El Instituto Cervantes utiliza cookies propias y de terceros para facilitar, mejorar y optimizar la experiencia del usuario, por motivos de seguridad, y para conocer sus hábitos de navegación. Recuerde que, al utilizar sus servicios, acepta su aviso legal y su política de cookies.

   

Blog del Instituto Cervantes en Utrecht

Todo sobre nuestras actividades y servicios

Descubriendo México: La protagonista de las fiestas, la piñata

Por Neri Arjona De Santiago, profesora
Fotos: cortesía de Melissa Torrecilla Aguirre y Ricardo Holtkamp Arjona

Una fiesta sin piñata, ¡impensable! Sobre todo si se trata de celebraciones infantiles o de las tradicionales posadas en diciembre.

Así como la piñata oculta en su interior tesoros que no pueden ser Mexico_pinata_1apreciados a simple vista, su origen también encierra secretos, que constituyen una amalgama de elementos prehispánicos y españoles.

El origen azteca de la piñata parte del culto a Huitzilopochtli, el dios principal de los mexicas. El nacimiento de esta deidad se celebraba en diciembre. Como parte del festejo se incluía un recipiente de cuero tejido con plumas multicolores. El ritual consistía en pegarle a éste con un palo hasta que se rompía y los tesoros en él contenidos caían a los pies del ídolo.

En Occidente, las piñatas llegaron a España a través de Italia, pero no fue ahí donde vieron la luz, sino en China, de donde Marco Polo las llevó a su país. En China, las piñatas se usaban en las celebraciones de año nuevo. De Italia, la tradición se extendió a España.

En el tiempo de la Colonia, la piñata fue utilizada como un instrumento para difundir la religión católica entre los indígenas. Los misioneros españoles usaron la alegoría de la piñata para evangelizar. Así, la piñata simbolizaba al diablo y, los siete picos, los siete pecados Mexico_pinata_2capitales. Los colores llamativos y brillantes representaban la tentación. Los dulces y demás cosas que se encontraban en su interior eran una alegoría de las bienaventuranzas y recompensas que se recibirían al golpear al pecado con la fe, una analogía del palo que se usaba.

Las piñatas tradicionales se hacen colocando dentro de ellas una olla de barro que es en la que se depositan los dulces o sorpresas. Después se procede a cubrirla con papel de china de diferentes colores. A esta misma se adhieren siete conos o picos que terminan dándole la forma de una estrella. La piñata se rellena con dulces y frutas de temporada, cacahuates o pequeños regalos. Debido a algunos accidentes como cortaduras o golpes, ahora muchas piñatas se hacen cubriendo con varias capas de papel periódico un globo inflado, el que después se pinchará pero que ya habrá dado su forma a la piñata. Parte esencial de la piñata es el palo que se usa para romperla y que también va profusamente adornado. La piñata se cuelga de una cuerda y una persona es la encargada de moverla. Otra opción es que dos personas sujeten los extremos de la cuerda.

El momento de romper la piñata constituye todo un ritual. Primero, si las personas que van a participar son niños mayores o adultos, se procede a ponerles una venda enMexico_pinata_3 los ojos a cada uno al momento de pasar. Se le pone el palo en la mano y se le dan algunas vueltas para que pierda la noción del espacio y no pueda localizar la piñata. Entre tanto, el que está o los que están sujetando y moviendo la piñata “provocan” al que quiere romperla rozándolo con ella.

Cuando cada uno va pasando a romperla se le canta al participante: “¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino; ya le diste una ya le diste dos, ya le diste tres y tu tiempo se acabó!” Otra versión es: “¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino; dale, dale, dale, dale y no le dio, quítenle la venda, porque sigo yo!”. Aparte de participar cantando, el resto de las personas se ocupan de confundir al que está en turno diciéndole, a tu izquierda, cuando la piñata en realidad está a la derecha, o arriba, cuando la piñata está abajo. Con estas instrucciones equivocadas se producen situaciones realmente cómicas.

