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El niño que quería ser Dios

El 3 de March de 2011 en Uncategorized por | Sin comentarios

El niño que quería ser Dios

Era noche oscura. Nevaba muchísimo. La Noche Vieja de 2010 era la más fría de las que recuerdan los viejos habitantes de Polonia. Los últimos minutos del año estaban inquietos por el viento terrible con la gran nevada. El frío penetrante mantenía a la gente alejada de fuera. Todo el mundo prefería estar en sus casas calentando los cuerpos congelados bajo las gruesas mantas.

En esta noche en un pueblo pequeño nació un niño. El parto fue muy difícil. La madre del chico gritaba aterrorizada, luchando con toda la fuerza para dar vida a su hijo único. Antes de su último aliento, ella abrazó al niño pequeñito y contando sus últimos minutos de la vida que se le escapaba, susurró a la oreja del chico palabras de consolación y adiós:

 – Sé valiente y orgulloso mi hijo, no temas de nada ni de nadie, sé quién quieras y cuando un problema aparezca, di “¡Uno, dos, tres no existas!”. La madre solo pudo dar nombre al hijo único y se fue para siempre.

El viejo médico que asistió en el parto no tenía mujer ni niños, por eso decidió adoptar al huérfano y darle todo lo que necesitaba.

*************

A la edad de nueve años Miron  empezó a llamar la atención de la gente, especialmente de las mujeres. Era pequeño de cuerpo, con los ojos grandes y azules, las mejillas rellenas pero pálidas, y el pelo rizado. No era como otros niños. Era muy listo. Siempre preguntaba cosas difíciles. Parecía que su alma aprendía la vida más rápido que los niños de su edad.

Miron observaba el mundo con atención. La gente hablaba de que el niño tenía mucha suerte. Cuando un problema se cruzaba en su camino siempre decía: “¡Uno, dos, tres no existas!” y el problema desaparecía. Un charco grande en el parque donde pasaba, el ventisquero en su camino a casa, el camión que oscurecía el árbol con los pájaros que observaba, todos desaparecían con las palabras: “Uno, dos, tres no existas”.

Un día como hoy Miron quería hacer un muñeco de nieve pero todo su esfuerzo por encontrar dos piezas de carbón para dar ojos al muñeco fue un fracaso, solo tenía un ojo. Un niño del barrio, viendo la insatisfacción en la cara del chico, empezó a burlarse de él. Miron no podía aguantar al vecino irritante, estaba harto de su comportamiento infantil.

– Uno, dos, tres no existas – susurró y el chico desapareció, y el huérfano pudo volver a su búsqueda sin más distracciones.

Era el día de su cumpleaños. Tenía diez años. Quería ver al Rey de cuya sabiduría había oído tanto. Fue al castillo donde toda la corte estaba preparando la gran fiesta de Noche Vieja. Solo un día en todo el año el Rey hablaba con sus vasallos.

Miron entró a la sala de audiencia. El Rey le esperaba.

– ¿Cómo estás, chico amable? – le saludó el Rey. – ¿Qué ayuda necesitas?
– Mi Majestad, he oído de tu gran sabiduría y quería preguntarte por qué el mundo existe.

El Rey sonrió y dijo:

– No sé.
– Pero ¿cómo el Rey -conocido por su sabiduría profunda no lo sabe? – exclamó el niño.
– Nadie lo sabe. Es un misterio grandísimo – explicó el Rey.

El chico se sintió confundido, no podía aceptar las explicaciones miserables del Rey. Estaba muy enfadado. Miró al Rey atentamente y sus labios susurraron cinco palabras:

– Uno, dos, tres, no existas.

Y el Rey desapareció por arte de magia dejando la corte sin consolación.

*************

Miron estaba desilusionado. No encontró la respuesta que había buscado tanto tiempo. Dejó el castillo y se movió hacia casa. Decidió dar un paseo por el parque para observar los pájaros, ver cómo actúan en el frío casi insoportable.

