El borracho se llama Luis. Se llama Luis pero le llaman Castor. Anoche, a las tantas, a las cinco y cuarto de la madrugada, Castor seguía sentado en la barra interminable del Plus Ultra, viendo en la tele la retransmisión de un partido de la liga china, en directo.
Gordo de feria
La novela de García Llovet se divide en tres partes: Un gordo, Un flaco, Un cuento chino.
El gordo
Sin revelar la trama al completo, podemos decir que la autora nos va descubriendo a sus personajes a través de la cuestión del doble -trasunto que nos lleva a lo largo de toda la novela desde Luis, al que llaman Castor, hasta un camarero de Almería, identificado como Julio Céspedes.
El gordo, al inicio del relato, es Castor: “Es un retrato, Gordo de feria. Un retrato pop. Castor, el susodicho gordo creado por Esther García Llovet, no es caracterizado por su psicología, ni siquiera especialmente por sus actos, sino por aquello que consume, por las referencias a Rick y Morty, a Louie C.K., a los ritroviles, a El resplandor…. Y también por una actitud muy bien codificada: Castor es un cínico de mierda.” (“Retrato pop”, de Alberto Hernando, en Cultugrafía.com, 7 de julio de 2021).
En este juego lleno de dobles y de humor al que nos invita a participar Esther García Llovet, el lector pensaría más en reconocer al gordo en una de las comedias slapstick,
esas comedias “de humor físico”, las de golpe y porrazo, que en una stand up, “delante de un telón con estampas chinas, vestido con una camiseta lisa picada de quemaduras de cigarrillo” (Gordo de feria), como esos arriesgados humoristas que se presentan a pecho descubierto en locales como el Wig-Wam (“epicentro del origen del humor nacional, las cosquillas de España”) para hacer reír y levantar de sus asientos a los asistentes cuando esos mismos espectadores, a veces, no se esperan el tipo de humor que practican con “esa barba tan española” inventando chistes sobre barbas chinas. Algo así:
Sin embargo, como señala Alberto Hernando, al contrario que Ignatius, “Castor es el antihípster. El outsider de los hípsters, que pasea por Azca, que vive en Martínez Campos y que se aburre. Se aburre muchísimo, se aburre constantemente, incluso en las fiestas. Es un cínico. Un gordo asocial, apolítico y deprimido que está agobiado por la fama, por la absurda suma de dinero que ganó en la lotería, los fans que le acosan y el empresarial norte de Madrid.” (“Retrato pop”).
El flaco
Julio Céspedes es el flaco, es el doble del protagonista, pero en delgado: “Julio Céspedes, tal como su nombre prometía, parece un señor. […]Tiene la misma estatura además. Pero Julio es más delgado, mucho más, más que un señor parece un señorito.” (Gordo de feria).
Castor quiere que Julio se haga pasar por él, que se encargue de todas las obligaciones a las que se ve sometido en su vida cotidiana y profesional, y para lograrlo le obliga incluso a “la tiranía alimentaria […] para que engorde y se parezca a él (“ha estado comiendo huevos rotos y ensaladilla rusa y lacón y macarrones con chorizo y Cheddar para parar un tren. Cuando cumplía con el menú, Castor le dejaba comer unas mandarinas, como recompensa)” (Clara Pablo Ruano, “Laurel y Hardy en los bajos fondos de Madrid. “Gordo de feria”, de Esther García Llovet”, Revista Contrapunto.com, 29/11/2021)
Dice Esther García Llovet que le interesan los personajes que no tienen dinero. Julio, en esta novela, parece encarnar esta tipología “es tan poco lo que trae que podría llevarlo todo en un hatillo prendido al final de un palo, como en las viñetas de Ibáñez.»
Un flaco es la segunda parte de la novela, en la que se “cuenta la verdadera historia de Julio y la razón por la que la señora Serafina, una suerte de Paquita Salas almeriense (y uno de sus personajes más icónicos del libro), decide partir a Madrid para dar con él.” (Clara Pablo Ruano)
Un cuento chino
Es la tercera parte de la novela y el desenlace del juego de persecuciones y encuentros en que se va convirtiendo la historia. Como no os queremos adelantar mucho del final, nos quedamos con otro cuento chino que es tan paradójico y surrealista como al que nos somete Esther García Llovet
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