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Blog del Instituto Cervantes de Estambul

Biblioteca Álvaro Mutis

El vacío y la memoria

El 28 de febrero de 2024 en 4 Lecturas 4 Continentes por | 4 Comentarios

“El espacio, ¿pertenece a esos fenómenos primarios que, al ser descubiertos, despiertan en el hombre, según palabras de Goethe, una suerte de espanto que llega a convertirse en angustia? Pues parece que detrás del espacio no hay nada más a lo cual éste pudiera ser reconducido. […]

¿Y qué sería del vacío del espacio? Con demasiada frecuencia, el vacío aparece tan sólo como una falta de algo que llene los espacios huecos y los intersticios.”

Martin HEIDEGGER, El arte y el espacio

Basoa V, escultura de Eduardo Chillida

Esos huecos e intersticios del vacío a los que se refiere el filósofo parecen rellenados por el lenguaje y por el relato en La lluvia amarilla, son esos lugares que se van completando con la memoria, la de Andrés, pero también la de un escritor, Julio Llamazares, quien es capaz de reconstruir los recuerdos de un pueblo ya inexistente, Ainielle, quien, como cada uno de sus habitantes desaparecidos, también tiene memoria:

“En la historia de Ainielle está escrita la historia de la humanidad”, afirma una de las voces del documental, y es que en el transcurrir de su existencia y desaparición, en ese ir y venir de apropiación humana y desapropiación natural, se refleja el ser de las civilizaciones.

Sin embargo, en la novela, la memoria que cuenta es la de Andrés, a sus pensamientos y a su reflexión interior debemos acudir para intentar datar los hechos que suceden. A diferencia de la cronología clara y precisa de la existencia y desaparición del pueblo, los recuerdos de Andrés provocan que “”la novela es [sea] casi totalmente intemporal” [Francisco Reus] y que las alusiones al tiempo “son [sean] siempre vagas e indefinidas”. Efectivamente, el protagonista mismo se cuestiona, en muchas ocasiones, su memoria, y sus alusiones temporales son, a menudo, imprecisas.”

Pero también hay momentos que anuncia con precisión fechas exactas, fechas clave “la mayoría de las fechas relevantes, de hecho, o “están explícitamente indicadas o pueden ser computadas con exactitud” [López de Abiada]” (“La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo?”, tesina pro gradu de Elina LIIKANEN, Universidad de Helsinki, noviembre de 2003).

Fechas clave

  1. Sabemos que Sabina muere en diciembre de 1961. Y el último día de ese mes entierra todos los objetos que le pertenecían a ella.
  2. Recuerda que su hijo se marchó del pueblo “un día de febrero, en el cuarenta y nueve, un día gris y frío que ni Sabina ni yo jamás olvidaríamos” (La lluvia amarilla, p. 52).
  3. Andrés dice que en 1950 solo quedaban en el pueblo la familia de Julio, Tomás Gavín, Sabina, él mismo y Adrián. Ese mismo año el último habitante se marchó.
  4. En el inicio del libro, se dice que en 1970 Ainielle quedó completamente abandonado, por tanto, esta es la fecha de la muerte de Andrés.

La  novela gira en torno a una de esas fechas clave en la vida de Andrés, la muerte de Sabina,  “A partir de ese día, la memoria fue ya la única razón y el único paisaje de mi vida. Abandonado en un rincón, como un reloj de arena cuando se le da la vuelta, comenzó a discurrir en sentido contrario al que, hasta entonces, había mantenido.” (La lluvia amarilla, p. 41).

Parece que en este pequeño fragmento de entrevista, Llamazares quiere desvelar ese espacio del que a partir de la muerte de su mujer debe ocuparse la memoria de Andrés:

Las ruinas se van extendiendo por el territorio del pueblo, ya no quedan casi casas en pie de la misma manera que la memoria de Andrés va perdiendo aliento, desfallece:

“Fue […] en estos años últimos, desde que decidí no volver más a buscar fuera de Ainielle lo que nadie me daría, cuando la soledad se hizo tan fuerte que llegué, incluso, a perder la noción y la memoria de los días. No se trataba ya de aquella extraña sensación de desconcierto que me invadió el primer invierno, a raíz de la muerte de Sabina. Se trataba simplemente de que ya no era capaz de recordar lo que había sucedido el día anterior, ni siquiera si realmente había existido […] Era como si el tiempo se hubiera detenido de repente […] (La lluvia amarilla, p. 107).

