«Esta noche dormiré solo en Buda, aunque hubo un tiempo en el que hasta setenta familias compartieron la isla. El agua lame suave la arena del puntiagudo saliente del delta, a unos doscientos metros de La Casa de La Pantena donde me acabo de instalar. El rumor tierno del mar se expande por las lagunas y las hectáreas de arrozales que habitan ranas, siluros como delfines, mosquitos o garcetas bueyeras, en un espectáculo biodiverso que no va a durar, porque aquí todos saben que ese agradable murmullo preludia los bramidos que pronto proyectará el mar antes de inundar un nuevo fragmento de costa. El apacible rumor se vive como una tregua, quizá la última para La Pantena. Las borrascas, además de destruir barras de arena y malecones construidos con urgencia, están engullendo costa de ciento cincuenta en ciento cincuenta metros así que, ateniéndonos al patrón, La Pantena está a tres borrascas de convertirse en reliquia submarina. Se trata de una espera que algunos califican como ‘tensa‘ y, en cualquier caso, tiene un epílogo inexorablemente natural: la inundación».
(Delta)
En el arranque de la novela Gabi Martínez nos emplaza a acompañarlo en esta experiencia de vida en el Delta. Una presentación del espacio que se dispone a habitar con ciertos matices apocalípticos. La Casa de la Pantena es un lugar que existe, pero que dejará de ser, desaparecerá. Sólo nos queda dar fe de la defunción, esperar la llegada de la inundación. Y en esa ingrata tarea nos unimos al escritor.
Aunque el compromiso con la propuesta sea leal, los lectores buscan encontrar su lugar en el relato de Martínez, vacilan en el punto de vista desde el que enfocarlo, dudan en si aquello que comienza narrándose como una reflexión sobre la desaparición de un ecosistema, sobre las consecuencias aparentemente inevitables del cambio climático, no es en realidad un libro de viajes, un nuevo hito de la larga carrera del autor en ese género. Hay momentos en los que el aspecto teórico, ensayístico, quisiera imponerse; otros en los que lo autobiográfico decide tomar la delantera. Sin embargo, más allá de todos esos hilos hay una luz hacia la que se dirigen nuestras miradas: la vida de los habitantes del delta, en esos instantes la narración es más ficción que nunca, allí lo que nos atañe son las emociones, los sentimientos, los matices y contradicciones de cada uno de esos individuos, momentos en los que parece que estamos ante un verdadero protagonista, Mateo Gallart, propietario de la finca y defensor a ultranza de la supervivencia del enclave además de ser el anfitrión del autor y el eje que parece vertebrarlo todo:
«Gabi Martínez ya estaba buscando ese territorio al límite de la extinción tras la tormenta Gloria. El Delta lo eligió a él, o quizá fue un flechazo entre ambos. Primero encontró al propietario que en el libro ha bautizado como Mateo Gallart, emprendedor y arrocero que no ha dejado de luchar y de dar la voz de alarma. Él es el protagonista alrededor de quien gira todo el ensayo. Fue él quien le prestó por unos meses La Pantena, su casa en la Isla de Buda, y cuando Martínez ganó una beca recién creada, Gallart le propuso ampliar su estancia a un año para poder experimentar todas las estaciones y tener tiempo para narrar de manera coral un final anunciado desde que alguien dijo: «Los ebrencs serán los primeros refugiados climáticos de España«» (Delta o escribir para aprender a extinguirnos mejor, Chus GARCÍA, Revista Mercurio, 25 de octubre de 2023).
¿Por qué tantos cuestionamientos, tantas reticencias a iniciar este viaje? ¿Quizás porque las aguas son pantanosas, porque los mosquitos se adhieren a la comida de nuestra mesa, porque el olor a cieno se desprende del túnel de las libélulas, porque las tormentas no sólo nos borran del mapa sino que deshacen el territorio? ¿Quizás porque tras el carácter y el comportamiento de Mateo, de Dylan, de Karen, de Artur, de Pablo, de Simona, de Quim, de Gabi hay sentimientos que nos incomodan? ¿O será porque las garzas, los comoranes, los moritos, los cangrejos azules, las lubinas, los patos, los flamencos o las arañas conviven en frágil armonía con el arroz, los juncos, los carrizos, y, sobre todo, con “el vegetal estrella”, la enea, que aquí se conoce como bova, y que está a punto de desaparecer?
