En buena parte de las sociedades del Antiguo Régimen, la vestimenta y los adornos estaban estrictamente legislados para que se conociera el estatus de cada individuo a primera vista; por ello, ni en España ni en Turquía se vieron los sefardíes libres de elementos identificadores. Por ejemplo, los zapatos de color amarillo estaban vetados a todos los miembros de la comunidad judía con la excepción de los dragomanes.
Vestían una camisa interior (que llamaban también kamiza) y cubrían el resto del cuerpo con prendas de color violeta y capa negra, ambos colores distintivos de los judíos otomanos. A los hombres no se les permitía llevar el tullbent (una banda de muselina blanca que cubría la nuca y acompañaba al turbante) pero si un kalpak, que era una suerte de turbante que se prolongaba para tapar las orejas. Las mujeres llevaban un gabán hasta los pies y un gran pañuelo de muselina liado a la cabeza, pero que dejaba la cara al descubierto.
Es sabido que en el siglo XVI había un judío al frente del vestuario de la Corte y que mujeres como Esther Handali amasaron una fortuna vendiendo ropa y joyas al harén, transmitiéndose ese gusto por lo caro al conjunto de la comunidad sefardí. Indignado por la opulencia judía, el sultán Murad III (r.1574-1595) quiso tomar medidas drásticas, pero fue apaciguado por su médico Solomón Askenazi que, a cambio, forzó a las judías a dejar de llevar joyas por la calle.
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