Por Marina Díaz López, técnico de cine y audiovisuales del Instituto Cervantes de Madrid
La carrera de Jaime Rosales se puede pensar como un tablero del juego de la oca, donde en cada casilla en la que un espectador cae, le espera una sorpresa que elucidar. Parece que Rosales trata de reinventar el cine en cada nueva película proponiéndose distintos dispositivos formales que le obliguen a modificar sus propuestas narrativas. De este modo, pone al servicio de la historia, el estilo en el que la película busca expresarse. Por ejemplo, en La soledad (2007) trabajó con la polivisión y en Tiro en la cabeza (2008) con la visión con teleobjetivo, como dos propuestas visuales que eran respetadas escrupulosamente, a fin de dar un marco para que los personajes encontraran su lugar en el relato. En el fondo, hay aquí algo de «cine de los orígenes», una apuesta por entender cómo la materialidad estrictamente fílmica del cine permite un acercamiento a lo más esencial de los posibles relatos humanos; sin la argucia del montaje, sin la premura del ritmo fílmico habitual.
Por otro lado, se puede decir que su pulsión por encontrar el significado viene acompañada por su tesón en hacerse entender. Sin duda, él es uno de los directores que mayor énfasis pone en la interpretación y contextualización de sus propias películas antojándose su discurso como una enunciación, también nueva, de la revisión que siempre ha de suponer la crítica como el discurso sempiterno para hablar del cine, para ver cómo nos es significativo. La pregunta que alerta cada nueva película de Rosales es: ¿Por qué una película es como es?
En Sueño y silencio parte de una posición férrea de acudir a lo esencial comenzando por la fotografía en blanco y negro, por el trabajo intuitivo y directo con los actores (que no eran profesionales y a los que solo se les concedió un plano para cada secuencia) y por la puesta en cuadro absolutamente ajena a la comodidad. La historia se acerca, como también es habitual en sus narrativas, a la pérdida demoledora y a la irrupción de la muerte. Más allá de ese punto de inflexión, denuncia, para negarlos, todos los elementos que podría atribuir al drama (o al melodrama) para verter sobre la vida doméstica, el día a día de la tragedia y del vacío que trae consigo. Las conversaciones entre los personajes y las visiones encuadradas de manera fija ahuyentan la mirada directa al sufrimiento. Por ello, la forma de enunciar el encuentro o el desencuentro entre los personajes parece animar a una comunicación mucho más esencial que el de la combinación de planos o el de la evidencia del primer plano. Así, la puesta en cuadro pasa a ser un subterfugio más del relato fílmico contra el que luchar, con el fin de comprender verdaderamente qué les está pasando a los personajes.
Así, solo los breves momentos en los que la cámara se mueve para eludir la mirada directa sobre la familia que protagoniza la trama, u otros en los que el color se cuela, quejumbroso y marrón, sobre los rostros o las ropas de los personajes, se antojan como una pequeña rebeldía del propio dispositivo fílmico, como una forma de eludir la parsimonia del dolor que inunda las vidas de los personajes, cambiar la forma de encararlo.
Para terminar, hay que apuntar una pequeña nota que se vive así en la propia película. Al inicio y al final, un pintor trabaja sobre un lienzo de madera dibujando motivos animales que luego va emborronando. Son imágenes que parecen ribetes a una historia que se va a contar plásticamente, como los frisos de los claustros o las decoraciones de los viejos muebles con sus motivos vegetales. Este pintor frenético, compulsivo, es Miquel Barceló.
Sueño y silencio es la película seleccionada dentro del Festival de cine europeo
Europees Film Festival.
Fecha: 19/09/2014
Hora: 16:00 h
Lugar: Instituto Cervantes Utrecht (Domplein 3, Utrecht)
Información práctica sobre la película Sueño y silencio