Ya tenemos con nosotros el resumen de la última sesión del Club de lectura de la Biblioteca del Instituto Cervantes de Utrecht. Este encuentro de diciembre lo hemos dedicado al escritor uruguayo Mario Levrero. Marianne es la encargada en esta ocasión de presentarnos el resumen de la sesión (texto literario, sólo en español, lengua de creación elegida por el autor).
Hierbij bieden we u de samenvatting aan van de laatste bijeenkomst van dit seizoen van de Leesclub van de bibliotheek van Instituto Cervantes te Utrecht. De bijeenkomst van december ging over de uruguayaans schrijver Mario Levrero. Marianne is deze keer aan de beurt om een samenvatting te presenteren van de bijeenkomst (literaire tekst, alleen in het Spaans, taal van de samenvatting wordt gekozen door de schrijver).
Estar equivocado, perdido, nunca llegar al destino, estar con gente que actúa por reglas incomprensibles… Es lo que experimenta el protagonista de la novela La ciudad (1970), del escritor uruguayo Mario Levrero, que forma su Trilogía involuntaria junto con las novelas El lugar (1982) y París (1979).
En La Ciudad, el protagonista llega a una casa deshabitada que está a oscuras y en desorden. Tiene hambre, pero no hay nada en la casa y por eso va a hacer las compras en un almacén… pero nunca llega allí en la noche lluviosa, al contrario: se sube a un camión que pasa por ahí y en donde se encuentran el camionero y una mujer que empieza un juego erótico con él. Después de ser expulsado del camión, junto con la mujer Ana, continúan el viaje juntos. Ella lo lleva a La Ciudad, que no es nada más que un pueblo de cuatro casas. Además, es un lugar con reglamentos y dirigido por La Empresa. Allí se desarrolla la historia, que va de un acontecimiento a otro, hasta que el protagonista, por fin, logra abandonar la ciudad.
¿Una novela onírica o una pesadilla literaria?
El protagonista trata de interpretar esta cadena de acontecimientos en un «stream of consciousness», lo que sucede en este libro es una forma de realismo introspectivo. Los acontecimientos son como la secuencia de imágenes en un sueño o, mejor dicho, en una pesadilla, y por eso definimos esta obra de Levrero como una novela onírica, o mejor dicho, una pesadilla literaria. Más bien, podríamos decir que se trata de una sucesión de imágenes con una lógica extraviada, como si fuera un cómic. Hay similitudes con la obra del pintor Dennis Hopper y tal vez con la obra de Joost Swarte.
Las sucesiones son bastante realistas, normales y diarias: ir a hacer las compras, viajar, entrar en un bar, etcétera, pero se nota la extrañeza en los detalles y así crece un sentimiento de alienación. Después de haber leído el primer capítulo, no sabemos nada del protagonista. ¿Cómo se llama, por qué está allí, de qué vive? En el resto del libro apenas hay indicaciones de su vida anterior.
Es muy difícil – tanto para el protagonista como para el lector – entender los acontecimientos en la historia. El protagonista tiene problemas con la comunicación y el lenguaje, todo es incomprensible, hasta los mapas y los carteles en la ciudad no le ayudan a orientarse porque están escritos en un idioma extranjero.
El reinado de la inseguridad
En la novela hay bastantes elementos de adversidad, como por ejemplo el problema del lenguaje, «El Reglamento» que le prohibe entrar, y la cocina desconocida. Es como si hubiera otra dimensión superpuesta a la realidad, un orden en que no se puede entrar, con reglamentos desconocidos.
No hay lógica o un sentido común (como en una novela tradicional),los espacios no son fijos o estáticos y funcionan también como protagonistas. De hecho, la ciudad de la que habla, es un pueblo de cuatro casas, una estación de nafta sin clientes, un bar en donde no se debe entrar, una zapatería sin atención al cliente que se convierte en un caos nada más entrar y la casa de Ana.
Pero las direcciones, de la gente en el bar a la casa de Ana o a la estación, por ejemplo, o las personas que le advierten que no puede entrar en una habitación, son como las reglas en Barba Azul o las de 1984 de George Orwell.Existen varias reglas, pero no las conocemos, y el protagonista no las conoce tampoco. Todo ocurre fuera de su voluntad y es muy curioso que el protagonista nunca se pregunta el porqué de las cosas.
En este sentido, podríamos comparar el libro con la obra de Franz Kafka, sobre todo con su libro El castillo (Das Schloss), con sus habitantes y sus reglas increíbles que carecen de lógica. Todo lo que pasa en la historia le añade nuevos elementos a esta situación de agobio, como si hubiera una conspiración de los elementos y de la gente. Aquí reconocemos la influencia de Jorge Luís Borges, el escritor cuya obra forma la «biblia literaria de Latinoamérica».
En La Ciudad, solamente hay inseguridad, nada está fijo. Falta la comunicación o hay una comunicación insólita. El protagonista es un intruso en la ciudad y no tiene el apoyo de nadie. No podemos conectar con su mundo, hay otra lengua y el protagonista no entiende a la gente. No podemos conectar con su mundo, el protagonista y la gente hablan el mismo idioma, pero no la misma lengua. Él tiene ideas, pero cambia de opinión continuamente.