La respuesta la tiene el autor: Gabi Martínez despliega en su forma de narrar un tipo de género que no se deja atrapar del todo, algo de lo que da cuenta bajo el neologismo de liternatura, “narraciones que exploran la condición humana y de la naturaleza como una sola que funde lo científico y lo literario” (Winston MANRIQUE SABOGAL, Entrevista a Gabi Martínez en WMagazín, 6 de diciembre de 2023):
La liternatura, ha dicho Martínez, es “buscar el punto de vista que te permita acercarte al mirlo no solo desde la ciencia. Se trata de fundir la mirada científica con la literaria. Se trata de dar una dimensión protagonista a los pájaros y demás seres de la naturaleza y hacer tan interesante el relato como para conquistar a un lector que quiera leer ese libro” (Winston MANRIQUE SABOGAL, Entrevista a Gabi Martínez en WMagazín, 6 de diciembre de 2023).
El 16 de marzo de 2024 Gabi Martínez firmaba un estupendo artículo en el diario El País en el que recomendaba nuevas publicaciones en torno a la liternatura procedentes tanto de España como de Latinoamérica aprovechando el centenario del clásico La vorágine, del escritor colombiano José Eustasio Rivera. Las múltiples manifestaciones -crónicas, ensayos, novelas, …- referenciadas no agotaban el concepto. Además, le servía para reivindicar la acuñación del término junto a la periodista Emma Quadrada, una necesidad lingüística en el ámbito de lo español -afirmaban- donde nos era tan difícil salir del anglicismo nature writing para aludir a este tipo de libros: «Hoy, a su alrededor crecen festivales internacionales, clubes de lectura, residencias literarias, secciones en librerías y bibliotecas, editoriales… y, junto a las personas que se vinculan, nos preguntamos ¿por qué países con impresionantes espacios naturales no han generado una sólida liternatura?» (Gabi MARTÍNEZ, «Liternatura: algo más que animalitos«, El País, 16 de marzo de 2024). Seguro que se os ocurren múltiples razones, pero no os perdáis las que nos va dando el autor en este sugerente texto.
Esperamos que estéis ya instalados en la lectura y atrapados por la liternatura. Anhelamos vuestros comentarios.
Iniciamos el debate de Delta, de Gabi Martínez, segunda de las lecturas de 2024 de la cuarta temporada de la actividad compartida 4 Lecturas 4 Continentes, el club de lectura virtual organizado desde las bibliotecas de los Institutos Cervantes de Chicago, Tetuán, Bruselas y Estambul. Recordamos que el programa de este año agrupa cuatro obras que tratan sobre literatura y naturaleza. Tras la deliciosa sesión compartida con Julio Llamazares y La lluvia amarilla, viajamos desde la desaparecida Ainielle a los terrenos pantanosos del delta del Ebro.
El delta del Ebro es un lugar en el que vivir al límite es más que una frase hecha. El cambio climático está acelerando la pérdida de tierra frente al avance del mar y bajo un paisaje en rápida transformación laten las tensiones mantenidas desde hace años entre las administraciones, vecinos, turistas, ecologistas, cazadores y pescadores. En esta convivencia sostenida en equilibrio, el tiempo se convierte en enemigo. Allí, en la última casa antes del mar, se instala durante un año el escritor Gabi Martínez con el objetivo de dar testimonio no sólo de una biodiversidad vibrante y espectacular, sino también de los esfuerzos del hombre y de la naturaleza por recuperar un espacio común ante un futuro cada vez más incierto.
Gabi Martínez (Barcelona, 1971) es escritor y periodista, considerado uno de los representantes españoles de la literatura de viajes. También vinculado al nature writing es director e impulsor del Festival Liternatura. Su obra ha sido publicada en diez lenguas y recibido reconocimientos internacionales. Es autor de diversos libros de viajes como Solo marroquí, Sudd o Los mares de Wang. En 2020 publica Un cambio de verdad en el que narra su experiencia como aprendiz de pastor en la Siberia Extremeña.
