“[…] parecéis el inicio de un puto chiste: Estaban una vez un mexicano, un musulmán y un chino. No soy musulmán, diche Ahmed, soy ateo.”
(No voy a pedirle a nadie que me crea)
Dos líneas bastan para reflexionar sobre una de las características de la novela: la construcción de un mundo literario transnacional que busca, por un lado, constituirse a través de las voces de los personajes -rasgo este que maneja Villalobos con habilidad de orfebre- y, por otro, tomar partido por una literatura que supere las fronteras y los límites conceptuales de lo propio, de lo autóctono, de lo genuino. En Villalobos la mezcla de culturas diferentes que conviven, la combinación de intereses y lenguajes es una apuesta militante.
“la autoficción de Villalobos construye un personaje mexicano, migrante, con un bagaje cultural sofisticado y capaz de convivir en diversos contextos sociales, ya sean éstos nacionales o internacionales. Juan Pablo se encuentra en constante movimiento, es un personaje desarraigado que huye de su lugar de nacimiento y convive con personajes de una amplia gama de orígenes en una suerte de código cultural mundial.” (Ricardo HERNÁNDEZ DELVAL, Alcances y limitaciones de lo posnacional en No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos y Ese príncipe que fui de Jordi Soler).
En el análisis que hace Hernández Neval se describe uno de los rasgos sobre los que se teoriza en la novela (reflexión sobre la ficción en la propia ficción que, a veces, provoca perplejidad en el lector): la voz de los personajes va construyendo estereotipos en los que desde la parodia y la exageración se hace una crítica velada a la influencia de la simplificación y reducción que realizan los medios de comunicación. Este diálogo de No voy a pedirle… al que acude como ejemplo Hernández es muy ilustrativo:
“¿Sabés lo que me más me gusta de vos, boluda? Que no sos como todos esos boludos que llegan a vivir a Barcelona y se la pasan con la boca abierta como tarados, que llegan acá y van todos los días a la Rambla o a la Sagrada Familia hasta que un día un gitano les afana la cartera, por boludos. Pero vos sos diferente, boluda, vos vas a tu bola, vos sabés lo que querés, no te dejás impresionar por el oropel de esta ciudad de mentira. ¿Entendés de lo que estoy hablando, boluda? […]
Escuchame, boluda – insistió Facundo –. Si necesitás el trabajo que se joda el boludo de Juan Pablo. […] haceme caso, boluda, aceptá el trabajo. […] ¿Necesitás una disculpa, boluda? Está bien, mirá que sos boluda. La cagué, de acuerdo, fui un boludo.”
Al igual que el ‘boludo’ que estereotipa la argentinidad, el ‘nen’ -niño en catalán, que correspondería al ‘tío’ en el español coloquial de España- que repite el catalán vendedor de drogas – que se llama Nen-, como el ‘pinche’ que utiliza como una muletilla Lorenzo, el primo de Juan Pablo, para destacar la mexicanidad juegan el mismo papel de parodia del cliché de nacionalidad.
Ninguna argentina utilizará hasta la saciedad ‘boludo’, pero este rasgo de inverosimilitud le permite al autor transmitir otros de los aspectos que guía la novela: el absurdo.
“Además de cáusticas y delirantes, dotadas de un grueso humor muy estilizado (por raro que parezca), las novelas de Juan Pablo Villalobos (México, 1973) no se someten a ninguna regla, excepto a la lógica del absurdo. Así fue en Fiesta en la madriguera (2010), Si viviéramos en un lugar normal (2012) y Te vendo un perro (2015), donde su escritura operaba con drásticas maniobras contra la convención.” (Francisco SOLANO, “Perspectivas dislocadas”, crítica de la novela en El País, 29 de diciembre de 2016)
¿Cuál es la intención del autor? ¿Busca desestabilizar al lector obligándolo a un ejercicio de recreación de ese mestizaje de lenguajes? ¿Tiene un espíritu transformador o la propia parodia reduce la amplitud de la crítica? Lo mejor es darle la palabra al escritor:
Seguro que ya estáis perdidos en las calles de Barcelona siguiendo el rastro de este escritor al que no sabemos qué deparará el futuro: ¿vosotros qué pensáis?
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