De la península ibérica los sefardíes trajeron un corpus ritual característico que, al llegar a Estambul, pervivió en nombre, forma y que en algunos casos se fusionó con el que practicaban los judíos romaniotes y askenazíes. Con la excepción del pseudo-profeta Zevi en 1666, los rabinos de cada congregación se abstuvieron de realizar modificaciones profundas en los ritos.
Es de destacar que un calendario que indicaba las fiestas, ayunos y horas para rezar se denominaba «Orario»; que llamaban «Tik» a la caja que protegía la Torá y «Puntero» o «Yad» al palo con el que podían seguir el texto sagrado sin tocar el libro. Asimismo, aportaron nuevas festividades al ancestral «Purim» (en Pascua), que conmemoraba la salvación de los hebreos en el Imperio persa, con una versión moderna ambientada en la Zaragoza de 1492 y que aún hoy es leída por las congregaciones en hebreo, ladino y turco.
La religión siguió trasmitiéndose a través de las escuelas rabínicas y/o mediante chicos mayores a los menores, en tiempos otomanos en ladino a través del alfabeto hebreo y con la Republica usando caracteres latinos. La imposición de una visión secular de la sociedad contribuyó a la gradual eliminación de los amuletos mágicos enrollados en el cuerpo, mientras que la educación obligatoria en turco llevó a que el ladino se perdiera como lengua de comunicación en la sinagoga.
En el decreto del sultán Solimán contra la persecución a judíos de 1530, la razón principal que lo justifica es el pago de impuestos, de ahí que, por la seguridad de la comunidad, los sefardíes de Estambul no hubieran tardado demasiado en llegar a un acuerdo con los judíos romaniotes y crear una estructura federativa para gestionar el tema (inspirada en el «Reglamento de los judíos de Castilla» de 1432).
Mientras los rabinos se ocupaban de las cuestiones religiosas, el Consejo ejecutivo (o laico) censaba cada congregación, repartía los pagos y se los entregaban al sultán a través del kahya (a menudo un sefardí a pesar de verse uno de ellos ya en 1518 acusado de corrupción). Dado que pagaban por congregación, las autoridades locales hacían lo posible para que sus miembros no se trasladaran a otros lares.
En el siglo XVII cada hogar judío de Estambul contribuía con 660 aspros a través del Consejo, unas cifras que no llegaron a asfixiarlos como si sucedió en otras ciudades, pero que, al atrasarse los pagos por parte de los sectores más desfavorecidos de la comunidad, contribuyó a que paulatinamente una minoría sefardí acaudalada monopolizara la gestión del Consejo ejecutivo.
Además de las contribuciones obligatorias al Estado otomano (fueran ordinarias o extraordinarias), la comunidad sefardí desarrolló fundaciones para apoyar económicamente a los desfavorecidos de la hermandad de barqueros (1715) y de emigrados a Jerusalén (1726). La formación de la República turca terminó por igualar impositivamente a los súbditos musulmanes y judíos con la excepción del nefasto impuesto virlik (1942-1945) que supuso el 5% de los ingresos mensuales para los primeros y del 179% para los segundos.
Una de las especificidades del sistema Millet era que, a falta de un Registro Civil moderno y de un personal adecuado, el sultán delegaba a menudo el ejercicio de la justicia en las comunidades religiosas del imperio; pues eran estas las que mejor conocían a sus habitantes y se responsabilizaban por estos.
La tradición y el Gran Rabino eran los máximos referentes judiciales, tras estos existía un magistrado especial judío al que se denominaba Regidor con el objetivo de impartir justicia ordinaria, así como un cuerpo policial único (el «berurei averot», originario de Cataluña) que normalmente se responsabilizaba de castigar transgresiones morales y religiosas, sobretodo el adulterio.
Como no todas las faltas podían penarse en un momento, la comunidad sefardí llegó a habilitar una de las sinagogas de Balat para que sirviera como cárcel. En las luchas entre reformistas y conservadores de mediados del siglo XIX, un tal Isaak Akrish fue excomulgado por el Gran Rabino y encerrado; en su caso, el sultán Abdulaziz intervino en la disputa y cambió su condena por un exilio a Hebrón (actual Israel).
De poder elegir, los sefardíes solían aceptar los dictámenes de sus jueces y no apelaban a tribunales islámicos; con el tiempo, pero, comenzaron a recurrir a estos para cuestiones de herencia o temas económicos, así como a los cónsules europeos cuando tenían también la nacionalidad de estos, de modo que antes de establecerse un sistema universal de justicia, la fuerza del Millet ya se había erosionado.