El debate sobre Delta se lleva a cabo del 11 de mayo al 1 de junio en este mismo blog, esperamos vuestros comentarios y opiniones tal como vayáis avanzando en la lectura. El sábado 1 de junio tendrá lugar el encuentro con Gabi Martínez en la plataforma Zoom, con la moderación de Ángel Hernando. Una oportunidad única para dialogar con el autor y poder comentar detalles de la novela y de su trayectoria literaria.
Y mientras la lectura comienza y enviáis vuestras primeras impresiones os dejamos esta videopresentación:
La carrera literaria del escritor Julio Llamazares muestra su capacidad para indagar en la intimidad del ser humano a la vez que transmite el contexto social e histórico en el que se inserta la existencia individual de cada uno de los personajes dando fe de aquello que decía el filósofo alemán Karl Marx: “El hombre hace de su actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia”.
“Notamos que los recuerdos se activan, las evocaciones generan imágenes visuales o sensoriales, las voces del pasado se hacen parte del presente según un proceso por el cual se afirma una posición frente a los dramas contemporáneos. Todo esto que pertenece al orden de la memoria y al propósito de la crítica adquiere sentido político y cultural al insertarse o concebirse como una reflexión que parece dialogar con el pensamiento crítico de la modernidad.” (Cárcamo, S. (2023). Memoria y resistencia en la obra de Julio Llamazares. Olivar, 23(37), e137. https://doi.org/10.24215/18524478e137)
Dos de los argumentos que constituyen el trasfondo de La lluvia amarilla, la memoria y la resistencia (a los que nos referíamos en detalle en la anterior entrada de este blog), están muy presentes ya desde el inicio de su carrera literaria, en los dos libros de poemas La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1981):
“En odres muy antiguos, tan antiguos que ni siquiera el dolor
puede alcanzarles, está guardado el tiempo. Y su costumbre deja posos
más ácidos y azules que el olvido.
Como hierba crecida entre ruinas, la soledad es su único alimento y,
sin embargo, su sustancia es tan dulce como nata crecida.
Absteneos, no obstante, de ponerle interrogantes amarillas
o de buscar dioses de trapo allí donde existen solamente aguas absurdas.
De todos es sabido que el tiempo no posee otra grandeza
que su propia mansedumbre.”
(La lentitud de los bueyes)
Ya sabemos que Llamazares nace en Vegamián -ese pueblo desaparecido bajo las aguas del pantano de Porma (Embalse Juan Benet)- en 1955. Su familia, como el resto de los habitantes del pueblo, se tuvieron que trasladar y el escritor va a pasar su infancia en Olleros de Sabero, un pueblo minero de León. Este pueblo es precisamente el escenario de la tercera novela del autor, Escenas de cine mudo (1994).
A los 12 años se traslada a Madrid para seguir sus estudios en un colegio religioso. Cuatro años después, con 16 cumplidos, se instala en León para estudiar el curso previo al ingreso en la Universidad. Cursará los primeros años de la carrera de Derecho en León y los dos últimos en Oviedo y Gijón, ciudades en las que pasaría tres años de su vida.
En la década de los 70 comienza a dedicarse al periodismo en Radio Popular de León. En esta ciudad surgirá en 1975 un grupo literario, Barro, que publicará en 1976 algunos poemas del autor en el libro Barro. Poesía. En este año recibe el premio Nacional de Poesía Universitaria. Sin duda, estamos ante un dominador de la palabra, es así como se conciben los poemas, y este es el lugar que trasciende su carrera como escritor. Ya hemos señalado que La lluvia amarilla es una novela concebida con el alma de los versos.
En 1981 se instala definitivamente en Madrid. Aquí va a colaborar con diferentes periódicos y revistas (Diario 16, El Urogallo, …). En estos primeros años en la capital finalizará su libro El entierro de Genarín, sobre el personaje esperpéntico que protagoniza la procesión de Jueves Santo en León. Memoria de la nieve sería galardonado con el premio “Jorge Guillén” en 1982. Una beca para jóvenes escritores le ayuda a finalizar su primera novela, Luna de lobos (1984). Es una época de premios, tanto de periodismo como de literatura.
