Es curioso cómo la lectura de La hija de la española se hace cada día más actual en un mundo convulso e inestable para la humanidad
En la novela de Karina Sainz Borgo asistimos con detalle al grado de corrupción al que conducen los ideales del chavismo: “Aunque La hija de la española posee pocas páginas, logra agrupar todos los odios, perversiones, tragedias y el deterioro de la calidad de vida de todos los seres que viven atrapados en el país. Todos estos terribles acontecimientos están condensados en apenas unos meses que es donde se ambienta la novela, mostrándolos no solo en su presente, sino también en vistazos de su pasado.” (LA HIJA DE LA ESPAÑOLA, EL DESARRAIGO ES EL PROTAGONISTA (resumiendolo.com))
Probablemente, desde la distancia a todos se nos haga difícil asumir la situación de deterioro de un país con la suficiente riqueza natural y humana como para ser uno de los más prósperos del continente americano. Sin embargo, Karina Sainz Borgo se posiciona a través del personaje de Adelaida Falcón en la piel de una clase media venezolana que, poco a poco, fue sufriendo las consecuencias de un régimen que entre sus pretensiones estaba, paradójicamente, la búsqueda de la igualdad social. Parafraseando al Vargas Llosa de Conversación en la catedral, podemos preguntarnos ¿cuándo se comenzó a joder Venezuela?
Ya hemos visto en una entrada anterior de nuestro blog cómo se produjo la llegada del chavismo al poder y las consecuencias de la instauración del régimen del Comandante. La novela radiografía con detalle todas las perversiones a las que ha conducido un sistema de gobierno en el que sólo se atiende a la visión maniquea del conmigo o contra mí. “Es imposible saber hacia dónde evolucionarán las cosas, pero el apretado balance del chavismo […] deja en evidencia las líneas matrices de la historia venezolana de la que forma parte: el petróleo y el capitalismo rentístico que no se ha querido o podido superar”, afirmaba Tomás Straka en abril de 2019.
En estos días asistimos a una nueva vuelta de tuerca de esta idea clientelar en un país como Venezuela que sigue contando con uno de los mayores bienes del capitalismo mundial: el petróleo, la energía. En esta crisis sin precedentes que nos acecha y amenaza con hacernos desaparecer, Venezuela vuelve a acaparar los focos: las reuniones de la administración Biden y el posterior encuentro entre Delcy Rodríguez, vicepresidenta del gobierno venezolano, y el ministro de exteriores ruso nos hacen leer este libro con otras antenas, con intereses diferentes.
Vivimos momentos en los que quizás todos nos pongamos en la piel de Adelaida: “Mi obligación era sobrevivir”(p. 171). Pero para sobrevivir ya sólo nos quepa, como a la protagonista, renunciar a nuestra propia identidad, lo cual, como señala Fernando Aramburu, el autor de Patria, “parece a todas luces preferible a perder la vida”. Y Aramburu ahonda en la herida con toda la contundencia del lenguaje: “El siglo XX europeo y asiático abundó en este tipo de construcciones tiránicas de base colectivista y, consecuentemente, en cronistas que las describieron desde el conocimiento inmediato y la disidencia, casi siempre corriendo graves riesgos.”. Parece que el siglo XXI quiere hacer espejo de esta idea sólo que con el agravante de que ahora tenemos la capacidad no sólo de que el espejo salte en mil pedazos, sino de que ya no exista imagen que devolver.
Asistimos a una época que reclama de nosotros pocas ambigüedades, porque entre otras cosas lo que está en juego es nuestra propia identidad, la libertad de seguir disponiendo individual y colectivamente de nuestra propia vida, de nuestros derechos y los de nuestros conciudadanos. Quizás, por eso, hoy más que nunca sea necesario atender al espíritu de Marx y no a esa versión tópica y estereotipada de un pensamiento que se hace tan actual como la relectura de sus manifestaciones. En el prólogo del libro El orden de “El Capital”, de los pensadores Luis Alegre y Carlos Fernández Liria, el también filósofo Santiago Alba Rico afirma que “si hay algo que el capitalismo convierte en imposible es precisamente el proyecto político de la Ilustración, lo que solemos expresar bajo la idea de una democracia en ‘Estado de derecho’ o bajo el imperio de la ley”. Como afirma Lucas Manuel Villasenin en la crítica del libro de Fernández Liria y Alegre, “Según los filósofos españoles,<<para Marx es imposible deducir el capitalismo de los conceptos de libertad, igualdad y propiedad>>. Los autores pretenden hacer una lectura de la obra marxiana desde un diálogo desprendido de prejuicios con el pensamiento kantiano y con el conjunto de la filosofía política de la modernidad.”.
Por todo esto, es interesante leer la novela desde diferentes perspectivas que nos permitan forjar un pensamiento crítico ante lo que leemos y ante lo que estamos viviendo:
Estamos seguros de que Adelaida no tuvo ni siquiera la oportunidad de reflexionar en esta complejidad, pero sin duda su vida discurrió condicionada por esta perspectiva.
Lectoras, lectores: ¿Cómo estáis leyendo la novela? ¿Os interesa el punto de vista más político o sentís más atracción por las peripecias de la protagonista? Y hay una pregunta que subyace a esta entrada sobre la que tal vez sea interesante reflexionar: ¿cuál es el grado de relación entre lo literario y lo político?
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¿Cuál es el grado de relación entre lo literario y lo político?
Un historia nunca está desprovista de un fondo político porque ésta sitúa a los personajes en una realidad, en un contexto que también los define. En el caso de «La hija de la española» la literatura representa además un instrumento de denuncia contra la situación política en Venezuela, una ventana para dejar ver la dolorosa intimidad de quienes quedaron allá.
El maniqueo que Pardo identifica en la novela de Sainz refleja muy bien la realidad de los venezolanos. Los que apoyan el chavismo también creen en realidad que ellos son los buenos y los de clase media son los malos. Es una estrategia de la escritora (intencional o no) para hacernos ver que no hay matices en ninguna de las dos posiciones.