Cuando el sultán Mehmet II conquistó Estambul (1453), necesitado de efectivo y de un interlocutor válido entre los judíos, instó a los romaniotes a que eligieran un líder religioso por ellos mismos a cambio del «rav akce» (dinero del rabino). Dicha decisión no sorprendió a los emigrados sefardíes pues en la Castilla de finales del siglo XIV ya tenían el cargo equivalente de Rabino Mayor.
Las disputas surgirían a la hora de contribuir económicamente a un Gran Rabino que tuviera responsabilidad religiosa y legislativa sobre todo Estambul, pues la elección de este correspondía a la mayoría romaniota; por ello los sefardíes dejaron de pagar en 1526 y comenzaron a elegir lideres extraoficiales por su cuenta, informando luego al sultán de ello.
Deseoso de cohesionar el Estado, en 1835 el sultán Mahmud II integró a los líderes rabinos en su gobierno y les confirió nuevos poderes en la gestión del Millet, así como privilegios como el derecho a salir de casa con dos caballos. De este modo se ganó la fidelidad del Gran Rabino al sistema hasta que, con las pretensiones de reforma universalista de 1856, la estructura de poder tradicional fue desapareciendo.
Los intentos de crear un Gran Rabino que desde Estambul gestionara a todas las comunidades judías del imperio fueron generalmente infructuosos, no solo por el desinterés de los askenazis sino por el choque entre conservadores y progresistas. En 1909 fue la primera vez que el Gran Rabino era elegido sin intervención del sultán, pero ya sin las prerrogativas políticas de que habían gozado sus antecesores.
«EXISTO, pero ese yo que existe rara vez puede SER. Según los otros, no tengo derecho a ser yo. Hay que ser la sociedad, la familia a que se pertenece; y eso no lo queremos nosotras».
De esa manera describía la poeta Ernestina de Champourcín la lucha que ella y las otras mujeres libraron por ser ellas mismas en un momento en que la sociedad española se lo impedía.
El jueves 11 de marzo, y con motivo del día de la mujer, nos reuniremos para hablar de Las Sinsombrero de Tània Balló. Un libro inspirador e imprescindible para conocer a estas mujeres de gran talento de la generación del 27 que por cuestiones sociales y políticas fueron silenciadas. Unas mujeres que se atrevieron a descubrir sus cabezas en el centro de Madrid en la década de 1920. Lo que hoy puede parecer un gesto sin importancia, fue una auténtica revolución. Quitarse el sombrero fue un acto de rebeldía y un gesto que empezó a cambiar muchas cosas.
Las «sinsombrero» fueron mujeres valientes en una época en la que la libertad no era más que una ilusión. No se contentaron con el papel que la sociedad de su tiempo tenía designado para ellas. Fueron más allá, leyeron, estudiaron, crearon, cuestionaron, lucharon.
Este libro recoge la historia de algunas de estas mujeres, como Maruja Mallo, pintora; Margarita Manso, pintora y escritora; María Zambrano, filósofa; María Teresa León, escritora, activista, periodista; Ángeles Santos, pintora; Josefina de la Torre, actriz, cantante y poeta; Rosa Chacel, poeta y escritora; Ernestina de Champourcín, poeta; Concha Méndez, escritora; Marga Gil Roësset, escultora e ilustradora.
Pero como dice la autora «no están todas las que eran», hay muchas más «mujeres QUE…, y no mujeres de», que influyeron de forma decisiva en el arte y pensamiento español y, en algunos casos, debido a su producción en el exilio, en los estilos y géneros de artistas internacionales. La guerra civil supuso el fin de esa generación, pero en el caso de ellas supuso también su condena al olvido. Este libro cubre el vacío y el olvido voluntario de tantas mujeres geniales de la historia escrita por los hombres.
Finalmente, hay gestos que cambian la historia, y hay mujeres adelantadas a su tiempo que se atrevieron a romper los moldes típicos del género. En este día tan especial, no hubiéramos podido no recordarlas.
Os recomiendo también ver un documental muy interesante del mismo nombre sobre este grupo de mujeres llenas de talento, para quitarse el sombrero.
Seguro que, sin ellas, la historia no está completa.
Feliz lectura y visionado.
Documental Las Sinsombrero de Tània Balló: https://youtu.be/DXwgReVkrtQ
Entrevista Tania Balló y Serrana Torres, directoras de Las Sinsombrero: https://youtu.be/B7FqQCa3I30
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