Caminando por el mundo congelado vio a una mujer de belleza nunca vista. Estaba sentada en el banco con ojos llenas de lágrimas. La mujer parecía una princesa de otro mundo.

– ¿Por qué estas tan triste? – preguntó el chico.
– Porque el Rey desapareció y ahora estoy sola… Y tú… eres un chico muy listo y tan bonito. Siempre había querido tener un niño pero la fortuna no fue buena con nosotros… pero puedes vivir conmigo. Te doy todo. Soy la Reina. Todo el país será tuyo  – Miron lo aceptó.

La vida con la Reina era maravillosa. El niño tenía la madre que nunca había tenido. Los dos eran muy felices. Después de un año la Reina aceptó que el Rey nunca volviera y empezó a echar de menos el toque del hombre. Uno de los asesores del Reino era un hombre muy amable y fuerte. Atraía a muchas mujeres de la corte pero en su corazón tenía solo una, la Reina bella.

Era el día del once cumpleaños del Príncipe Miron. Él esperó a su querida madre para jugar con ella pero ella no fue. El niño la buscó. Buscó por casi todas las salas del castillo, solo quedaban los cuarteles de los asesores del Reino. Miron abrió las puertas de todas las salas y finalmente entró en una habitación con poca luz pero era suficiente para ver a la Reina desnuda y abrazada con el asesor más admirado en la corte.

El huérfano no gritó ni lloró, solo miró a los dos amantes. Cerró sus ojos grandes y susurró:

– Uno, dos, tres no existas, uno dos tres no existas. – Cuando abrió los ojos el cuartel estaba vacío.

Miron era sabio pero cruel. Odiaba la debilidad. Quería conquistar los países vecinos.

Era Noche Vieja. El Señor Miron tenía doce años. Sus soldados vencieron al ejército enemigo y el niño real fue al campo de batalla para celebrar la victoria. El suelo estaba tapado por los cuerpos.

El chico paseó sorteando los cuerpos y vio en la distancia una silueta negra y torcida.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó Miron acercándose a ella.
– Estoy recogiendo las almas de los derrotados para darles el nirvana – respondió la mujer torcida.
– Esta tierra es mía, lo mismo que los cuerpos, no tienes derecho a estar en mi tierra – exclamó el Señor.
– Eres solo el Rey del mundo vivo. No tienes poder sobre las almas ni sobre mí – dijo la mujer.

Miron estaba muy enfadado. En sus ojos brillaron las lágrimas de ira. Se las tragó enseguida y con voz rota susurró:

– Uno, dos, tres, no existas.

Desde ese día el pueblo del Señor Miron no murió.

La Muerte no existía, pero la gente empezó a sufrir enfermedades infecciosas y el Reino se convirtió en un mundo muy débil e infectado. Todos envejecieron muy rápido. La belleza de las mujeres desapareció. La gente era demasiado miserable para cuidar las flores, los árboles y animales. La tierra se ahogó de enfermedad.

Era Noche Vieja. El Reino enfermo quería celebrar el trece cumpleaños del Rey.

Miron se convirtió en el hombre más poderoso y sabio del mundo. Ese día del año, el pueblo podía encontrar a su Señor y preguntarle cualquier cosa.

Un chico pequeñito se acercó a Miron sentando en el trono, hizo una reverencia y con voz dulce preguntó:

– Mi Gran Majestad, me llamo Svan, soy huérfano y quería saber por qué el mundo existe.

Miron había leído miles de libros y hablado con cientos de científicos pero nadie le había dado una respuesta a la pregunta que él perseguía.

Miró bruscamente al chico pequeño, después elevó su mirada y vio su reflejo en el gran espejo, vio su cara de trece años que no parecía de trece años, vio sus ojos grandes llenos de tristeza y sintiendo una soledad insoportable Miron susurró:

– Uno, dos, tres, no existo.

Julia Janiszewska

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