Nuestra profesora del Taller de escritura creativa, Dulce Kugler, ha quedado entre los finalistas en el Concurso de Historias del Día de Muertos en México, que organiza ZENDA bajo el patrocinio de Iberdrola, con el cuento ‘El corazón en México’.
El primer premio, 2.000 €, ha sido para Diego Rinoski por ‘Esta es la historia de Simona Hurtado’. El segundo premio, 1.000 €, ha recaído en César García Fernández por ‘Feliz día de los muertos’.
El jurado que valora la calidad literaria y la originalidad de los textos lo forman escritores de la talla de Ángeles Mastretta, Gabriela Guerra Rey, Espido Freire, Jorge Zepeda Patterson, Élmer Mendoza y Xavier Velasco, con Miguel Munárriz como secretario.
Mi marido tiene el corazón en México. Una delicada red de venillas cruza el océano y lo une al cuerpo que respira, come y anda en este país también esdrújulo donde vivimos. A lo largo de miles de kilómetros las venillas sutiles se estiran, se sumergen en el agua salada, se alargan tanto que se rompen a veces, luego se trenzan o se anudan, se extienden después por debajo del mar, se tuercen o enrulan y por fin emergen en la costa opuesta.
Convendrá usted que esta situación no es de las más llevaderas. Aparte de los muchos peces que ahí anidan y desovan, y cuyas crías mordisquean las fibrillas rojas con deleite; aparte de los cardúmenes que se enredan entre los hilos o algunos pulpos que ejercitan sus tentáculos entretejiéndolos con las venas, esto le trae no pocos inconvenientes. No sólo a mi marido, sino también al corazón.
Imagínese lo que es vivir día tras día, año tras año, el cuerpo aquí, bajo estas nubes bajas, y el corazón allá, palpitando en esa inmensidad azul, bebiéndose la luz meridiana. Un ritmo de corceles al galope, una fiesta de colores intensos, un puro grito de júbilo, que con el agua y la distancia van apagándose y, después de tanto andar, al llegar al pecho, no es más que un eco de la poderosa fuerza que fue en su origen. Si usted pudiera, como yo, pegar la oreja a su pecho mientras fuma en la oscuridad del balcón y su mirada se pierde más allá de los edificios de enfrente o la bruma que borronea las estrellas, comprobaría lo quedos que suenan sus latidos.
Y qué decirle del corazón allá solo, levitando sobre las azoteas, embriagado de sol, su roja carne dele palpitar en medio de balcones florecidos, pero sin costillar que lo acoja ni tronco al que asirse. Fragilidad expuesta a la primera flecha que quisiera atravesarlo.
Algunas noches, cuando mi marido duerme a mi lado, me meto en sus sueños y veo cómo remonta, a brazada limpia y vuelo, el fino entramado de venas y arterias precisa y salvajemente, hasta llegar al corazón sangrante. Lo toma con sus dos manos, se lo pone en el costado izquierdo del pecho y sale a dar una vuelta por esas calles, entero.
¡Muchas felicidades Dulce!