Habíamos dejado a Arcadi escribiendo sus memorias entre las fiebres provocadas por la malaria. “Había zarpado un mes atrás del puerto de Burdeos, con destino a Nueva York, en un viaje lleno de dificultades y de una incertidumbre que fue creciendo a medida que se acercaba a México” (Los rojos de ultramar)
La llegada a México estará precedida de numerosas escalas que harán el viaje todavía más dificultoso. Nos sorprende en la narración de Soler que en la estación de San Luis Missouri se encuentra con un puesto de ayuda a los refugiados españoles, que la llegada a Galatea, el pueblo perdido en la selva de Veracruz, es inhóspita, con ese recibimiento hostil de ese pariente lejano de su abuela, que, en conclusión, toma conciencia de que su huida ya no tendría vuelta atrás y de que su única tarea sería “exorcizarse, […] sacarse de encima, a fuerza de escribirlo, al demonio de la guerra”. Experiencias como las de Arcadi hubo cientos. Quizás nos ayuden a imaginarnos lo que él sintió en su llegada a México la voz de los últimos exiliados españoles quienes nos narran con emoción cómo fue el viaje y la posterior adaptación al paisaje:
“¿Y por qué a México?”. Quizás ahora sea más necesario que nunca recordar cuál fue el detonante de ese viaje, las historia de aquel más de medio millón de españoles que tuvo que abandonar el país en 1939 para evitar las represalias de Franco, pero a eso llegaremos. De momento, quedémonos en la ruta de esa parte final del viaje. Es tal la importancia de este país en el exilio republicano que se ha creado incluso un mapa colaborativo del exilio español:
Sin embargo, la novela guarda un secreto, algo que permanece oculto en el relato de Arcadi, la historia de esos cinco excombatientes republicanos para quienes la guerra contra Franco todavía no había terminado…
Seguro que vosotros, lectores, habéis también detonado la mina de las memorias de Arcadi: ¿qué emociones, qué recuerdos, qué vivencias, qué sospechas, qué lecturas os despiertan?
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