El año 1983 marca el debut dentro del cine con la película El Filandón -a la que ya nos hemos referido en una entrada anterior del blog- donde además de participar en el guion de una de las partes podemos verlo también como actor. Es un momento en el que se ve atraído por el medio audiovisual colaborando en el programa cultural de TVE Tiempos Modernos (aquí podéis ver una de las emisiones con el deleite de incluir una entrevista al escritor argentino Jorge Luis Borges. Al final del programa, en los créditos, encontráis a Julio Llamazares entre los asesores).
En 1985 comienza su colaboración con El País y escribe el guion de su novela Luna de lobos junto al director Julio Sánchez Valdés. La lluvia amarilla aparecerá en 1988 y en el 90 El río del olvido, su primer libro de viajes, que se inspira en el recorrido que realizó en 1981 por la comarca leonesa del río Curueño.
En 1991 publica En Babia, libro recopilatorio de sus trabajos periodísticos y de viajes. El año 94 es el de la aparición de Escenas de cine mudo, así como la escritura del guion de la película El techo del mundo (1995) junto con el director Felipe Vega.
En 1998 ven la luz dos libros más, los relatos Tres historias verdaderas y el libro de viajes Tras-os-montes, un delicioso recorrido por la homónima región montañesa de Portugal (donde encontramos personajes llenos de amor y humanidad, como Antonio Alberto Pereira, quien guardaba un ejemplar del libro de Llamazares en su Barco do Amor: “El viajero, emocionado, le mira hacer en silencio, ahora ya de pie en la barca, sabiendo que este momento quedará ya en su memoria para siempre”). En 1999, colaborará como guionista con la directora Iciar Bollaín en la película Flores de otro mundo:
Llamazares dilata su entrada literaria en el siglo XXI, ya que no publicará hasta seis años después El cielo de Madrid, primera novela no ambientada en un paisaje rural. En 2008 aparece uno de sus proyectos más ambiciosos, Las rosas de piedra, un viaje por todas las catedrales de España -más bien una parte de ellas, las de la zona norte- porque en 2018 continuaría con este proyecto con la publicación de Las rosas del sur.
A partir de 2010 publica una recopilación de relatos, Tanta pasión para nada (2011), dos relatos de viajes, Atlas de la España imaginaria (2015) y El viaje de Don Quijote (2016), y dos novelas: Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (una vuelta a la montaña leonesa). Sería finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con ambos libros. Nada mejor que contemplar la relación del escritor con su tierra para comprender el verdadero significado de su escritura. En 1999, TVE emite en su programa Esta es la tierra el capítulo “León, memoria de la nieve, por Julio Llamazares”:
Su última novela es de 2023, Vagalume, una novela de ocultación y desvelamiento, una reflexión sobre la necesidad de escribir. “Un homenaje, en definitiva, a todas esas personas que, desde la imaginación, como luciérnagas en la noche, crean vidas mientras los demás dormimos” (de la contraportada de la edición de la editorial Alfaguara). Una novela llena de belleza y en la que el escritor se descubre a sí mismo como el ciego de Llamazares (el pueblo del mismo nombre) que nunca deja de viajar y nunca llega a ninguna parte o como la del protagonista de Cenizas en la niebla (uno de los títulos inscritos en Vagalume): “un maquinista de trenes que tras cuarenta años de trabajo se jubilaba y se quedaba sin saber qué hacer con su vida: hasta entonces había consistido en ir de un lugar a otro sin detenerse en ninguno”.
Si queréis descubrir a este viajero errante y maquinista portentoso no os perdáis el encuentro que tendremos con él el próximo sábado. Os esperamos con vuestra mochila cargada de preguntas.
El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.
El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,
y no acepté otro valor que la imposibilidad.
