Hoy publicamos en el blog de nuestra biblioteca una sentida crónica de la visita de la soprano Raquel Andueza y el tiorbista Jesús Fernández Baena al Institut Jules Bordet de Bruselas. Un día después de su actuación en el Cervantes, llevaron la música en tiempos del Quijote a los pasillos de la institución de referencia en oncología de Bélgica dentro de nuestro proyecto #arteterapia, un intento por llevar las formas artísticas a los centros hospitalarios como una prolongación de la vida verdadera que encuentra en el arte la plasmación de una vida plena. Alicia Chamorro, enfermera y escritora, nos cuenta lo que allí ocurrió:
El pasado jueves, cuando llegó la música de La Galanía al Instituto Jules Bordet, hospital de oncología de Bruselas, desapareció de nuestros olfatos el olor a desinfectante; de nuestras bocas, el sabor espeso de la espera de diagnóstico, de la vista, los rincones desconchados. Desapareció el escalofrío en la piel y la palabra cáncer de las conciencias. Yo misma la creía indeleble. Cómo lo haces, Raquel, tanto apenas con tu voz. Cómo lo haces, Jesús, tanto apenas con tu tiorba.
Raquel Andueza, proyectando su inmensa voz, y Jesús Fernández, expandiendo dulcemente las notas de sus cuerdas, nos emocionaron a todos interpretando en cada planta del hospital sus melodías barrocas: algunos lloraron con las lágrimas cara abajo, como se llora al dignificar la vida: los años pasados y sus experiencias, hayan sido muchos o ni siquiera demasiados, hayan sido enteros o medianos. Son nuestra reserva y motor de fuerza cuando entramos en la enfermedad y el miedo. Apuesto a que es en las salas de espera de los hospitales el lugar donde las personas nos sentimos más frágiles y vulnerables. Por ello, creo firmemente que es en los entornos hospitalarios y de enfermedad donde más necesaria es la música, como la literatura y el arte. Ya sabía de ello el médico de don Quijote, de la necesidad de atender la salud del alma cuando la del cuerpo corre peligro.
Un paciente en aislamiento salió decidido de su habitación y, prudente, se mantuvo alejado del resto al fondo del pasillo. Abrazado a su mujer y balanceándose al ritmo de la música: la elegancia toda era ese desafío de almas aliadas contra la angustia. Raquel también lo supo: por un momento en suspensión fueron los protagonistas de la planta. Los únicos que no se dieron cuenta fueron ellos mismos, envueltos por la música, cegados, literalmente. Ahora sé que el amor en abrazos es del color amarillo de las blusas protectoras; médicos y enfermeras nos quedamos sin palabras. La energía que les envolvía nos paralizó el cuerpo y el aire. Durante un instante presentí que todos debimos llegar allí para adornar su baile indestructible.
Niños que visitaban a alguno de sus seres queridos, se quedaban mirando inmóviles a los músicos con la boca abierta y algún caramelo olvidado entre sus dedos flojos.
Fue en la primera planta del hospital –y última del concierto itinerante- donde más canciones pudimos disfrutar. Así lo pidieron los pacientes que improvisaron las primeras filas pidiendo con entusiasmo una silla frente a Raquel: se entregaron al concierto como el que se arroja al mensajero de un obsequio lejanísimo.
Un día después, todo volvió a ser como antes, aunque solo en apariencia. Un paciente me explicaba una tarde de domingo cuál es la mejor manera de permanecer en el recuerdo de alguien: dejar un momento atado a una canción. Y Raquel y Jesús nos regalaron unas cuantas. Imágenes de unos junto y para los otros asidas a la memoria, para siempre. Registros de la médula espinal.
La música no puede llevarse la enfermedad, pero sí traernos la calma de vuelta y la esperanza inmensa de presenciar lo bello.
Ay, Blue-Eyes, si estuvieras aún en tu cuerpo galante y joven de dos metros de alto, te hubiera pedido que bailaras conmigo. Y a La Galanía, que cantara otra.
Gracias de las que nunca acaban a la generosidad del Instituto Cervantes de Bruselas, y de los músicos, Jesús y Raquel; que cuándo volvéis, me preguntan los pacientes cada día. Que sea pronto: lo piden los pasillos de Bordet y los desconchados discretos de algunas esquinas en las que se siente de nuevo el olor a desinfectante.
Alicia Chamorro García. Enfermera del Instituto Jules Bordet y escritora: www.elcuentacontigo.es