En las comunidades sefardíes existía una gran presión para que las mujeres se casaran con judíos, llamándoles la atención con el término «novya», sin embargo, la costumbre dictaba que las hermanas debían casarse por orden de nacimiento.
El jueves anterior a la boda el padre del novio suele costear los gastos de la «Tivilá» (inmersión), un baño de purificación ritual tras el que, una amiga de la familia en situación responsable se encargaba de la «noche d’alheyna» en la que se depilaba y maquillaba a la novia. Por su parte el novio dedicaba el «sabat de besamano», el sábado anterior a la boda, a ofrecer regalos a la novia.
En el «espozoryo», la fiesta de casamiento, invitados y familiares acudían para celebrar el acuerdo del novio con el padre de la novia con el testigo del rabino; ahí se hacía saltar a la novia tres veces por debajo del tálamo nupcial como símbolo de haber pasado el mayor peligro de su vida.
Luego se firmaba el contrato matrimonial («kontenyiendo las kondisyones del kazamiento») y se entregaba una primera parte de la dote («el kontado»). Después, unos miembros prominentes de la comunidad denominados «presyadores» examinaban la dote y daban un valor. Durante la exhibición del ajuar de la novia era costumbre que se cantara la kantika del «regateo de las consuegras» y al final de la comida de boda lo habitual era que las dos familias se enzarzaran en un duelo jocoso de coplas con frases tipo: «Las de la novia comen pescado, las del novio lamben los platos…».
Más tarde y para comprobar que el matrimonio hubiera sido consumado, una mujer tomaba las sabanas de la cámara nupcial y se las mostraba a los padres como prueba de la castidad de la novia. Se cerraban las ceremonias el sábado siguiente a la boda con el llamado «sabat del novio».
En el momento de llegar a Estambul, los sefardíes apreciaban principalmente los romanceros: largos poemas con estrofas musicales carentes de armonía instrumental que, con la influencia arabo-turca, se volverían muy ornamentados. A su vez, los sefardíes desarrollaron dos nuevas modalidades musicales: las kantikas populares, que podían ser en ladino e incluir términos griegos y turcos; y la música dedicada a la sinagoga, a menudo en hebreo, que tuvo en Yosef Karo (1488-1575) a uno de sus principales exponentes con el himno de Shabat «Lekhah Dodi».
En el siglo XVIII floreció el género de las coplas, que solían cantar los hombres en festividades anuales de toda índole (por ejemplo «De Boca del Rio» para eventos en sinagoga). Entonces las kantikas tomaron mucho prestado de la música balcánica, canciones tradicionales como «Los bilbilikos» comenzaron a entonarse al modo turco e instrumentos musicales como el pandero o los parmak zili (unos pequeños címbalos atados a los dedos) entraron los repertorios nupciales.
También la música clásica se vio profundamente influenciada por los músicos sefardíes como Isaak Fresko Romano, que fue profesor del sultán (y musicólogo) Selim III (r.1789-1807), o el cantor Hasan Rebi Isaak Maçoro (1918-2008) que cantaba en las sinagogas de Estambul, desde el ladino al clásico otomano. La fundación en 1978 de los Pasharos Sefaradies dio una nueva vida a la música ladina, siguiéndole Estreyikas de Estambul (2004) y el Coro Nes (2006).
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