Una vez que la piñata ha sido rota y el contenido cae al suelo, es el momento en que niños y mayores se abalanzan para atrapar la mayor cantidad de los tesoros en Mexico_pinata_4.jpgella contenidos.

La piñata tradicional es la de picos, pero actualmente, para las fiestas de cumpleaños infantiles las hay que representan a superhéroes, princesas, o cualquier otro diseño que esté de moda y que coincida con la temática de la fiesta. Las piñatas en forma de cubo y con globos dentro también son muy populares.

Poco a poco, las piñatas se fueron convirtiendo en un elemento importante de la cultura mexicana. Hasta el punto que ahora, en el extranjero, piñata equivale a México. El hacer piñatas es considerado por muchos como un arte y hay piñatas que son unas verdaderas joyas y a las que romperlas constituye una verdadera pena.

Dale, dale, dale, no pierdas el tino,
porque si lo pierdes, pierdes el camino…

Descubriendo México: Lo que la Navidad le debe a México

Por Neri Arjona De Santiago, profesora

Guacamole, tequila, mariachi y tacos son algunas de las palabras que mundialmente se asocian en el acto con México. Sin embargo, hay otro grupo de vocablos como pavo, flor de Nochebuena, chocolates, cacahuates y parafina, que al oírlos o ver su representación, los extranjeros y muchas veces, los propios nacionales, no los relacionan inmediatamente con mi país.

Sobre estos últimos quiero tratar en esta columna. Para ello me he tomado la libertad de transcribir un fragmento de uno de los capítulos del libro México, «acreedor de la civilización mundial», escrito por Fortino Ibarra de Anda. En él, este escritor mexicano cuenta, de una forma amena, sencilla y haciendo gala de un gran amor patrio, “Lo que debe a México la Navidad”.

“La Navidad, fiesta la más vieja del mundo cristiano y que cada vez va tomando más arraigo en los hogares y mayor auge y esplendor en todos los países, al grado de que casi es una fiesta universal, aun en los pueblos no cristianos, debe a México más de un motivo de regocijo, más de un motivo de lucimiento, universalmente aceptados dondequiera que se celebre el advenimiento de Cristo a este mundo.

¿Se puede concebir la celebración de la Nochebuena sin el pavo tradicional? Las hogareñas fiestas que empiezan en Navidad siguen hasta el Año Nuevo, y el pavo sigue figurando también lo mismo en las comidas del hogar, que en las que ofrecen los restaurantes en todos esos días. Primero, el pavo de rigor, y después todo lo demás. Lo mismo en Berlín que en París; en Londres que en Moscú; en Washington o en Madrid y hasta en Tokio y Pekín, que han comenzado a introducir la Navidad, obligados por las colonias extranjeras, el pavo al horno, el pavo trufado, el pavo al pastor, es obligatorio en la cena de la última semana del año cristiano.

El pavo, cócono, guajolote o “meleagris mexicano” como se llama científicamente, se debe a México; antes de Cortés, el mundo ignoraba la existencia de ese bípedo cuya carne proporciona un exquisito manjar; los vasallos de Moctezuma lo descubrieron un día, en estado salvaje, en las selvas vírgenes de Anáhuac y ofrendaron el descubrimiento al magnífico monarca, como cosa digna de dioses, y, de las tierras de Moctezuma el Magnífico, se propagó a todo el orbe la exquisita vianda como única digna de celebrar la fiesta de Dios. Sin el “hueyxólotl” de los aztecas, la Navidad cristiana parecería a muchos desabrida, insípida. El Día de Gracias, fiesta religiosa de los yanquis se celebra exclusivamente con el imprescindible pavo. ¡Qué lejos están los magnates, los millonarios, los potentados, de Estados Unidos y de Europa, de imaginarse que la vianda en torno a la cual gira toda la celebración de Navidad se debe a los aztecas!
La flor de Navidad. Mas no solamente el pavo se debe a México; también la flor de Nochebuena, esa flor que se ha extendido por todo el mundo como símbolo de Navidad, figurando en todas las alegorías, en todos los adornos, en todos los obsequios, en todas las tarjetas. ¿Se imagina alguien una cena de Nochebuena sin que la mesa esté adornada con la simbólica y extraña flor. Ésta, originaria de México, y que solamente se produce en invierno, rara por su forma y peculiaridades, pues siendo de tierra caliente, brota en tiempo de fríos; parece providencialmente destinada a simbolizar la Navidad. Los aztecas la conocieron como una de tantas plantas de ornato; los mexicanos de la Colonia notaron que solamente florecía en diciembre, y el espíritu religioso de los mestizos comenzó a engalanar los “nacimientos” con aquella flor.