Como un barco calcificado en un país del que se ha retirado el mar,
escuché la rendición de mis huesos depositándose en el descanso;
escuché la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí;
escuché hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu,
y no pude resistir la perfección del silencio. […]
“Descripción de la mentira”, poema de Antonio Gamoneda
La influencia de la poesía de Antonio Gamoneda en la literatura de Julio Llamazares nos puede ayudar a conocer mejor al novelista y su obra. A pesar de que el segundo quisiera matizar su interpretación únicamente en clave política de este poema, es necesario transitar por esa vereda al intentar discernir todos los significados de nuestra novela.
La lectura de La lluvia amarilla no puede evitar hacerse desde el recuerdo de toda una serie de sucesos que componen la historia del territorio, del espacio físico que ocupa Ainielle, pero también de aquellos otros lugares que fueron ocultados bajo las aguas, como Vegamián, el pueblo donde en 1955 nació Julio Llamazares y que fue cubierto por la construcción de un embalse. El escritor nos lo cuenta junto con el testimonio de otros habitantes en este capítulo de la serie documental Hundidos:
La naturaleza en esta novela es imagen literal e imagen simbólica, así debemos entender que el olvido en el que el agua sumergió parajes, pueblos y habitantes es evocación de otra ocultación, otra desaparición que buscó la invisibilidad tanto de Andrés, Sabina y todos sus vecinos como de una buena parte de la población española que sufrió las consecuencias de los vencidos:
“El régimen franquista presentó la victoria en la guerra civil como la salvación de España, el hecho que impidió que el país se convirtiera en una colonia soviética. Fue la victoria de la fe y las tradiciones frente al materialismo y la anti-España. Aunque los discursos oficiales insistían en que la victoria se administró en beneficio de todos los españoles, sobre los vencidos cayó la represión y el olvido.” (José Antonio LLERA, “Memoria, duelo y melancolía en La lluvia amarilla de Julio Llamazares”, en Revista de Literatura, 2019, vol. LXXXI, n.º 162, 533-548, ISSN: 0034-849X https://doi.org/10.3989/revliteratura.2019.02.021).
Pasados los años, algunos de estos pueblos sepultados por la losa del agua o por la del abandono y destrucción fueron reapareciendo, así en los años 80 Llamazares pudo volver a recorrer los caminos de Vegamián cuando tras una inspección técnica se decidió vaciar el pantano. Este momento coincidió con el rodaje de El filandón (1985), la película de José María Martín Sarmiento, basada una parte de ella en el cuento de Llamazares, “Retrato de bañista”:
Años antes, el autor había escrito un artículo, “Volverás a Región”, incluido en el libro En Babia, en el que homenajeaba a todos estos pueblos que habían sufrido las mismas consecuencias que el suyo:
“Como un pueblo maldito, arrojado de la tierra donde durante siglos vivieran sus abuelos y sus padres, aquellos campesinos montañeses tomaron el camino que habría de llevarlos a lejanas ciudades, desconocidas muchas veces, donde poder fundar un nuevo hogar y encontrar un nuevo puesto de trabajo: ajena a sus temores y problemas, la vida seguía rodando normalmente. Lo que ya nunca podrían encontrar sería aquella paz rural perdida y el remedio a una nostalgia que, lejos de extinguirse con los años, se acentúa y agranda.”
El ingeniero que proyectó aquel embalse de Vegamián fue Juan Benet, quien mientras dedicaba las mañanas a dibujar el futuro de la presa en las tardes escribiría la novela Volverás a Región, una de las cumbres de la renovación de la literatura en español, reflexión sobre la naturaleza y veladura, como la del autor leonés, de una región en la que era muy difícil vivir y transitar.
Aquellos planes hidráulicos que se divulgaban desde la propaganda franquista como un medio de enriquecer y beneficiar a los habitantes de esos pueblos no era otra cosa que un proceso de transformación de consecuencias poderosas: “Llamazares ha insistido en que la construcción de la presa fue un genocidio cultural y demográfico. Y añade al contemplar el paisaje de su infancia: «Impresiona verlo. Yo he conocido algunas personas de éstas que todavía viven y todavía siguen como fuera del mundo. La mayoría volvieron a emprender otra vida, pero nunca dejaron la vida anterior, ni nunca olvidaron, ni nunca se acostumbraron, porque lo que les ocurrió es muy duro». (citado por José Antonio LLERA). Finalmente, el interés era, sobre todo, económico, tal y como afirma Llera: “el salario del sector secundario urbano reemplaza el sistema autosuficiente de las casas, en las que casi no circulaba el dinero y solo en ocasiones se recurría al trueque.”
