Os invitamos a leer este cuento que nos envía Alberto Zalles, usuario de nuestra biblioteca.
Desarraigados
Bajé del tranvía y me dirigí corriendo hacia el andén catorce. Si perdía el tren de las diez y veintiuno tendría que resignarme a tomar el último, una hora después. Atravesé sin inconvenientes el hall central de la Gare de Midi. A esa hora de la noche casi no había un alma y en el café, que yo no sé por qué tiene una escultura de una cebra descomunal en su entrada, sólo quedaba un parroquiano tomando apresurado su Duvel, de pie, tambaleándose, y mirando de reojo la pantalla de anuncio de los viajes.
Al llegar a la escalinata eléctrica, un hombre pesado, bien vestido, con un grueso abrigo negro, me detiene, bloquea mi premura, y me lanza una pregunta en un español muy familiar.
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