas y el objetivo era lograr la construcción de diez casas dentro del plazo. Para él su tarea era la hormigonera y ayudar al albañil. No tenía problemas para dormirse por la noche, estaba cansado pero satisfecho. Por la mañana despertó de un sueño profundo y fue al comedor afuera para desayunar con sus colegas.
Apenas podía creer lo que veía. La vio sirviendo el desayuno con total naturalidad. Al llegar su turno sus miradas se cruzaron. La miró otra vez y dijo con una sonrisa de bienvenida: “Me parece que nos conocemos”. Él respondió: “Sí, en un vuelo hasta Nueva York”. “Claro, me acuerdo ahora, fue durante la tormenta de nieve”. La cola de sus colegas le alcanzó y tenía que adelantar.
En los días siguientes se exigieron mucho a sí mismos para lograr su objetivo. De vez en cuando la vio y se saludaron como si fueran amigos de antaño. Pero estaba deseando conocerla más. Los días pasaron volando y con mucha alegría y celebración para los vecinos, las casas estaban listas para ocupar. Compartió una gran satisfacción por haber contribuido al proyecto con el grupo. Con mucha parafernalia abrieron las casas y radiantes de alegría las familias se mudaron de las chabolas.
Para celebrar sus esfuerzos voluntarios el jefe había organizado la despedida. Era un viaje a Capetown y una visita a Table Mountain. Aprovechó la oportunidad de invitarle a sentarse al lado de él en el autobús. Por suerte se había dignado a aceptar la invitación. Fueron las dos horas más rápidas de su vida. Era de Venezuela. Creció en un ambiente pobre. Su familia se había mudado a los Estados Unidos cuando era muy joven. Recibió una buena educación y por eso se hizo Representante de Niños en la ONU.
De repente dijo: “Y tú, cuéntame de ti”. El autobús había llegado al pie de Table Mountain y se alegraba de prolongar la conversación. Subieron lentamente la montaña. Sintieron un gran alivio al alcanzar la cumbre. La vista desde la cumbre era magnífica y con la chica más bella del mundo a su lado sintió que no la perdería por nada del mundo. Entraron en el restaurante y cualquiera se hubiera dado cuenta de que lo estaba gozando.
M. Crowley