Os invitamos a leer este cuento que nos envía Alberto Zalles, usuario de nuestra biblioteca.
Desarraigados
Bajé del tranvía y me dirigí corriendo hacia el andén catorce. Si perdía el tren de las diez y veintiuno tendría que resignarme a tomar el último, una hora después. Atravesé sin inconvenientes el hall central de la Gare de Midi. A esa hora de la noche casi no había un alma y en el café, que yo no sé por qué tiene una escultura de una cebra descomunal en su entrada, sólo quedaba un parroquiano tomando apresurado su Duvel, de pie, tambaleándose, y mirando de reojo la pantalla de anuncio de los viajes.
Al llegar a la escalinata eléctrica, un hombre pesado, bien vestido, con un grueso abrigo negro, me detiene, bloquea mi premura, y me lanza una pregunta en un español muy familiar.
– ¿Eres peruano?
Admito que cuando alguien se dirige a mí, en español, me desmarco del tiempo y me rindo dócil a la posibilidad de una conversación. Así, en aquel momento, me dispuse incluso a postergar mi partida.
– No, soy argentino, de Jujuy, del norte, de cerca de la frontera con Bolivia.
Una vez más contesto con la fórmula de siempre y una vez más me culpabilizo. Pienso inútilmente como siempre: ¿por qué no digo simplemente que soy argentino?, pero reacciono y replico.
– Y tú, ¿sos peruano?
– No, guatemalteco – lo dice sin convicción.
Bastó ese cruce de preguntas fortuitas para desacelerarme y, aunque en la pantalla percibo que tengo dos minutos para subir las escaleras, escucho nuevamente su voz y la indagación que nos hacemos los inmigrantes, o que nos la hacen, como para medir el grado de nuestro desarraigo.
– ¿Y hace cuánto tiempo que vives aquí?
– Quince años – respondo, y cual si retribuyera una cortesía continúo – ¿Y tú, cuántos llevas?
– Treinta y cinco años… en esta mierda de país.
Lo ha dicho en un tono que me deja perplejo. Entonces fijo mis ojos en su rostro y, claro, percibo su inobjetable desencanto.
– Bueno, ¿y por qué no volvés a Guatemala? – le digo, razonando lógicamente.
– Y qué voy a hacer en esa mierda de país… – responde, como dando una estocada.
Ya no vacilo más, retomo mi ímpetu, creo que no vale la pena perder mi tren, y arranco por las escaleras, hacia arriba, sin ni siquiera decirle adiós.
Pues si, asi es, pero hay que ser inmigrante para sentir ademas de entender este cuento. A proposito ¿De donde eres tu Alberto?.
Gracias por el comentario.
Nací en Bolivia.