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La idea perfecta

El 3 de March de 2011 en Uncategorized por | Sin comentarios

La idea perfecta

Eran las siete de la tarde. Maximilian se sentó en el Bachelor Inn Bar cerca del río Liffey. Terminó de beber su decimotercera copa de Jameson y como siempre en viernes esperó a su mejor amigo. Kieran siempre llegaba tarde. Era casi ocho años menor que Max y para su explicación siempre usaba su edad.

– Que la fuerza esté contigo – era la primera frase que usaban para saludarse. Los dos eran admiradores de La Guerra de las Galaxias.

– Y contigo, amigo – respondió Max. – Llegas tarde, otra vez.

Kieran sonrió y dijo sin sorpresa: “Sabes cómo somos, a nosotros los jóvenes, no nos importa el tiempo, vamos a nuestros problemas”. Era típico. Kieran era un hombre de treinta años pero parecía más joven. Era muy atractivo y siempre encontraba el tiempo para los amores. No era el típico poeta. En sus cuadernos de poesía era muy serio y dramático, en la vida muy optimista y amable.

Max era su contrario. Siempre serio, deprimido, nada en su vida le consolaba. En treinta y ocho años, se había divorciado dos veces, no mantenía contacto con su familia y solo tenía un amigo: el poeta. Empezó su carrera de autor de novela negra muy pronto cuando tenía veintitrés años. Con sus historias negras con humor cínico encontraba a muchos admiradores en su patria.

Cinco de sus libros eran bestsellers y otros cinco habían vendido muchas copias también. Sin embargo, desde hace dos años Max batallaba con una gran depresión y con deficiencia de ideas perfectas para su nuevo libro.

– Necesitas relajarte Max. Haz yoga o meditación. Eres demasiado pesimista, no es bueno para inventar las historias.

Esta conversación la escuchó el Desconocido sentado en la mesa de al lado. El hombre tenía barba de cuatro días y ojos alarmantes. Terminó de beber la segunda pinta de Guinness, quiso pedir otra pero paró escuchando atentamente la conversación de los dos artistas.

– Perdónenme señores… pero oí su conversación… sin intención… perdón, no quiero interrumpir y mezclarme pero yo puedo tener la solución para ti, Max… ¿No te importa que te llame Max, no? – preguntó el Desconocido con voz ronca.

Kieran quiso deshacerse del tipo chanchullero inmediatamente pero no consiguió abrir la boca cuando su amigo respondió desesperadamente: “Ningún problema. ¿Cómo puedes ayudarme?” El Desconocido sonrió mostrando sus dientes podridos.

– Vale… vale… ¿Buscas ideas perfectas, no? Las mejores ideas son las más austeras. ¿Por qué no usas tu vida como inspiración? Empieza tu novela escribiendo de la visita de un autor en… un bar y… un encuentro con un amigo… después este autor podría pensar en lo que podría ocurrirle y su amigo y lo escribe.

La idea es… si las historias en el manuscrito del autor son optimistas él tendría situaciones maravillosas en la vida, si las historias son negras… sabes… ¡horror! El hombre se rió histéricamente.

– Es buena idea, muy inspiradora. Gracias amigo, ¿qué puedo hacer por ti? – exclamó el autor.

– Nada, nada, ¡que te aproveche!… Puedes comprarme otra copa de Guinness y todos seremos felices, ja ja ja.

– ¡Por supuesto! – Max no recordaba cuándo se había sentido tan feliz. Quería empezar a escribir inmediatamente, compró Guinness para el Desconocido, se despidió de su sorprendido amigo y corrió a su apartamento en Dublín 2.

Escribió todos los días y noches. No tenía tiempo para su amigo, ni para periódicos ni tele. Era especialista en novela negra, entonces su mente siempre buscaba situaciones negras, duras; la vida en sus historias era de mala fortuna.

Empezó su novela con la visita de un autor en un bar y un encuentro con un amigo después este autor pensó en lo que podría ocurrirle a su amigo y lo escribió. El protagonista perdió a la familia en circunstancias muy graves. Los padres murieron en la autopista chocando con un camión con gasolina. Su hermana única, su marido y dos niños y otras cincuenta personas se hundieron con el barco.

El agua del Mar Irlandés era muy fría y el equipo de socorro no lo consiguió a tiempo. El amigo del autor inventado murió en el Dart apuñalado por una banda de jóvenes. Su historia casi estaba terminada solo necesitaba el fin adecuado, fuerte, de sangre como sus otros cuentos. Decidió ir al Bachelor Inn. Era viernes, entonces esperaba que Kieran estuviera allí.

El bar estaba desierto. En el rincón estaba sentado solo un borracho delirante con una botella casi vacía. Era octubre y el tiempo se empeoró, hacía mucho viento, la gente prefería estar en casa, las calles estaban sin vida.

Max se sentó en su asiento favorito y esperó a Kieran. Tenía muchas cosas para decirle. Todas estas ideas, casi terminado el libro de calidad fantástica. Era ya muy tarde y Kieran no vino. Intentó llamarle por teléfono pero el poeta no contestó. Decidió beber la última copa de Jameson y regresar a casa.

Max estaba muy contento, quería agradecer al Desconocido por abrir la puerta de su imaginación con tan simple idea, idea perfecta.

Era la una cuando la puerta del bar se abrió y Max vio al Desconocido, hombre al que debía tanto. Él se acercó a Max. Mostró sus dientes podridos con una sonrisa radiante.

– ¡Hola hombre! ¿Qué tal? ¿Qué tal va tu libro? – preguntó.

Max con mucha pasión empezó a contarle los meses de su trabajo, agradeciendo al Desconocido muchas veces. El hombre escuchó con mucha paciencia todos los detalles de la historia que había sugerido él. Oyó todo sobre la vida del protagonista, de la muerte de su familia y amigo. El autor apuntó que solo necesitaba escribir el fin de la historia.

– ¿Y cuál es el fin? – preguntó Desconocido.

– ¡Hombre! No sé si puedo confesar eso… es muy especial… – dudó Max.

– ¿Por qué, hombre? Yo te ayudé tanto. Me debes…

– Vale… el protagonista… el autor será matado…

– ¿Y cómo? – preguntó el hombre de sonrisa podrida.

– Pues… el autor está en un bar… y… es matado con la pistola de alguien que no conoce y el barman encuentra su cuerpo.

Era las dos y cuarto. El barman volvió del baño. Echó un vistazo a la mesa donde estaba sentado el autor. La cabeza de Max yacía en la mesa en un charco de sangre. El bar estaba vacío.

Julia Janiszewska

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