José Quintanilla, Mi casa, mi árbol 35, 2015

Aunque quizá la clave esté precisamente en el interior del libro, allí donde la lluvia amarilla ejerce esa función constante en la que entre los huecos de la memoria no solo aparece el vacío

“Es extraño que recuerde esto ahora, cuando el tiempo ya empieza a agotarse, cuando el miedo atraviesa mis ojos y la lluvia amarilla va borrando de ellos la memoria y la luz de los ojos queridos. De todos, salvo de los de Sabina. ¿Cómo olvidar aquellos ojos fríos que se clavaban en los míos mientras trataba de romper el nudo que aún quería inútilmente sujetarles a la vida?” (La lluvia amarilla, p. 17)

Quizá a Andrés sea el antecedente del protagonista de Baumgartner, la última novela de Paul Auster, sobre la que Enrique Vila-Matas cuenta que “si tenemos la suerte de estar estrechamente conectados con otra persona, tan y tan cerca que el otro sea tan importante como tú mismo, la vida no solo se volverá posible, sino también vivida. Que es como decir que, con tumba fría o sin ella, el amor es más eterno que el silencio de la muerte. Y que, al final de nuestros días, solo cuenta si has querido a alguien y te han querido a ti.” (Enrique Vila-Matas, “El amor en la hora de la verdad”, El País, 27 de febrero de 2024).

¿Y vosotros estáis de acuerdo con la reflexión de Andrés y de Auster?

La intimidad en «La lluvia amarilla»

El 25 de febrero de 2024 en 4 Lecturas 4 Continentes por | 1 comentario

“En realidad, y pese a mis esfuerzos por mantener vivas sus piedras, Ainielle está ya muerto desde hace mucho tiempo. Lo estaba ya cuando Sabina y yo quedamos solos en el pueblo y antes, incluso, de que murieran o se fueran nuestros últimos vecinos. Durante todos estos años, no quise o no podía darme cuenta. Durante todos estos años, me resistí a aceptar lo que el silencio y las ruinas me mostraban claramente. Pero, ahora, sé que, con mi muerte, ya sólo morirán los últimos despojos de un cadáver que sólo sigue vivo en mi recuerdo.” (La lluvia amarilla)

La iglesia de San Bartolomé, en Sarnago (Soria), hoy en ruinas. Asociación Sarnago

Una de las características más originales y distintivas de la novela de Julio Llamazares es cómo se crea la ilusión de intimidad. El libro nos descubre a través del lenguaje cómo es su protagonista, cuál es su personalidad y en qué consiste su particular visión del mundo. Hay algunos elementos que nos ayudan a penetrar en ese universo tan particular

1.La mirada

 Su narrador protagonista, Andrés, concentra la atención del lector en la mirada. “En La lluvia amarilla, la mirada es siempre intensiva y cargada de significación: en vez de expresar las cosas con palabras, se leen en los ojos.” (“La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo?”, tesina pro gradu de Elina LIIKANEN, Universidad de Helsinki, noviembre de 2003). La mirada es un elemento ejemplar, tal y como analiza Liikanen, y así en el capítulo seis de la novela encontramos, como ejemplo, la marcha del hijo de la casa de sus padres:

«La mañana anterior, Andrés nos lo había dicho. En realidad lo había dicho varias veces a lo largo de aquel último año. Pero aquella mañana, una extraña tristeza en su mirada y en su voz nos advirtió que al final había tomado la decisión definitiva. Ni su madre ni yo le respondimos. Sabina se escondió a llorar en algún cuarto y yo seguí sentado junto al fuego, inmóvil, sin mirarle, como si no le hubiera oído.»

(La lluvia amarilla, p. 52)

Fotogorafía de María José Gómez Redondo

La madre se esconde a llorar y el padre actúa como si no lo hubiera oído: no lo mira. “El padre, según dice, ya había advertido a su hijo en una ocasión anterior que si éste abandonara el pueblo y su casa, nunca más volvería a entrar en ella, ni “nunca más volvería a ser mirado como un hijo” (La lluvia amarilla: p. 52).

Más  adelante vemos cómo el hijo sube a la habitación del padre a despedirse:

«[…] se quedó quieto al lado de la puerta, mirándome en silencio, sin atreverse siquiera a acercarse hasta la cama. Yo le sostuve unos instantes la mirada y, luego, antes de que pudiera decir nada, me volví y me quedé mirando a la ventana hasta que se marchó.»