Llamazares conoce Ainielle en un viaje por el Pirineo aragonés en la primavera de 1986. Uno de sus acompañantes en el viaje es un libro de Enrique Satué, El Pirineo abandonado (1984), que le sirve como base documental para conocer el paisaje geográfico y humano. El libro había sido concebido con el carácter didáctico de explicar a los niños cómo se vivía en algunos pueblos aragoneses. Dentro del libro hay dos relatos que son fuente de inspiración para La lluvia amarilla. El primero es “La última casa”, en el que “el pastor Adrián de Casa Lucas, antes de marcharse del pueblo para siempre, desgrana los motivos del éxodo y la desaparición de un modo de vida ancestral que había contribuido a afianzar una identidad colectiva” (Llera). El segundo quizá es más significativo, ya que narra la historia del pastor Joselón de Ferrara, quien se niega a marcharse del pueblo y de quien se afirma que habla solo. Este personaje en el libro de Satué está inspirado en José de Casa Rufo, personaje real, que fue el último habitante de Ainielle, hasta que sus familiares le convencieron para que abandonara el pueblo en 1971. Los paralelismos con el protagonista de La lluvia amarilla son manifiestos. Recorramos de nuevo esos lugares abandonados de la mano del fotógrafo José Manuel Navia y de su proyecto Alma tierra:
Detengámonos en el significado oculto que parece recorrer la novela más allá del alegato en favor de la naturaleza, de la recuperación de los pueblos y del hábitat de sus pobladores y de la reflexión metafísica sobre el sentido de la vida, el amor y la asunción de la soledad y la muerte. Con José Antonio Llera preguntémonos: “¿Expone la novela tan solo la soledad universal de un hombre que odia al prójimo y que se autodestruye, la extinción irreversible del mundo rural?” Parece que la novela, de manera opuesta a como el escritor leonés hacía en Luna de lobos donde la guerra civil forma parte de su argumento, se ocupa subrepticiamente de una de las figuras representativas del bando de los derrotados en esa guerra, el resistente. La resistencia es la única arma de un vencido, y que en esta narración “muestra un personaje in articulo mortis contra un trauma que ha desintegrado su mundo interior y que se niega a olvidar. La extinción de la vida es tan inexorable como su capacidad para recordar sometimientos y negaciones cuyo responsable último es el poder político-económico, el que surge tras la guerra civil y se prolonga hasta esta última noche de principios de los setenta.” (José Antonio LLERA).
En La lluvia amarilla hay ecos y referencias explícitas a Hijos de la ira de Damaso Alonso (el narrador se nos presenta como un “triste cadáver insepulto”), además de los mencionados a Antonio Gamoneda y a Enrique Satué. No obstante, nos gustaría cerrar esta entrada con otra referencia insoslayable, un fragmento del Pedro Páramo, de Juan Rulfo:
“Aquí en cambio no sentirás sino ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo desdichado; untado todo de desdicha”.
Os dejamos a vosotros, lectoras y lectores, que terminéis de descubrir todos los significados y referencias que tiene este color en la novela. Estaremos encantados de que lo compartáis con la comunidad 4L4C.
“El espacio, ¿pertenece a esos fenómenos primarios que, al ser descubiertos, despiertan en el hombre, según palabras de Goethe, una suerte de espanto que llega a convertirse en angustia? Pues parece que detrás del espacio no hay nada más a lo cual éste pudiera ser reconducido. […]
¿Y qué sería del vacío del espacio? Con demasiada frecuencia, el vacío aparece tan sólo como una falta de algo que llene los espacios huecos y los intersticios.”