Finalmente, el protagonista logra abandonar la ciudad y subirse a un tren–el viaje continúa.
Mario Levrero, Trilogía involuntario. La ciudad (Delbolsillo, 2016)
Ya tenemos con nosotros el resumen de la última sesión del Club de lectura de la Biblioteca del Instituto Cervantes de Utrecht. Este encuentro de julio lo hemos dedicado al escritor español Antonio Orejudo. César es el encargado en esta ocasión de presentarnos el resumen de la sesión (texto literario, sólo en español, lengua de creación elegida por el autor).
Hierbij bieden we u de samenvatting aan van de laatste bijeenkomst van dit seizoen van de leesclub van de bibliotheek van Instituto Cervantes te Utrecht. De bijeenkomst van juli ging over de Spaanse schrijver Antonio Orejudo. César is deze keer aan de beurt om een samenvatting te presenteren van de bijeenkomst (literaire tekst, alleen in het Spaans, taal van de samenvatting wordt gekozen door de schrijver).
Antonio Orejudo – Ventajas de viajar en tren
CARPETA ROJA
Después de dejar a su marido ingresado en un hospital psiquiátrico en el norte de España, una mujer llamada Helga regresa en tren a Madrid. Un desconocido que viaja en el mismo vagón, le pregunta a bocajarro: ¿Le apetece que le cuente mi vida? El hombre, dice llamarse Ángel Sanagustín, y ser psiquiatra y estudioso de los trastornos de la personalidad a través de los relatos y los escritos de los pacientes. Estos textos los lleva consigo en una carpeta roja. Cuando Sanagustín se baja en una estación a comprar un sándwich, el tren enseguida se pone en marcha y Helga se queda confundida con la carpeta de Sanagustín en las manos. Helga abre la carpeta para buscar la dirección o el número de teléfono de Sanagustín, pero tropieza con palabras como ‘coprofilia’, ‘depresión postesquizofrénica’ y ‘acatisia’, y empieza a leer…
HUMOR ABSURDO
La novela contiene cantidad de detalles absurdos, que a menudo contrastan con la cruda realidad descrita.
Tenemos a una doctora sevillana que, a falta de subvenciones, decide prostituirse con los observadores de la ONU, mandos de la OTAN, miembros del séquito papal y altos representantes de organizaciones no gubernamentales. Todo ello para salvar un orfanato en la antigua Yugoslavia.
La doctora nos cuenta sobre un grupo de perversos pederastas, aparentemente bien representados en las ONG, que pagan fortunas por hacerse con un huérfano al mes para aprovecharse de este al máximo y filmar su muerte. Las vísceras de estos niños son vendidas por precios extravagantes a una fábrica que las usa para fabricar alimentos especiales que comen las ocas. Los cuerpos inertes los venden a un taxidermista de Nueva York, que los convierte en arte hiperrealista, muy valorado entre la progresía neoyorquina. ‘Y además’, concluye la doctora sevillana, ‘las autoridades lo toleran todo porque de este modo rebajamos los índices de paro juvenil’.
Tenemos a ‘un ex presidiario cuarentón y manco con escasas posibilidades de encontrar un puesto de trabajo’. Por suerte consigue colocarse de comercial en una empresa líder del sector editorial, vendiendo enciclopedias a domicilio. Los cuatrocientos kilómetros que se tiene que hacer diariamente, prácticamente acaban con él, hasta que el jefe de zona le regala un gramo de cocaína y un complejo vitamínico. Las ventas se doblan y el pobre ex presidiario le pide a su jefe cada vez ‘un poquito más de cocaína y menos complejos vitamínicos’. Al tener tanto éxito lo ascienden a jefe de zona y él les vende cocaína adulterada al máximo (por él mismo) a sus vendedores para aumentar su rentabilidad, y por lo tanto las ventas totales. De este modo el negocio prospera, los vendedores en realidad trabajan para conseguir cada vez más cocaína, y el ex presidiario por fin encuentra la tranquilidad mental y económica.
Tenemos al dueño de un quiosco, amante de los perros, que poco a poco va convirtiendo a su pareja en una perra, hasta que ella acaba con todas las humillaciones con un martillazo en su cabeza, le abre la cabeza con un serrucho y reparte sus sesos a partes iguales entre los perros. Viéndolo ‘así sentado, con la cara iluminada por la tele y la frente levantada, como si se hubiera quitado el sombrero al verme entrar, como si por primera vez en mucho tiempo volviera a tenerme respeto’ termina su relato.
