Novela de introspección, de descenso a la infancia, al pasado, al recuerdo, a los miedos, a las profundidades de la conciencia simbolizadas a lo largo de sus páginas en los abismos silenciosos y linfáticos de la piscina que frecuenta Jonás, su protagonista.
Sacado del agobiante mito de la ballena y de una vida cómoda, próspera y prometedora, Jonás se ve de repente enfrentado a una nueva existencia: la alejada de Ada, su novia y antiguo alentador vital y profesional, con la que ha pasado sus mejores años.Únicamente un hábito permanece en él: el de seguir acudiendo a la misma piscina y después a almorzar con Sergio, su buen amigo, alma gemela y compañero de estudios, a partir de este momento contrapunto exacto de Jonás: abogado de prestigio, esposo de la bella Martina y padre de la angelical Paula. En la placentera cima profesional y familiar.
En la acuática calle de al lado, Jonás, reducido a un fotógrafo de encargos para un periódico local, sin Ada y fuera del mundo de las galerías y las exposiciones de las que tanto se hablaría algún tiempo atrás. En las calles paralelas, el Hombre-Pez, Bongo, Pongo, Australia… Un grupo selecto de nadadores que imponen sus ritmos y sus personalidades a sus brazadas y que constituyen la tribu quizás más real de este nuevo universo habitado por el protagonista, quien es en la piscina donde precisamente se encuentra a sí mismo y vuelve a sentirse vivo bajo la mirada de unas enigmáticas sombras que recorren y se detienen, que observan y se desentienden, desde las amplias cristaleras que rematan el pabellón.
Pero el pasado de Jonás vendrá a alterar la respiración del nadador, a enturbiar las aguas a pesar de su cloro, a abrir la herida de la siempre presente separación de los ojos de Ada. Y lo hará con rencuentros habituales que un día traerán consigo funestas noticias de misteriosas desapariciones de seres queridos o conocidos.
Primero, y la más importante, será la de su madre, anunciada por su padre y seguida de un regreso (de varios, demasiados, capítulos) a la casa paterna y una exploración íntima, consoladora e hiriente al mismo tiempo, del lugar de la infancia y de la ya pérdida unión familiar. En esa línea actuarán los rencuentros con Sebastián, reconocido crítico de arte y mentor del Jonás artista, y con Ingrid, la galerista de su primera puesta de largo.
Pero volviendo a las desapariciones, a la de la madre seguirán las de la hija y nieta de Leopoldo, el viejete del café del Hotel Ángel; la de Oliver, asimismo fotógrafo de la quinta de Jonás, buscado sin éxito por Sebastián; la de un compañero de comisaría del padre del protagonista… Incluso la ciudad, el metro o el edificio se le aparecen a Jonás como sombras medios deshabitadas de lo que fueron antes. No olvidemos que Los nadadores es una obra que nos habla del vacío que dejan los que se van, sobre la soledad y el sentido de estar vivo en un mundo cada vez más inhóspito.
La tercera parte de la novela (tras la dedicada al mundo de la piscina y sus sensaciones y a la de la vuelta a la casa paterna) da un giro hacia la novela negra (con la entrada de Sila Montesinos, el hermano del portero del edificio de Jonás), nos presentará a nuestro personaje enredado en inframundo de locales oscuros, putas, matones y whiskies adulterados, y nos conducirá a un final onírico, como en coma, irreal, donde Jonás regresa al calor de Ada y al consuelo acuático de su piscina, esta vez vacía, desde la que cree reconocer por fin, claro, las siluetas de las sombras de las personas que lo observan desde las cristaleras del pabellón.
Texto: Eduardo Lucena
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