Como la mayor parte de sociedades de la época, la sefardí estaba claramente dividida entre una clase alta alfabetizada y una baja poco formada, predominando además los textos de tipología religiosa. Para estos últimos el género favorito era el romancero, que habitualmente relataba experiencias de la comunidad en la península ibérica, y que se acompañaba de estrofas musicales.
Uno de los romances más populares en Estambul la historia de «Don Bueso y su hermana», sobre el viaje de este por Europa para rescatarla. El «Purim de Zaragoza» sería una aportación de la familia Samuel al corpus religioso de las comunidades otomanas, relatando el milagroso rescate de unas familias de la amenaza mortal de Fernando el Católico.
En 1730 el rabino Yakob ibn Kuli escribió Me’am Lo’ez’ («La enciclopedia de los sefardíes orientales») en el que hacían comentarios en ladino sobre la Torá, y que tendría sucesivas reediciones hasta 1899. De aquella época, y también en la línea de educar religiosamente a su comunidad, tenemos en 1749 el Shevet Musar («La vara de la moral») de Abraham Hakohen.
El laicismo impregnaría la sociedad sefardí en el siglo XX, muestra de ello son comedias teatrales tipo «Ocho días antes de Pesah» (1909) sobre las dificultades para modernizarse de una familia de barrio humilde, y «Musiu Jac el Parisiano quere esposar» (1929) a propósito de los esfuerzos de unos padres iletrados para emparejar a su hija.
Para entender la vida social de un sefardí en Estambul, es importante que tengamos en cuenta que la mayoría no solo tenía poco contacto con el resto de comunidades, sino que solía tratar exclusivamente con miembros de su congregación. Estas se habrían formado originalmente por procedencia geográfica (Soria o Aragón, por ejemplo) en torno a un kaal (denominación de sinagoga); adaptándose al barrio de Estambul donde vivían para el siglo XVII. En estas congregaciones y hasta muy recientemente, todos los vecinos se conocían por nombre y apellido.
Antes de abandonar la península ibérica los sefardíes habrían empleado el mismo sistema que los árabes para identificarse, por ejemplo, Yakub ibn Abraham (es decir Yakub hijo de Abraham); en el Imperio Otomano comenzarían a utilizar denominaciones geográficas para apellidarse (como Salamanca). Una costumbre que si se ha mantenido con cierta fuerza hasta nuestros días es la de transmitir el nombre del abuelo al nieto. Las familias se formaban muy pronto (la chica entre los 8-12 y el chico en los 13-16 años) y, aunque solían estructurarse como una familia nuclear bajo un solo techo, lo habitual es que los parientes vivieran en las casas contiguas.
Las visitas a los baños públicos el viernes, y el día siguiente a la sinagoga para celebrar el Shabat, eran las mayores ocasiones sociales dentro de la comunidad. Los hombres que tuvieran un puesto en la Corte, fueran barqueros o tuvieran puestos comerciales en el Gran Bazar tenían la oportunidad de trabar un contacto regular con miembros de fuera de la comunidad, aunque lo habitual era que este se redujera a los clientes del mismo kaal.
Para las mujeres había pocas ocasiones de hacer vida fuera del hogar, encargándose del cuidado de los niños y la cocina, por lo que hasta muy recientemente las familias no trataban de darles una educación; de ahí que el confinamiento de ellas fuera instrumental para mantener vivo el uso del ladino en las familias. Fue a partir de la Primera Guerra Mundial que en sitios como la Compañía Tabacalera de Estambul comenzaran ellas a ganar un sueldo y que con los años incluso pudieran delegar las tareas del hogar en profesionales ajenas a la comunidad.
Como tantas otras cosas, el tipo de vivienda estaba estrictamente regulado por la ley otomana, autorizándose además a los sefardíes a vivir en determinados barrios y normalmente a una cierta distancia de las mezquitas (en 1728 cientos de judíos del barrio de Balat fueron desplazados por ello).
Las casas eran de madera y acostumbraban a tener un segundo piso más amplio que hacía de tejado callejero, un modelo de vivienda que aún hoy podemos ver en Balat. Durante el Antiguo Régimen otomano las casas judías estaban obligadas a ser más bajas que sus vecinas musulmanas, así como a pintarse por fuera de negro.
Entonces los sefardíes no podían tener propiedades más allá de su vivienda, con lo que las personas más acaudaladas utilizaban testaferros para adquirir negocios o tener otros domicilios; al cambiar de residencia, los sefardíes ricos eran menos dependientes de su congregación. Ya en la segunda mitad del siglo XIX las viviendas judías se liberaron de estas obligaciones, construyéndose a la manera otomana o la occidental.
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