Poco después, ya en la época independiente, vino a México Mr. Joel Poinsset en calidad de plenipotenciario norteamericano. Era hombre observador y aficionado a la Botánica y fue él quien clasificó la flor, la trasplantó a los Estados Unidos y la dio a conocer en el mundo entero como flor de Navidad por producirse en diciembre, y en los textos de Botánica de las escuelas norteamericanas, la indígena flor de Nochebuena, se conoce con el nombre de “poinsseta”, en honor del yanqui que la clasificara.

De todas maneras, la flor de Navidad se debe a México.

Los chocolates. Casi tan indispensables como el pavo son los bombones, turrones, confites, pasteles, postres, budines, etc., en que entra como principal elemento el chocolate. Las famosas cestas de Nochebuena no salen de ningún almacén, de ninguna casa de comercio o particular, sin los imprescindibles bombones entre los cuales la mayor parte son de chocolate dulce, amargo, con leche o sin ella, con pasas, con almendras, etc. ¿Y dónde se inventó el chocolate si no en México? ¿Y de dónde lo llevaron los españoles a Europa si no del Anáhuac?

Los cacahuates. Puede haber noches de Navidad, las de los pobres sin pavo, sin flor de Nochebuena, sin bombones de chocolate, sin turrones ni pasteles, ¿pero sin cacahuates? ¡Imposible! ¡Sabroso y nutritivo fruto que se ha adueñado de todo el globo terrestre! Los cultivan y los comen los blancos, los morenos, los amarillos, los negros, los aristócratas y los plebeyos; los soberanos y los esclavos; y en Navidad anda en las manos y en las bocas de todos. ¡Y esto también se debe a México!

En los Estados Unidos, en Cuba, en Centro América, en Europa, hay hasta canciones compuestas en honor del “maní” o cacahuate, indicio de la gran popularidad de que goza tan apetitosa golosina; se venden crudos, tostados, quemados; en confites, en turrón, en cajeta, con cáscara o sin cáscara, con sal, con chile, con miel, en bolsas, en la mano y constituyen uno de los principales negocios de Navidad. Por las vitaminas y calorías que contienen, son alimento ideal para el invierno.

Y si del aspecto universal que ofrece la predilección de que goza el cacahuate en Navidad, pasamos al punto de vista económico, aquí sí que podemos decir que una Navidad sin cacahuates, no sería Navidad sencillamente. ¿Cómo salir del compromiso de las “posadas”? ¿Con qué llenar las piñatas? ¿Cómo condimentar la ensalada de Nochebuena? ¿Cómo concurrir a la Misa del Gallo sin los bolsillos repletos de cacahuates?

