Por Neri Arjona De Santiago, profesora
Guacamole, tequila, mariachi y tacos son algunas de las palabras que mundialmente se asocian en el acto con México. Sin embargo, hay otro grupo de vocablos como pavo, flor de Nochebuena, chocolates, cacahuates y parafina, que al oírlos o ver su representación, los extranjeros y muchas veces, los propios nacionales, no los relacionan inmediatamente con mi país.
Sobre estos últimos quiero tratar en esta columna. Para ello me he tomado la libertad de transcribir un fragmento de uno de los capítulos del libro México, «acreedor de la civilización mundial», escrito por Fortino Ibarra de Anda. En él, este escritor mexicano cuenta, de una forma amena, sencilla y haciendo gala de un gran amor patrio, “Lo que debe a México la Navidad”.
“La Navidad, fiesta la más vieja del mundo cristiano y que cada vez va tomando más arraigo en los hogares y mayor auge y esplendor en todos los países, al grado de que casi es una fiesta universal, aun en los pueblos no cristianos, debe a México más de un motivo de regocijo, más de un motivo de lucimiento, universalmente aceptados dondequiera que se celebre el advenimiento de Cristo a este mundo.
¿Se puede concebir la celebración de la Nochebuena sin el pavo tradicional? Las hogareñas fiestas que empiezan en Navidad siguen hasta el Año Nuevo, y el pavo sigue figurando también lo mismo en las comidas del hogar, que en las que ofrecen los restaurantes en todos esos días. Primero, el pavo de rigor, y después todo lo demás. Lo mismo en Berlín que en París; en Londres que en Moscú; en Washington o en Madrid y hasta en Tokio y Pekín, que han comenzado a introducir la Navidad, obligados por las colonias extranjeras, el pavo al horno, el pavo trufado, el pavo al pastor, es obligatorio en la cena de la última semana del año cristiano.
El pavo, cócono, guajolote o “meleagris mexicano” como se llama científicamente, se debe a México; antes de Cortés, el mundo ignoraba la existencia de ese bípedo cuya carne proporciona un exquisito manjar; los vasallos de Moctezuma lo descubrieron un día, en estado salvaje, en las selvas vírgenes de Anáhuac y ofrendaron el descubrimiento al magnífico monarca, como cosa digna de dioses, y, de las tierras de Moctezuma el Magnífico, se propagó a todo el orbe la exquisita vianda como única digna de celebrar la fiesta de Dios. Sin el “hueyxólotl” de los aztecas, la Navidad cristiana parecería a muchos desabrida, insípida. El Día de Gracias, fiesta religiosa de los yanquis se celebra exclusivamente con el imprescindible pavo. ¡Qué lejos están los magnates, los millonarios, los potentados, de Estados Unidos y de Europa, de imaginarse que la vianda en torno a la cual gira toda la celebración de Navidad se debe a los aztecas!
La flor de Navidad. Mas no solamente el pavo se debe a México; también la flor de Nochebuena, esa flor que se ha extendido por todo el mundo como símbolo de Navidad, figurando en todas las alegorías, en todos los adornos, en todos los obsequios, en todas las tarjetas. ¿Se imagina alguien una cena de Nochebuena sin que la mesa esté adornada con la simbólica y extraña flor. Ésta, originaria de México, y que solamente se produce en invierno, rara por su forma y peculiaridades, pues siendo de tierra caliente, brota en tiempo de fríos; parece providencialmente destinada a simbolizar la Navidad. Los aztecas la conocieron como una de tantas plantas de ornato; los mexicanos de la Colonia notaron que solamente florecía en diciembre, y el espíritu religioso de los mestizos comenzó a engalanar los “nacimientos” con aquella flor.
Poco después, ya en la época independiente, vino a México Mr. Joel Poinsset en calidad de plenipotenciario norteamericano. Era hombre observador y aficionado a la Botánica y fue él quien clasificó la flor, la trasplantó a los Estados Unidos y la dio a conocer en el mundo entero como flor de Navidad por producirse en diciembre, y en los textos de Botánica de las escuelas norteamericanas, la indígena flor de Nochebuena, se conoce con el nombre de “poinsseta”, en honor del yanqui que la clasificara.
De todas maneras, la flor de Navidad se debe a México.
Los chocolates. Casi tan indispensables como el pavo son los bombones, turrones, confites, pasteles, postres, budines, etc., en que entra como principal elemento el chocolate. Las famosas cestas de Nochebuena no salen de ningún almacén, de ninguna casa de comercio o particular, sin los imprescindibles bombones entre los cuales la mayor parte son de chocolate dulce, amargo, con leche o sin ella, con pasas, con almendras, etc. ¿Y dónde se inventó el chocolate si no en México? ¿Y de dónde lo llevaron los españoles a Europa si no del Anáhuac?
Los cacahuates. Puede haber noches de Navidad, las de los pobres sin pavo, sin flor de Nochebuena, sin bombones de chocolate, sin turrones ni pasteles, ¿pero sin cacahuates? ¡Imposible! ¡Sabroso y nutritivo fruto que se ha adueñado de todo el globo terrestre! Los cultivan y los comen los blancos, los morenos, los amarillos, los negros, los aristócratas y los plebeyos; los soberanos y los esclavos; y en Navidad anda en las manos y en las bocas de todos. ¡Y esto también se debe a México!