(La lluvia amarilla, p.53).

Como las referencias a los ojos o a la mirada para crear ese espacio de intimidad son múltiples, el relato requiere que el lector permanezca atento para adivinar la significación a través del fragmento de realidad al que nos permite acceder la visión del protagonista. En uno de los pasajes más dramáticos Andrés comprende a través de los ojos de la perra lo que le esperaba detrás de la puerta del molino:

Adaptación teatral de La lluvia amarilla, Producciones Inconstantes. Adaptación de José Ramón Fernández

2. El paisaje

Un elemento que nos irá descubriendo la intimidad y las vicisitudes de la vida de Andrés será el propio paisaje a través de la descripción detallada y precisa de los elementos que lo componen. Se produce un reflejo entre lo exterior y lo interior, una correspondencia en la que se muestra que las ruinas y el desgaste de Ainielle son los símbolos de la propia destrucción de Andrés:

“[…] descubrirán […] el perfil melancólico de Ainielle: ya frente a ellos, muy cercano, mirándoles fijamente desde los ojos huecos de sus ventanas

(La lluvia amarilla, p. 11).

[…] contemplarán […] el sólido bastión de la espadaña que todavía se yergue sobre la destrucción y la ruina de la iglesia como un árbol de piedra, como un cíclope ciego cuya única razón de pervivencia fuese mostrarle al cielo la sinrazón de un ojo ya vacío

(La lluvia amarilla, p. 13).

La espadaña que todavía se yergue sobre la destrucción y la ruina de la iglesia se iguala con el protagonista, con la última persona que se ha quedado en Ainielle, con la que durante años ha contemplado como único testigo vivo la destrucción que le rodea. El protagonista expresa por medio de la metáfora del cíclope ciego la enorme frustración e impotencia que siente al estar acabándose su vida y al darse cuenta de la sinrazón de su resistencia y de su sufrimiento”, Elina LIIKANEN.

Como bien señala Liikanen, es una correspondencia que se produce todo a lo largo de la novela: “primero, se personifican los elementos naturales y los componentes que forman el pueblo; segundo, se aplican metáforas naturales a la descripción de los procesos físicos y psicológicos del protagonista; tercero, se concretan sentimientos y otros conceptos abstractos tanto con la ayuda de la personificación como con la concordancia con los elementos naturales; y cuarto, algunas experiencias del protagonista parecen encarnarse en objetos cotidianos los cuales se convierten en símbolos personales.”

Adaptación teatral de La lluvia amarilla, Producciones Viridiana

3. Lo amarillo

El tercer elemento que nos conduce a la intimidad se encuentra en el propio título, ‘amarillo’, lo amarillo está presente a lo largo de toda la novela y en cada aparición va generando una imagen diferente y continua dejando su huella tanto en el paisaje como en el protagonistas así como en la interpretación que debe hacer el lector. La explicación de Liikanen es la siguiente: “El significado de la metáfora del amarillo no se revela al lector inmediatamente. Al principio de la novela parece que se menciona este color de modo casual, pero luego la repetición se hace tan insistente que resulta evidente que el amarillo constituye un elemento significativo. El color amarillo aparece en la novela en relación con fenómenos tan diversos como (1) los elementos y fenómenos naturales, (2) los objetos de la vida cotidiana, (3) los rasgos físicos de los personajes y (4) del pueblo, (5) los estados psicológicos y (6) los elementos abstractos:

(1) […] el círculo amarillo de la luna […] (La lluvia amarilla, p. 42).

(2) […] una antigua fotografía amarillenta […](p. 34).

(3) […] los ojos amarillos […] (p. 73)

(4) Las tapias, las paredes, los tejados, las ventanas y las puertas de las casas, todo a mi alrededor era amarillo (p. 120).

(5) […] la locura depositó sus larvas amarillas en mi alma […](p. 47).

(6) […] el silencio y la humedad se entremezclaban en una pasta espesa y amarilla (p.121).”

Julio Llamazares comenta así el título de la obra: “La lluvia amarilla es una metáfora del paso del tiempo, de ese color que cogen las fotografías con el paso del tiempo.»

Fotografía de Jane Long del proyecto Bailando con Costica

Es Andrés quien nos ofrece la interpretación final: “todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuese más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo” (La lluvia amarilla, p. 119).

Esperamos vuestros comentarios en la intimidad de La lluvia amarilla.

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