Martin HEIDEGGER, El arte y el espacio
Esos huecos e intersticios del vacío a los que se refiere el filósofo parecen rellenados por el lenguaje y por el relato en La lluvia amarilla, son esos lugares que se van completando con la memoria, la de Andrés, pero también la de un escritor, Julio Llamazares, quien es capaz de reconstruir los recuerdos de un pueblo ya inexistente, Ainielle, quien, como cada uno de sus habitantes desaparecidos, también tiene memoria:
“En la historia de Ainielle está escrita la historia de la humanidad”, afirma una de las voces del documental, y es que en el transcurrir de su existencia y desaparición, en ese ir y venir de apropiación humana y desapropiación natural, se refleja el ser de las civilizaciones.
Sin embargo, en la novela, la memoria que cuenta es la de Andrés, a sus pensamientos y a su reflexión interior debemos acudir para intentar datar los hechos que suceden. A diferencia de la cronología clara y precisa de la existencia y desaparición del pueblo, los recuerdos de Andrés provocan que “”la novela es [sea] casi totalmente intemporal” [Francisco Reus] y que las alusiones al tiempo “son [sean] siempre vagas e indefinidas”. Efectivamente, el protagonista mismo se cuestiona, en muchas ocasiones, su memoria, y sus alusiones temporales son, a menudo, imprecisas.”
Pero también hay momentos que anuncia con precisión fechas exactas, fechas clave “la mayoría de las fechas relevantes, de hecho, o “están explícitamente indicadas o pueden ser computadas con exactitud” [López de Abiada]” (“La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo?”, tesina pro gradu de Elina LIIKANEN, Universidad de Helsinki, noviembre de 2003).
Fechas clave
La novela gira en torno a una de esas fechas clave en la vida de Andrés, la muerte de Sabina, “A partir de ese día, la memoria fue ya la única razón y el único paisaje de mi vida. Abandonado en un rincón, como un reloj de arena cuando se le da la vuelta, comenzó a discurrir en sentido contrario al que, hasta entonces, había mantenido.” (La lluvia amarilla, p. 41).
Parece que en este pequeño fragmento de entrevista, Llamazares quiere desvelar ese espacio del que a partir de la muerte de su mujer debe ocuparse la memoria de Andrés:
Las ruinas se van extendiendo por el territorio del pueblo, ya no quedan casi casas en pie de la misma manera que la memoria de Andrés va perdiendo aliento, desfallece:
“Fue […] en estos años últimos, desde que decidí no volver más a buscar fuera de Ainielle lo que nadie me daría, cuando la soledad se hizo tan fuerte que llegué, incluso, a perder la noción y la memoria de los días. No se trataba ya de aquella extraña sensación de desconcierto que me invadió el primer invierno, a raíz de la muerte de Sabina. Se trataba simplemente de que ya no era capaz de recordar lo que había sucedido el día anterior, ni siquiera si realmente había existido […] Era como si el tiempo se hubiera detenido de repente […] (La lluvia amarilla, p. 107).
Aunque quizá la clave esté precisamente en el interior del libro, allí donde la lluvia amarilla ejerce esa función constante en la que entre los huecos de la memoria no solo aparece el vacío
“Es extraño que recuerde esto ahora, cuando el tiempo ya empieza a agotarse, cuando el miedo atraviesa mis ojos y la lluvia amarilla va borrando de ellos la memoria y la luz de los ojos queridos. De todos, salvo de los de Sabina. ¿Cómo olvidar aquellos ojos fríos que se clavaban en los míos mientras trataba de romper el nudo que aún quería inútilmente sujetarles a la vida?” (La lluvia amarilla, p. 17)
Quizá a Andrés sea el antecedente del protagonista de Baumgartner, la última novela de Paul Auster, sobre la que Enrique Vila-Matas cuenta que “si tenemos la suerte de estar estrechamente conectados con otra persona, tan y tan cerca que el otro sea tan importante como tú mismo, la vida no solo se volverá posible, sino también vivida. Que es como decir que, con tumba fría o sin ella, el amor es más eterno que el silencio de la muerte. Y que, al final de nuestros días, solo cuenta si has querido a alguien y te han querido a ti.” (Enrique Vila-Matas, “El amor en la hora de la verdad”, El País, 27 de febrero de 2024).
¿Y vosotros estáis de acuerdo con la reflexión de Andrés y de Auster?
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