La parafina. No tan popular como los cacahuates, aunque sí más necesaria para las fiestas de Navidad, es la parafina. En torno de las estampas, exornando las tarjetas de Navidad y en las alegorías alusivas, aparecen casi siempre flores de Nochebuena alternando con velas de parafina. Estas velas, simbólicas de la Nochebuena, fueron en tiempos antiguos de estearina, principio graso que se extraía especialmente de las ballenas. La estearina, por esta razón era cara y la usaban solamente los ricos para sus banquetes nocturnos; daba luz blanca, de escaso humo y de olor menos mareante que la cera. Era un lujo de ricos. Por mucho tiempo las rituales velitas de nuestras “posadas” fueron de sebo; la estearina ni siquiera se conocía por el pueblo, pues hasta el nombre le parecía exótico y decía “esterina”; y lo mismo que ocurría en México ha de haber sucedido en los demás países. Pero brotaron los pozos de petróleo, figurando México entre los países petroleros del mundo; se descubrió que, a pesar de su negrura, el chapopote tiene parafina, y ahora cualquier proletario puede darse el lujo por unos cuantos centavos, de iluminar su mesa con velas de parafina, tan luminosas, tan blancas, tan decentes como las de estearina, y gracias a la parafina extraída del petróleo mexicano, podemos en México realizar nuestras “posadas” con centenares de velitas que dan alegría y color a la fiesta familiar. Así, pues, también las simbólicas velas de Navidad, cuando menos su popularización, se debe en buena parte a México”.

La información la he copiado textualmente de las páginas 75-78 del libro El galano arte de leer.
Antología Didáctica. Volumen 1.
Manuel Michaus y Jesús Domínguez R.
Undécima edición, novena reimpresión, mayo 1983.
Editorial Trillas, S.A. México.

Espero que recuerden con cariño a mi hermoso país esta Navidad al comer el pavo, degustar unos ricos chocolates y cacahuates, al mirar una bella flor de Nochebuena o al encender una velita para adornar la casa o para honrar a algún ser querido que ya no está con ustedes.

Mi humilde aportación mexicana para estas fiestas es compartir con ustedes una receta muy típica de mi país, las hojuelas. Cuando pienso en ellas, acuden a mi mente las tardes de cada diciembre, durante años y años en que mi mamá, mi hermano y yo pasábamos largas horas amasando y extendiendo la harina para prepararlas, friéndolas y pasándolas por azúcar y canela. También me recuerda que era la forma muy personal de mi mamá de enseñarnos la esencia de este tiempo, el compartir. Siempre hacíamos una cantidad excesiva porque había que regalarlas a los vecinos y amigos.

Yo, como mujer práctica, les ofrezco la versión rápida, bastante parecida a la original.

Ingredientes:
– 1 paquete de tortillas de harina, formato pequeño. Pueden comprarse prácticamente en cualquier supermercado.
– 1 botella de aceite de semilla de girasol.
– Azúcar y canela en polvo al gusto.

Preparación:
En un plato se mezclan el azúcar y la canela en polvo. Después de freír cada tortilla en suficiente aceite en una sartén hasta que adquieran un color dorado, se revuelcan en el azúcar y la canela. Si las tortillas se esponjan al estarlas friendo, pinchar las burbujas para que el aceite alcance el interior y no queden crudas por dentro.
Son muy ricas acompañándolas con café, leche o chocolate.

¡Buen provecho!

Por este año me despido de ustedes deseándoles a todos unas hermosas fiestas navideñas llenas de salud, amor, paz y esperanza y lo mejor para el 2014.

Neri Arjona de Santiago

  • Twitter
  • Facebook
  • Correo electrónico
  • RSS

Instituto Cervantes Utrecht

Dirección: Domplein 3, 3512 JC, Utrecht (Países Bajos) Tel.: +31 302428470 Fax: +31 302332970 Horarios: Información y comunicación: De lunes a jueves: 10:00-18:00 Viernes: 10:00-15:00 Biblioteca: De lunes a jueves: 13:00-18:30 Viernes: 10:00-13:00 Contacto: cenutr@cervantes.es http://utrecht.cervantes.es

Categorías / Categorieën

© Instituto Cervantes 1997-2024. Reservados todos los derechos. cenutr@cervantes.es