En los Estados Unidos, en Cuba, en Centro América, en Europa, hay hasta canciones compuestas en honor del “maní” o cacahuate, indicio de la gran popularidad de que goza tan apetitosa golosina; se venden crudos, tostados, quemados; en confites, en turrón, en cajeta, con cáscara o sin cáscara, con sal, con chile, con miel, en bolsas, en la mano y constituyen uno de los principales negocios de Navidad. Por las vitaminas y calorías que contienen, son alimento ideal para el invierno.
Y si del aspecto universal que ofrece la predilección de que goza el cacahuate en Navidad, pasamos al punto de vista económico, aquí sí que podemos decir que una Navidad sin cacahuates, no sería Navidad sencillamente. ¿Cómo salir del compromiso de las “posadas”? ¿Con qué llenar las piñatas? ¿Cómo condimentar la ensalada de Nochebuena? ¿Cómo concurrir a la Misa del Gallo sin los bolsillos repletos de cacahuates?
La parafina. No tan popular como los cacahuates, aunque sí más necesaria para las fiestas de Navidad, es la parafina. En torno de las estampas, exornando las tarjetas de Navidad y en las alegorías alusivas, aparecen casi siempre flores de Nochebuena alternando con velas de parafina. Estas velas, simbólicas de la Nochebuena, fueron en tiempos antiguos de estearina, principio graso que se extraía especialmente de las ballenas. La estearina, por esta razón era cara y la usaban solamente los ricos para sus banquetes nocturnos; daba luz blanca, de escaso humo y de olor menos mareante que la cera. Era un lujo de ricos. Por mucho tiempo las rituales velitas de nuestras “posadas” fueron de sebo; la estearina ni siquiera se conocía por el pueblo, pues hasta el nombre le parecía exótico y decía “esterina”; y lo mismo que ocurría en México ha de haber sucedido en los demás países. Pero brotaron los pozos de petróleo, figurando México entre los países petroleros del mundo; se descubrió que, a pesar de su negrura, el chapopote tiene parafina, y ahora cualquier proletario puede darse el lujo por unos cuantos centavos, de iluminar su mesa con velas de parafina, tan luminosas, tan blancas, tan decentes como las de estearina, y gracias a la parafina extraída del petróleo mexicano, podemos en México realizar nuestras “posadas” con centenares de velitas que dan alegría y color a la fiesta familiar. Así, pues, también las simbólicas velas de Navidad, cuando menos su popularización, se debe en buena parte a México”.
La información la he copiado textualmente de las páginas 75-78 del libro El galano arte de leer.
Antología Didáctica. Volumen 1.
Manuel Michaus y Jesús Domínguez R.
Undécima edición, novena reimpresión, mayo 1983.
Editorial Trillas, S.A. México.
Espero que recuerden con cariño a mi hermoso país esta Navidad al comer el pavo, degustar unos ricos chocolates y cacahuates, al mirar una bella flor de Nochebuena o al encender una velita para adornar la casa o para honrar a algún ser querido que ya no está con ustedes.
Mi humilde aportación mexicana para estas fiestas es compartir con ustedes una receta muy típica de mi país, las hojuelas. Cuando pienso en ellas, acuden a mi mente las tardes de cada diciembre, durante años y años en que mi mamá, mi hermano y yo pasábamos largas horas amasando y extendiendo la harina para prepararlas, friéndolas y pasándolas por azúcar y canela. También me recuerda que era la forma muy personal de mi mamá de enseñarnos la esencia de este tiempo, el compartir. Siempre hacíamos una cantidad excesiva porque había que regalarlas a los vecinos y amigos.
Yo, como mujer práctica, les ofrezco la versión rápida, bastante parecida a la original.
Ingredientes:
– 1 paquete de tortillas de harina, formato pequeño. Pueden comprarse prácticamente en cualquier supermercado.
– 1 botella de aceite de semilla de girasol.
– Azúcar y canela en polvo al gusto.
Preparación:
En un plato se mezclan el azúcar y la canela en polvo. Después de freír cada tortilla en suficiente aceite en una sartén hasta que adquieran un color dorado, se revuelcan en el azúcar y la canela. Si las tortillas se esponjan al estarlas friendo, pinchar las burbujas para que el aceite alcance el interior y no queden crudas por dentro.
Son muy ricas acompañándolas con café, leche o chocolate.
¡Buen provecho!
Por este año me despido de ustedes deseándoles a todos unas hermosas fiestas navideñas llenas de salud, amor, paz y esperanza y lo mejor para el 2014.
Neri Arjona de Santiago
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Como siempre Amiga querida es un placer deleitarse con tus columnas, te envío desde nuestro País un enorme abrazo con todo cariño y admiración, miles de bendiciones y mis mejores deseos para esta Navidad y Año Nuevo, no te olvides también de la quema deL Viejo, otra tradición en nuestro puerto al termino de cada año y de las ramas, que emocionante son todos esos recuerdos hermosos de nuestra infancia. Que dios te colme de bendiciones al lado de tu hermosa familia. te quiero mucho. besos y abrazos.