Los personajes barrocos llegaron a paso lento al panteón de los caídos, donde descansan los muertos recientes de una guerra que ha dejado España como un rasgado lienzo tenebrista. Era el momento de identificar los restos. Y allí, dentro de la caja, estaba José Antonio. Lo que era una vida y luego una idea se iba haciendo mito: transubstanciación franquista. El cadáver fue trasladado de ataúd. Tomaron los extremos de la bandera española que lo envolvía y encima colocaron una bandera de Falange. Sudario final.
(Presentes, de Paco Cerdà)

La historia de la Falange es inseparable de los años más convulsos del siglo XX en España. Fundada en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, surgió como un movimiento político de inspiración fascista que combinaba nacionalismo radical, catolicismo integrista y una estética paramilitar que bebía del futurismo italiano y del fascismo europeo. Sus primeras apariciones públicas, caracterizadas por camisas azules, saludos brazo en alto y retórica belicista, buscaban construir un ideal de juventud heroica destinada a “salvar España” del marxismo, el liberalismo y la decadencia que identificaban en la II República.

En sus inicios, la Falange tuvo un impacto electoral muy reducido, pero su violencia callejera y su capacidad para generar una estética política llamativa la volvieron un actor visible durante la polarización republicana. Tras el estallido de la Guerra Civil en 1936 y la ejecución de su fundador ese mismo año, el movimiento adquirió una nueva dimensión: José Antonio fue convertido en mártir, símbolo sacrificial alrededor del cual el bando sublevado cohesionó una identidad colectiva basada en la entrega absoluta y el culto a la muerte.
Durante la dictadura, la Falange quedó integrada en el partido único del régimen, la FET y de las JONS, y proporcionó la liturgia, la estética y parte de la estructura doctrinal del franquismo. Himnos, consignas, desfiles, monolitos y rituales públicos contribuyeron a crear una cultura política que, aunque nunca llegó a dominar por completo el aparato franquista, sí impregnó su imaginario simbólico. Podéis analizar con más detalle la historia de Falange en el siguiente documental (los antecedentes históricos, el surgimiento de la organización y de la figura de José Antonio -a partir del minuto 14- y las consecuencias y participación en la guerra civil española y su posguerra):
En Presentes, el escritor y periodista Paco Cerdà retrata uno de los momentos de mayor carga simbólica en la historia de la Falange: el traslado del féretro de José Antonio desde Alicante hasta El Escorial en noviembre de 1939. El libro narra los once días de marcha fúnebre que el régimen convirtió en un acontecimiento coreografiado para fundir política, religión y mito. Cerdà no se centra en la grandeza del ritual, sino en su función propagandística y en la violencia que envuelve al país que lo contempla: un paisaje de derrotados, presos, fusilados y supervivientes invisibles cuyos destinos quedaron ensombrecidos por la liturgia oficial.
La Falange aparece aquí como escenografía política, un aparato simbólico que glorifica la muerte y fabrica un héroe cuya figura sirve para ocultar o legitimar el terror de la posguerra. Frente a esa épica mortuoria, Presentes contrapone historias pequeñas, íntimas y quebradas, recordándonos que el mito falangista se edificó sobre el silencio de quienes no tenían voz. Por ello, el papel de la Falange en el libro no es el de protagonista gloriosa, sino el de mecanismo narrativo y político cuyo brillo ceremonial revela, por contraste, la oscuridad del país que intentó moldear. Veamos cómo surgió el mito:
La caravana con los restos del mito avanza a la par de nuestra lectura. Seguro que ya tenéis un conocimiento más elaborado de lo que ocurrió y de cómo lo cuenta Cerdà. ¿Qué reflexiones os provoca?
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