Texto del profesor Reindert Dhondt en ocasión de la inauguración del mural mexicano «México siempre bárbaro» (Biblioteca Instituto Cervantes de Utrecht, 4 noviembre 2016)
Estimado Sr. Embajador, estimados amigos del Instituto Cervantes:
Me es muy grato decir algunas palabras sobre el origen del proyecto cuyo magnífico resultado estamos admirando en este momento. A lo largo de los 14 meses en los que se ha ido gestionando este proyecto, los artistas han contado con el apoyo y la colaboración de numerosas personas, tanto en México como en los Países Bajos. Un proyecto de esta envergadura y duración depende de la complicidad y la generosidad de muchos compañeros de viaje, pero sobre todo de la perseverancia –por no decir el autosacrificio idealista– del equipo artístico: Alejandro, Lys, María, Eduardo y Jorge.
A principios de septiembre del año pasado WeShape, una compañía startup que ayuda a estudiantes y a jóvenes a recaudar dinero para realizar sus proyectos, me mandó el siguiente mensaje:
we have a request from the Mexican artist Jorge Tanamachi, who would like to create an art mural in the Netherlands, which emphasises on Latin American culture and symbolism, but they are also open for other art themes. We would like to know whether Utrecht University and your departments would be willing to cooperate with us and help Jorge achieve this project?
El breve correo fue el inicio de unas peripecias dignas del argumento de una novela de aventuras de María Dueñas, llena de vueltas de tuerca, contratiempos, cliffhangers que crean aún más suspense que el famoso duelo interrumpido entre el valeroso vizcaíno y don Quijote, y finalmente un inesperado deus ex machina que aceleró el desenlace feliz.
Antes de lanzar la campaña de fondeo, fue necesario buscar un soporte apropiado para el mural. Lamentablemente la universidad no pudo ceder una pared. Afortunadamente nos salvó el Instituto Cervantes, cuya misión consiste precisamente en promover el arte hispánico y en enseñar la historia y la cultura del mundo hispánico, dos elementos que convergen en el movimiento muralístico tal y como se lo planteó José Vasconcelos, el gran promotor de un arte didáctico posrevolucionario que es accesible a todos.
A esta vocación institucional se añade la casualidad de que el Instituto Cervantes buscara aprovechar la conmemoración del IV Centenario del segundo tomo del Don Quijote para apoyar un proyecto digno del caballero andante. La biblioteca del Instituto Cervantes estuvo incluso dispuesta a cambiar el hábitat familiar de los bibliófilos pequeños y a sacrificar un mural multicolor de una bandada de adorables pajaritos internacionalistas por una obra artística algo menos idílica y apacible.
Muy pronto un grupo de entusiastas estudiantes de la carrera de español de la Universidad de Utrecht se presentaron como voluntarias para colaborar en este proyecto extracurricular, desde la fase de planeación –que comprendió varias sesiones de lluvias de ideas por Skype con Jorge y María– hasta la búsqueda de un alojamiento apropiado para un grupo de enérgicos artistas que se presentaron casi de improviso a finales de abril.
Después de varias andanzas, Jorge y sus compañeros encontraron alojamiento en el idílico pueblo de Westbroek, donde los vecinos les ayudaron con hechos y palabras. Pronto se convirtieron en celebridades locales muy bien integradas en la comunidad, aunque su trabajo nocturno en la casa de campo convertida en talla de piedra levantó numerosas sospechas. ¿El arte serviría de tapadera para actividades semi-ilegales para las que se necesitaban masking tape, martellinas, mazos, cepillos de alambre, malla ultrasoldada y otros materiales y herramientas, cuya traducción al neerlandés fue un desafío nada desdeñable para el ayudante del departamento de español? Pronto estas sospechas se disiparon cuando los aldeanos vieron la diligencia y la energía de los muralistas.
En medio del camino, nos dimos cuenta de que la palabra “mural” no se refiere únicamente a una pintura que se realiza sobre un muro externo o interno, sino que remite también a una decoración de otros materiales, como el mosaico de piedras de Juan O’Gorman en la fachada de la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria en la Ciudad de México. Fue esta la técnica preconizada por los artistas. Ya se habían encargado diferentes tipos de piedras en Grecia y Italia, cuando por fin nos dimos cuenta del carácter perenne y definitivo de la instalación artística, lo cual implicó una autorización de la Dirección en Madrid y del arquitecto para la instalación del mosaico.
Frente a la expectativa de tener que pasar por un sinfín de trámites para determinar los aspectos jurídicos, que tenían que formalizarse en un convenio de colaboración, los artistas idearon –de manera muy pro activa y con la ayuda de la Embajada– un plan B para colocar el mural en otros lugares.
Felizmente el plan B no fue necesario. Gracias a la milagrosa intervención de Santa Rita –abogada de los casos desesperados, socorredora en la última esperanza– y sobre todo gracias a la eficacia inigualable del equipo de Isabel, se obtuvo el permiso de Madrid para instalar el mural en un santiamén, aunque los módulos no se pudieron anclar hasta la semana pasada.
El resultado es un fresco verdaderamente bárbaro – es decir, extraordinario y asombroso –, visualmente muy impresionante, que nos ofrece un abanico de la riqueza inagotable de la cultura mexicana –desde Sor Juana Inés de la Cruz a Zapata, pasando por la Llorona, los pictogramas prehispánicos y la iconografía de la Santa Muerte reminiscente de Posada – sin descartar una referencia a aspectos menos placenteros de la historia nacional. Por este potencial crítico, el mural del Instituto Cervantes también se enraíza firmemente en la tradición de “los grandes tres”.
La vorágine que le rodea al hombre al que se le parte el cráneo, puede simbolizar los traumas y los fantasmas que le persiguen a la nación mexicana, pero también la fuerza de la imaginación y la creatividad sin límites que llevaron a los mexicanos a una diversidad artística tan admirable y tan singular.
A pesar de que a los académicos no se nos representa de modo particularmente favorable en el mural, mis compañeros y yo estamos extremadamente orgullosos de haber podido contribuir modestamente a la realización de este proyecto. Eduardo, Alejandro, Jorge, María y Lys, os agradezco mucho vuestro voluntarismo sin límites. Sois un recuerdo vivo de que la cultura mexicana es resplandeciente, pujante y talentosa.
Reindert Dhondt, Utrecht, 4 de noviembre de 2016