«Si alarga la vista, donde la calle baja, llega a ver el río. Un resplandor que humedece los ojos. Y otra vez: no es un río, es este río. Ha pasado más tiempo con él que con nadie.
Entonces.
¡Quién les dio permiso!
No era una raya. Era esa raya. Una bicha hermosa desplegada en el barro del fondo, habrá brillado blanca como una novia en la profundidad sin luz.»
(No es un río)
Un mundo se abre en esta novela, un lugar que se convierte en el centro que irradia el sentido. El sentido lo vamos construyendo, nos hacemos cargo a través del enfrentamiento entre naturaleza y cultura: “Cuando en una comunidad cualquiera un elemento es su centro vital indiscutible, las costumbres, pensamientos y acciones de sus habitantes giran a su alrededor sin ni siquiera darse cuenta. Puede tratarse de un factor natural (el clima que determina las cosechas, la montaña que defiende y cobija, el mar,,,) o artificial (una fábrica o una mina generadoras de riqueza y tragedia a partes iguales)” (En el blog Un libro al día, 28 de julio de 2021).
Es muy curioso, en este sentido, cómo presenta la novela el Booker Internacional de 2024 cuando la elige (Not a River, en su traducción al inglés) como una de las seis finalistas del año: “Tres hombres salen a pescar y regresan a su lugar favorito en el río a pesar de los recuerdos de un terrible accidente ocurrido allí años antes. A medida que pasa un día largo y bochornoso, beben, cocinan, hablan, bailan y tratan de superar los fantasmas de su pasado. Pero son forasteros, y este momento íntimo y peculiar también los enfrenta con los habitantes de este universo acuático, y humano. El bosque se cierra y la violencia parece inevitable, pero ¿se puede evitar otra tragedia?”. Pareciera como si ese lugar único en el universo creado por Almada exudara todos los fundamentos para que la lucha primigenia entre humano y naturaleza se diera cita en ese ecosistema concreto, en esa ribera en la confluyen extranjeros y locales, agua, bosque y fauna. Y, precisamente, ahí se dejara que lo inesperado, lo terrible tuviera lugar.
Como la autora confiesa en esta entrevista, el gusto por narrar, por dar cabida a lo masculino, por escuchar las voces de estos hombres machistas, a ratos borrachos, con oficios en los que lo físico y la dureza, y también la precariedad e incluso la pobreza que los rodea van conformando su carácter es el clima propicio para que aparezca la violencia, sobre todo cuando la historia comienza a desmadejarse, cuando los personajes pierden pie en su acción. Pero es esta preponderancia de lo patriarcal es la que hace que las mujeres vayan apareciendo como foco receptor de esa autoridad injusta y maltratadora que las denigra mientras ellas escudriñan entre los sueños un conato de vida normalizada: “entre los hombres y las mujeres, la rusticidad es violentización: las muchachas crecen en el maltrato. Todas las tensiones devienen de un paradigma patriarcal que va articulando sesgos androcéntricos que vertebran las lógicas del dominio, la posesión, las decisiones funcionales de la vida cotidiana.” («El fuego, el agua y la furia» sobre No es un río, de Selva Almada, de Sergio G. Colautti miércoles 6 de octubre de 2021).
“Ella estaba durmiendo la siesta, así que no entendió nada. Hacía calor, en bombachas y corpiño la agarró, ni tiempo a taparse con la sábana, los hebillazos le daban directo en la carne descubierta. Mientras le pegaba decía: te voy a enseñar a vos, arrastrada.”
(No es un río)
Y en ese hábitat el río es el protagonista involuntario, esa agua imparable que como en el adagio de Heráclito no nos va a permitir sumergirnos dos veces en ella, porque ya no será la misma aquella que acogió a los forasteros de la que los vio partir con la raya.
Seguro que estáis asistiendo admirados a esa “confabulación de las palabras” que es la escritura de Almada y que será sin duda esta lectura siempre compartida que es la comunidad del 4L/4C. Como con No es un río, hay que estar a la escucha.
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