Tenemos al pobre infeliz que ‘nació en una ribera y la humedad reblandeció sus huesos obligándole a guardar cama los primeros veinte años de su vida’. Un prestador social sustitutorio bondadoso le pasa revistas y películas pornográficas a modo de educación sexual. Cuando años después en un viaje organizado a París conoce a una chica coja, a la hora de acostarse con ella, empieza a poner a la práctica toda clase de salvajadas, ya que, tal como explica él ‘todo lo que sabía cuando llegó la primera vez lo había aprendido en las revistas y películas pornográficas que en su momento me trajo mi cuidador voluntario’. (Podría ser una referencia a Robert de Niro en ‘Taxi driver’, donde algo similar le ocurre al taxista con una chica). La chica coja se llevó tal susto que ‘Se borró del Tour (en París) y se recluyó en las Islas Afortunadas, de donde era natural’.
Un horticultor sin escrúpulos es descrito por el narrador de turno como ‘un modesto horticultor que se arriesgó a ser sancionado por la normativa comunitaria a causa de permitirnos el recoger de su invernadero los tomates, siempre y cuando fuera sin parar, a no ser por el desmayo o muerte que proporcionaban sus pesticidas caseros que engordaban el tomate como Dios y desinflaban el corazón de los veinticinco negros, luego veinticuatro, luego veintitrés y luego veinte….’ Es decir: un suculento cóctel narrativo de socarronería, ironía, sarcasmo y cinismo.
MEZCLA DE HUMOR, ABSURDISMO Y CRÍTICA
El humor absurdo que salpica todas las páginas de esta novela no es meramente un modo de entretener al lector ávido de carcajadas. Es un humor funcional para criticar a la sociedad y la degeneración moral de ésta en general, y más en particular la esclavitud moderna, el generoso uso de pesticidas en la agricultura, el abuso de menores de edad por políticos y líderes de la iglesia, la perversión en las relaciones humanas, la deshumanización en función del crecimiento económico, las trampas de la comunicación del mundo digital, la explotación emocional por los medios de comunicación, y un largo etcétera…
TÉCNICAS NARRATIVAS Y REGISTRO
Orejudo demuestra el dominio de cantidad de técnicas narrativas y registros narrativos.
En un capítulo el narrador nos cuenta su historia en un español folclórico y pueblerino: ‘tol tiempo’, ‘naide’, ‘sepultaos’, ‘refugiaos’, ‘cuerdas pa tender la ropa’, etcétera.
Hay capítulos que desbordan de ironía, capítulos donde abunda la mezcla de horror y absurdismo contrastando con un tono narrativo y un registro muy cultos, y otros sin signos ortográficos, que le asaltan al lector como una verdadera montaña rusa de acontecimientos seguidos.
REFLEXIÓN SOBRE LA FICCIÓN
Esta novela es también una reflexión sobre la importancia y la función de la ficción, e incluso sobre la vanidad de la literatura.
Adrián Montoro, antiguo profesor de Helga: ‘A mí la literatura me ha servido para conocerlas, para enterderlas’ (las personas).
‘Helga lo oyó hablar (a Montoro) de un grupo de poetas y escritores que desde hacía muchos siglos hasta hoy formaban una logia conocedora de sofisticadas técnicas hipnóticas, que utilizaban para sugestionar a los lectores, capaces de anular el juicio y de hacer creer a quienes leyese sus escritos lo que a ellos pudiera convenirles o lo que les encargaba el patrón de turno’.
Se trata de los poetas anagramáticos, para ejemplificar el poder y la capacidad manipulativa de la palabra escrita, rasgo característico de la literatura.
Un personaje con ‘trastorno paranoico de tipo somático’ se casa con una cierta Rosita, y esperando sentir amor por ella nos dice: ‘Y esperaba estremecerme, agitarme con espasmos interiores, sudar, sufrir, debatirme y sentirme pleno y simultáneamente vacío. Todo eso. Y como no sentí nada de lo que sienten los enamorados de la ficción, sino un cariño fundado, una difusa ternura, un estado de ánimo más cercano a la melancolía que a la vesania, entonces, me dije, tú no sientes amor, Gárate, sino piedad’.
La literatura pues, como supuesto ejemplo pedagógico, convirtiéndose sin embargo en inalcanzable y sobre todo reflejando un mundo y una moral superiores al mundo de los mortales imperfectos que somos.
LA REALIDAD ES SUBJETIVA
La realidad en los distintos capítulos no es algo objetivo, sino una materia que los protagonistas, los narradores y el autor pueden cambiar a su gusto, como la plastilina:
Una mujer que resulta ser un hombre ‘disfrazado de su hermana’; un personaje que siempre mintió sobre el hecho de ser militar, hasta el punto de convertirlo en una realidad superpuesta, en este caso una falsa realidad convertida en más auténtica que la propia realidad; cuentos que de repente resultan ser inventados para encubrir una realidad totalmente opuesta. Y al final del relato, Helga que se vuelve a encontrar con Martín Urales, uno de los personajes, que vivía en una casa entre miles de bolsas de basura amontonadas en su casa durante años y años, como símbolos del deterioro, la podredumbre y la muerte, y que fueron causa de un incendio infernal en cuyas llamas fue sacrificado el iluso infeliz.
Todo ello una referencia a la fuerza de la literatura: ‘La vida termina, pero la ficción continúa’.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
César Noordewier